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Los números de Ayuso

26 años entre la corrupción y la privatización

26 años entre la corrupción y la privatización

En vísperas del 4 de mayo es hora de resumir en pocas líneas lo que está en juego en esta "España dentro de España" que es Madrid en palabras de Isabel Díaz Ayuso, a quien todas las encuestas (legales o ya prohibidas) dan como ganadora y muy probable presidenta, la misma que en la prensa internacional definen como 'la Trump' o 'la Le Pen' españolala Trumpla Le Pen (ver aquí).

El mayor éxito de Ayuso ha sido lograr que el marco de debate haya sido en esencia el que ella pretendía desde el preciso instante en que convocó estas elecciones anticipadas: "socialismo/comunismo o libertad". Un patadón a la historia y un puñetazo a la inteligencia que le han servido para que hablemos entre poco y nada de su gestión al frente de la comunidad durante estos 20 meses o de la herencia que nos dejan los 26 años de gobiernos continuados del PP.

Durante estas últimas dos semanas, en infoLibre hemos intentado separar el ruido de las nueces, los hechos y las opiniones, en este clima político-mediático en el que el último insulto sirve para desviar la atención de la cruda realidad. La serie #MadridEnDatos (ver aquí) ha abordado informativamente las áreas más importantes de la gestión de la comunidad para que pueda percibirse la huella de casi tres décadas de políticas neoliberales y privatizadoras. Y en 'Los números de Ayuso' (ver aquí) procuramos aportar a los datos un contexto, una interpretación personal que quizás ayude a diferenciar la información de la propaganda.

Hay conclusiones difícilmente discutibles. Madrid tiene el PIB más alto de España y está a la cola o entre las comunidades que menos gastan en capítulos tan trascendentes como la sanidad pública, la educación pública, la cultura, la I+D+i o la contrucción de vivienda pública (exactamente cero en esta última partida). El llamado 'oasis fiscal' madrileño lo es fundamentalmente para las rentas más altas y las grandes fortunas, y tiene toda la lógica que el permanente desmantelamiento de lo público vaya en beneficio del negocio privado, para alegría de multinacionales y fondos de inversión, ya sea vía educación concertada o seguros de salud. Un marciano que aterrizase en Madrid tras este año de pandemia no entendería nada (a mí me ocurre a menudo). ¿Cómo es posible que esta campaña electoral no le pase a Ayuso la factura letal que ha supuesto el abandono de los centros de salud, los recortes en atención primaria o la nulidad en la aportación y funcionamiento de rastreadores? Lo hemos escrito más de una vez: en cualquier sociedad democrática mínimamente exigente Isabel Díaz Ayuso y su consejero de Sanidad estarían hace tiempo fuera de la política y quizás sentados en un banquillo sólo por los protocolos de exclusión que dejaron abandonados a miles de mayores en las residencias madrileñas durante la primera ola (ver aquí). Ni disculpas han pedido.

Hay quienes han despreciado en esta campaña la importancia de los datos y de las críticas rigurosas a la gestión política porque en estos tiempos de ruido y de furia lo único que importa es la "guerra cultural", la confrontación ideológica. Como si las políticas fiscales o la distribución de los recursos públicos no fueran reflejo directo de posicionamientos ideológicos. De hecho debería ser más que llamativa la contradicción evidente entre las propuestas ultraliberales de Ayuso y los suyos mientras la Casa Blanca y las principales instituciones internacionales asumen ya sin complejos la necesidad de subir los impuestos a las grandes fortunas, cerrar los enormes agujeros que permiten eludir impuestos a las grandes empresas y multinacionales o estudiar la anulación al menos temporal de las patentes de las vacunas contra el covid (ver aquí). Todo tipo de medidas cuya prioridad es luchar contra la desigualdad y la pobreza sin escatimar recursos públicos. Mientras en todo occidente se plantean soluciones contra las "colas del hambre", Ayuso se permite despreciarlas hablando de "mantenidos". El tragicómico eslogan de "libertad a la madrileña" no puede esconder que Madrid tiene la mayor brecha de desigualdad entre el 20% más rico y el 20% más pobre, con un millón de personas al borde la exclusión.

Por supuesto que es trascendente la llamada "guerra cultural". Por supuesto que hay que combatir esa falsa dicotomía que Ayuso y sus ventrílocuos lanzan sobre "comunismo o libertad", una ofensa a la propia historia democrática, a la lucha antifranquista, a quienes contribuyeron decisivamente a la recuperación de las libertades. Es discutible que la única respuesta desde las izquierdas sea la de "democracia o fascismo", cuando deberíamos ser capaces de denunciarlas y hasta ridiculizarlas en lugar de caer en el juego de las banalizaciones. De distinguir los rasgos de un nacionalpopulismo de extrema derecha, plagiador del trumpismo, xenófobo y machistatrumpismo, con conexiones directas con los restos del franquismo. Pero sobre todo deberíamos situar ese debate en lo que más afecta a la calidad democrática en España: un PP que no termina nunca de actuar como una derecha democrática moderna y europea. Que no ha aceptado la legitimidad de un gobierno progresista salido de las urnas, y que en Madrid ha llevado hasta el límite la excitación de un españolismo excluyente que no asume la realidad diversa y plural de España. Nuestra diferencia respecto a otras democracias no es el surgimiento de una ultraderecha populista, sino la existencia de una derecha liberal que no termina de aceptar plenamente una democracia plural en un Estado diverso.

No nos engañemos. Sin menospreciar la trascendencia de este debate de fondo, es obvio que a Ayuso y sus ventrílocuos les interesa que se hable de todo excepto de lo que han hecho ellos y sus antecesores con Madrid. Porque la cifra final y definitiva de esta serie sobre 'Los números de Ayuso' sólo puede ser 26, los años que el PP lleva gobernando la comunidad sin interrupción (Tamayazo por medio). Sabemos por la primera sentencia de la Gürtel (ver aquí) y por los sumarios pendientes de enjuiciar que el PP de Madrid mantuvo una "corrupción institucionalizada", una fórmula que consistía en otorgar adjudicaciones públicas a empresarios a cambio de comisiones para financiar el partido y sus campañas electorales y para engordar los bolsillos de dirigentes e intermediarios. Sabemos que la expresidenta Aguirre está imputada, y que su delfín Ignacio González pasó por la cárcel, como también lo hizo su exvicepresidente Francisco Granados, y que probablemente volverán a prisión (ver aquí).

Nos han entretenido con la tontería de la "libertad a la madrileña". Nos han asustado con los sobres cargados de balas. Han desviado nuestra atención hacia los bulos y la chulería de un Vox que vive de la desinformación y el patrioterismo más rancio y castizo. Mientras tanto, apenas hemos debatido sobre los dos hilos conductores de casi tres décadas de gestión en Madrid: corrupción y neoliberalismo privatizador. Una democracia "a la madrileña" que continuará al menos dos años más si este martes no se produce una sorpresa y se llenan las urnas en un día laborable elegido para que tal cosa no ocurra en los municipios y barrios más castigados.

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