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¡A la escucha!

¿Para qué estudiamos?

Estudias porque quieres aprender. Aprendes porque quieres saber. Quieres saber porque quieres hacer las cosas mejor: entender lo que pasa a tu alrededor, ser experto en solucionar tal o cual problema, saber cómo salvar la vida a alguien o cómo calcular la mejor estructura para un puente. La universidad, la formación académica, sirve para esto, éste es su objetivo. Crear talento. Crear personas que sepan pensar, que aprendan a cuestionárselo todo para volver a empezar de nuevo. Y cuando uno decide apuntarse a tal o cual carrera, hacer tal o cual máster, mejorar su formación con un doctorado, es porque busca la excelencia. Busca ser mejor.

Algo tan básico parece que a más de uno se le olvidó por el camino. Simplemente buscaron engordar el currículum y nada más. A muchos el mundo académico nos sigue atrayendo porque formarte y formar a otros es la mejor de las experiencias. Impartir clases a futuros periodistas en mi caso es la mejor forma de volver a recordarme a mí misma por qué quise dedicarme a esto. Siempre digo que cuando entro en el aula me reconcilio mucho con esta profesión porque los alumnos suponen el mejor de los retos, cuestionan planteamientos, proponen nuevos razonamientos, te hacen pensar. Y con mucha pena he tenido que renunciar a poder hacer un doctorado porque simplemente no tenía el tiempo necesario para poder completarlo. Con un informativo diario me es imposible acudir a las clases y poder hacer los trabajos e investigaciones necesarias. No he podido y es la espinita clavada que tengo. Pero fui honesta conmigo misma y admití que tenía que elegir. Lo que puedo ofrecer a los alumnos es mi experiencia y el conocimiento adquirido durante más de 20 años de profesión. Hacer el doctorado tendrá por tanto que esperar. Y me sorprenden mucho todos aquellos que con una carrera profesional en activo decidieran apuntarse a un máster que les requería muchas horas presenciales. Supongo que creyeron que podían hacerlo.

Con los nuevos planes de Bolonia, a nuestros universitarios se les obligó a que, sí o sí, tras la carrera tenían que cursar un máster y quizás asumimos demasiado rápido que con un curso de un año era suficiente para equipararnos a Europa. Se inventaron máster y títulos de todo tipo, unos para profesionalizarse, otros para investigar pero casi siempre con un coste altísimo, postgrados carísimos que daban títulos sobre mil materias diferentes sin quizás exigir lo más mínimo: que ese curso sirviera para lograr la excelencia. Y muchos se hipotecaron para poder acceder a esa formación superior: durante unos años, recuerden, quien tenía un máster lograba mejores puestos de trabajo. Pero aquí también hubo trampas, lo hemos sabido ahora. No todos eran los mejores, no todos habían adquirido ni mejores conocimientos ni mejores capacidades.

El otro día escuchaba a un alumno de la Universidad Rey Juan Carlos decir que cada vez que comentaba dónde estudiaba recibía sonrisas irónicas y burlas sobre si le estaban regalando el título. Un alumno que había pedido a sus padres hacer el esfuerzo de irse a Madrid, apuntarse en una universidad, pagar una matrícula, buscar un piso en el que alojarse y dedicar 4, 5 ó 6 años de su vida a ese proyecto. A ellos les han robado la oportunidad de sentirse orgullosos de lo que estaban haciendo. Ahora han comprobado que la exigencia no fue igual para todos.

La universidad no puede ser un espacio en el que unos privilegiados consiguen títulos y otros piden créditos para poder seguir estudiando. Eso supondría crear un círculo vicioso del que no se podrá salir nunca, ni siquiera formándote y estudiando. Desde luego no podemos tolerar que la indecencia de unos pocos que creyeron que la universidad era su propio chiringuito empañe el esfuerzo y el trabajo de otros muchos que se dejan horas y vidas enteras en lograr formar al mejor talento de este país.

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