Hoy, más que nunca, periodismo

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El otro día, alguien a quien admiro mucho de esta profesión, me decía que las televisiones estamos atravesando la misma crisis que la prensa atravesó hace 10 años. Llevamos mucho tiempo hablando y debatiendo sobre qué va a pasar en el futuro, cómo se va a consumir información, qué formatos de verdad funcionarán y qué pasará con los canales de streaming que están ya aquí y con los que llegarán en breve. Las generalistas tendremos que adaptarnos a esos nuevos modos de consumir tanto información como ocio. Pero mientras llegan o mientras se consolidan, andamos perdidos entre lo que debemos seguir ofreciendo y lo que deberíamos empezar a ofrecer.

Hace no tanto, dos años, tres, hablábamos mucho sobre las redes sociales, se decía que acabarían matando al periodismo. Constantemente nos invitaban a debates y tertulias para saber cómo íbamos a conjugar el periodismo de siempre con el periodismo urbano. Es curioso, y siempre me llamó la atención, porque a esas redes, por si no lo recuerdan, se las llamaba “periodismo urbano”. Cualquiera con un móvil, decían, podía contar lo que estaba pasando. Cualquiera con un perfil en cualquiera de esas redes podía convertirse en un periodista. Y resultó que con todo lo que ocurrió con el Brexit y después con las elecciones de Estados Unidos, las redes se convirtieron en los grandes aceleradores de noticias falsas. Ayudaron a replicar de forma rápida bulos, inexactitudes, mentiras. Y ocurrió lo que tenía que pasar: que las redes nos obligaron a hacer periodismo, ni más ni menos. A contrastar las fuentes, a verificar los datos, a buscar más voces de una misma noticia... a hacer nuestro trabajo. El riesgo que corremos es que ustedes, el receptor de nuestro trabajo, deje de distinguir cuándo se lo cuenta un periodista o cuándo se lo cuentan en el grupo de WhatsApp del trabajo o de amigos.

Este martes Susanna Griso tuvo que desmentir en su programa un bulo que lleva meses circulando por las redes y que entrecomilla supuestas palabras suyas afirmando que aunque tiene mucho cariño a la gente de España, ella nunca olvida que proviene de la burguesía catalana y que son una etnia superior. Una tontería enorme que la periodista desmintió en noviembre desde sus redes y que ayer tuvo que volver a desmentir desde su programa. Le preguntaba a un experto que qué había que hacer para acabar con esto. Y la respuesta era clara: enfrentar las mentiras a la verdad. Ni más ni menos. El problema es cuando las mentiras las publica o difunde una institución, un organismo público o un político. Y ahí tenemos a Trump, que día sí y día también, lanza en Twitter afirmaciones que la mitad de las veces tiene que desmentir o corregir su equipo.

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Pero da igual: sigue habiendo público que le compra el mensaje. Con el Brexit pasó algo muy parecido. Les recomiendo, si no lo han hecho, que vean el documental de HBO sobre la campaña británica a favor de salir de Europa. Habla de la manipulación de los partidarios del Brexit, de las mentiras que fabricaron descaradamente para sumar apoyos y que nadie se molestó en comprobar. Nigel Farage, líder del UKIP, al día siguiente del referéndum, en un programa matinal de televisión, admitía que uno de los argumentos que repitieron machaconamente durante la campaña, era mentira. Dijeron durante meses que Europa les robaba cerca de 400 millones de libras semanales, dinero que recuperarían si se iban de la Unión. Mucha gente lo creyó. Asumió como verdad que Europa les robaba y 24 horas antes fueron a votar convencidos de que ese dinero se quedaría en casa, lo recuperarían. Nadie se rasgó las vestiduras cuando Farage, al día siguiente del Brexit, admitió en un programa de televisión que habían mentido.

Las mentiras fabricadas desde organismos públicos o grupos de interés político o social siempre se basan en dos elementos: las emociones más primarias, más elementales y el bolsillo, el dinero que tienes, que te quitan, que puedes recuperar. Cuando tocas esos dos temas todo lo demás da igual, es como si se dejara de escuchar a la orquesta y sólo te importara la voz del cantante. En periodismo buscamos todas las voces, la del cantante, la del guitarrista, la del pianista y la del saxofón, nos guste más o menos cada instrumento. No cortamos la canción a medias porque si la cortamos nosotros, la competencia la dará completa y nos sacará los colores.

Así que puede que sí, que la tele tenga que reinventarse para volver a seducir a públicos más jóvenes, puede ser. Pero lo que no dejará de hacer el periodismo en televisión es seguir contando lo que está pasando, cuando está pasando, desde el lugar que está pasando. Eso es periodismo, eso es televisión.

El otro día, alguien a quien admiro mucho de esta profesión, me decía que las televisiones estamos atravesando la misma crisis que la prensa atravesó hace 10 años. Llevamos mucho tiempo hablando y debatiendo sobre qué va a pasar en el futuro, cómo se va a consumir información, qué formatos de verdad funcionarán y qué pasará con los canales de streaming que están ya aquí y con los que llegarán en breve. Las generalistas tendremos que adaptarnos a esos nuevos modos de consumir tanto información como ocio. Pero mientras llegan o mientras se consolidan, andamos perdidos entre lo que debemos seguir ofreciendo y lo que deberíamos empezar a ofrecer.

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