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Habitualmente, antes de empezar a escribir las entradillas del informativo, hablo con los redactores que están haciendo esa información. Les pido que me cuenten la historia, los testimonios que han recogido, los datos, y con eso voy esbozando el texto que luego ustedes me ven contando a cámara. El martes, primer día del juicio de la manada de Sabadell, me costó mucho que el redactor en cuestión me contara algo de lo que había podido escuchar durante la primera sesión. La primera vez que me acerqué a su mesa, hice la pregunta de rigor, la que siempre les hago “Javi, ¿Qué tal vas? ¿puedes contarme algo ya?”. Su respuesta, literal, fue “Hoy estoy cabreado, muy cabreado”. Pensé que le había pasado algo, es un periodista muy tranquilo, siempre te recibe con una sonrisa, pero aquel día no estaba para bromas. ¿Qué te ha pasado?...”A mí nada, estoy escuchando el interrogatorio de la chica de la violación múltiple y me estoy poniendo malo”. Le dejé un tiempo para que aclarara sus notas, preguntara un par de detalles jurídicos, y al cabo de una hora se acercó a mi mesa para hacer juntos ese texto. Sólo cuando escuché su vídeo, entendí su enfado. Pero, él lo sabe, porque se lo dije días después, su enfado me reconcilió mucho con todo esto. Y ahora explico por qué.
Durante esta semana se ha hablado mucho del interrogatorio que el fiscal del caso de la manada de Sabadell hizo a la víctima. Preguntas muy duras, pidiendo detalles, obligando a la chica a ser muy precisa con lo que vio, con lo que sintió, con lo que ocurrió aquella horrible noche. Pedía exactitud, pormenores, y, al margen de si era o no lo adecuado, si empatizó más o menos, me sorprendía que ella lo recordaba todo. El testimonio de la chica pone los pelos de punta. Recuerda cada minuto de aquella terrible noche, de cómo empezó todo. Ella estaba en un bar, con una amiga, tomando algo, y cada vez que pasaban al baño, alguien de ese grupo les decía “qué guapa estás”, “qué culo tienes”, “¿estás sola?”, comentarios que iban acompañados de risas, sonrisas, jaleados siempre por el resto del grupo. Ella contó que no les dio importancia a esos comentarios, en ese momento no se sintió amenazada, “porque eso es lo normal”, porque eso ocurre muchas veces. Terrible. Pero cierto, porque esto, señores, es así, eso ocurre muchas veces.
Hay una edad en la que asumes que recibir ese tipo de comentarios, aunque te sientas intimidada, son parte del hábitat. Esto es lo que hay, si vas sola al baño, en un local, alguno te puede “interceptar” con alguna frase. Esperas saber esquivar más o menos, confías en que lo harás, como tantas veces, y que te dejarán en paz. Mi método era –y sigue siéndolo– ir con la mirada hacia abajo. Intentar no establecer contacto visual con nadie, porque sólo eso, mirar, cruzar una mirada, parecía que daba derecho a que pudieran decirte cualquier cosa. Da igual si eso te desagrada, te molesta, te intimida… Lo único que quieres es pasar un rato, con tus amigos, con tu pareja, con quien te dé la gana, tomando algo, como todos los demás. Sin necesidad de tener todas las alertas encendidas.
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A cierta edad aprendes a torear mejor esas situaciones, pero una adolescente, una chica de 18 años, puede sentir miedo. Literal. Hace unos días mi hija salió a correr a mediodía, justo antes de comer. Era un día de entre semana, plena luz del día. Ningún peligro objetivo, pueden pensar. Bueno, si no eres mujer. Cuando la vi ya por la tarde, estaba cabreada, muy cabreada. Me contó que no había hecho ni 5 metros sin que nadie le dijera algo, le mirara de forma un tanto intimidatoria, le hiciera un comentario más o menos machista. Señaló un colectivo muy concreto, al que no menciono aquí por no estigmatizar. Pero sólo diré que todos eran hombres. Cuando me lo estaba contando, íbamos en el coche, con un amigo suyo. El chico no daba crédito a lo que ella estaba contando. Estaba sorprendido, sí: “No pensaba que eso os pasara”, fue su respuesta. Yo le miré y le dije: “Éste es nuestro pan de cada día”. Sí, una mujer, una chica joven, ni siquiera puede salir a correr por la ciudad sola, a plena luz del día, sin que sienta que no está cómoda. Sin la presión de las miradas o los comentarios más o menos acertados de los que se cruzan con ella. Seguramente pensarán que no hacen daño con ese comentario, pero sí, asustan, escúchenme bien: A-SUS-TAN. Y no estoy exagerando. Mi hija no ha vuelto a salir a correr a esa hora, y evita hacerlo ahora sola. Es curioso, porque con 18 años, el amigo de mi hija, que vive en su misma ciudad, su misma realidad, se mueven en los mismos ambientes, vive completamente ajeno a la realidad de las chicas de su edad. “Me he caído de un guindo”, nos dijo cuando estuvimos charlando un rato sobre lo que había pasado.
Falta mucho para que esto deje de ocurrir. Lo sabemos muy bien. Es un tema de educación, de cultura, de concienciación, de respeto... Lo que le ha ocurrido a Von Der Layen, por ejemplo: el problema no ha estado en el protocolo turco, no se equivoquen. El problema ha estado en la reacción o en la falta de reacción de su colega, de Charles Michel. No interpreta que algo no está bien cuando ella se queda de pie, no se levanta de su silla como un resorte y le cede su asiento. Sus explicaciones, 24 horas después, ¿qué quieren que les diga?. Si de verdad no querías provocar un incidente diplomático, simplemente siéntate al lado de ella y sigue la reunión. Había muchas más opciones antes que quedarte sentado.
No quiero mezclarlo todo y hacer un totum revolutum. Pero ésta es una realidad, éste es nuestro pan de cada día, con 3 ejemplos sólo de esta semana. Y esto es responsabilidad de todos. Los adultos del mañana son los hijos a los que estamos educando ahora mismo en casa. En nuestra mano está que sean hombres que se levantan de la silla, que se indignen cuando escuchan el testimonio de una víctima de violencia sexual y machista o que sean hombres que eviten hacer comentarios a la primera chica que pasa por la calle.
Habitualmente, antes de empezar a escribir las entradillas del informativo, hablo con los redactores que están haciendo esa información. Les pido que me cuenten la historia, los testimonios que han recogido, los datos, y con eso voy esbozando el texto que luego ustedes me ven contando a cámara. El martes, primer día del juicio de la manada de Sabadell, me costó mucho que el redactor en cuestión me contara algo de lo que había podido escuchar durante la primera sesión. La primera vez que me acerqué a su mesa, hice la pregunta de rigor, la que siempre les hago “Javi, ¿Qué tal vas? ¿puedes contarme algo ya?”. Su respuesta, literal, fue “Hoy estoy cabreado, muy cabreado”. Pensé que le había pasado algo, es un periodista muy tranquilo, siempre te recibe con una sonrisa, pero aquel día no estaba para bromas. ¿Qué te ha pasado?...”A mí nada, estoy escuchando el interrogatorio de la chica de la violación múltiple y me estoy poniendo malo”. Le dejé un tiempo para que aclarara sus notas, preguntara un par de detalles jurídicos, y al cabo de una hora se acercó a mi mesa para hacer juntos ese texto. Sólo cuando escuché su vídeo, entendí su enfado. Pero, él lo sabe, porque se lo dije días después, su enfado me reconcilió mucho con todo esto. Y ahora explico por qué.
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