La vaquilla, la estampita y la hipocresía Cristina García Casado
Lo que deseo
2024, annus horribilis, ha concluido, pero los efectos y consecuencias de las acciones humanas desplegadas durante el mismo permanecerán. Sigue la guerra de Ucrania, sin que se vea un final próximo; Israel ha destruido Gaza con sus acciones militares y parte de Líbano so pretexto de acabar con Hamás y Hezbolá; En España, la Dana acabó con la vida de más de 200 personas sobre todo en la Comunidad valenciana y también en Castilla La Mancha y Andalucía, y demostró la ineficacia de algunos políticos y la urgencia de modificar determinadas instituciones. Donald Trump ganó las elecciones en USA, con todo lo que eso supone y supondrá de inestabilidad para todos; la confrontación política en España no solo continúa sino que se ha envilecido exponencialmente; el avance de la extrema derecha en el mundo es un hecho y el cordón sanitario que en otro tiempo instalaron las fuerzas políticas, incluida las de derechas, ya es pura entelequia. La corrupción no se detiene y nos maltrata porque no hemos sido capaces de acabar con la cultura del aprovechamiento y la extorsión en la vida pública; el reino absoluto de las fake news nos destruye como sociedad y personalmente como seres humanos, a través de la manipulación de la información.
La violencia contra las mujeres sigue siendo el cáncer con metástasis que nos niega como hombres; las políticas antimigratorias que definen a los países occidentales como emperadores de la miseria se han consolidado; y tantas otras desgracias anudadas al cambio climático que ya es irreversible nos acompañan de forma permanente.
Pero, a pesar de todo, seguimos en una carrera frenética hacia la extinción sin saber cómo evitar o paliar su agónico desenlace.
Buena noticia
No obstante, el año 2024 ha acabado con una buena noticia, quizás desconocida para muchos, pero importantísima para quieres creemos que las políticas de memoria son fundamentales para hacer las sociedades más fuertes frente al olvido. El nieto 138, de los 500 que se calculan fueron robados por los represores durante la dictadura Argentina (1976- 1983) ha sido recuperado por Abuelas de Plaza de Mayo, una asociación que merece el premio Nobel de la Paz. Aun así, el presidente ultraderechista Javier Milei (admirador de Trump y amigo de los españoles Isabel Díaz Ayuso y Santiago Abascal, modelos de una política degradada de tendencias claramente supremacistas) quiere acabar con ella como con el resto de los Organismos de Derechos Humanos de ese país latinoamericano.
Pero ya expiró la Navidad y asistimos al nacimiento de un nuevo año, tiempo de los buenos propósitos y de los olvidos inmediatos de su cumplimiento, aunque también tiempo de ilusión. Fui de aquellos niños a los que en casa le inculcaron que en estas fechas había que elaborar una lista de deseos que iba más allá de los pequeños egoísmos, que para eso estaban los Reyes Magos en sus limitadas posibilidades de entonces. Había compañeros que, incitados por algún profesor o quizás por algún padre, temerosos en cualquier caso de parecer desafectos al régimen, llegaban a desear en las redacciones que les ponían como deberes “salud para el caudillo y para el Santo Padre”. Afortunadamente no fue mi caso. En casa, nunca se dio la mínima oportunidad a la exaltación del dictador. En esto, como en tantas otras cosas, debo agradecerles a mis padres sus buenas enseñanzas y educación en libertad.
Misión imposible
Era una época en la que la celebración preeminente en España era la de los Reyes Magos y, en mi familia, se cumplía con el rito de pasar todos los hermanos por el dormitorio de nuestros padres, para ver que se habían dignado dejar “sus majestades de oriente” junto a los zapatos colocados en el balcón entreabierto (obviamente 5 minutos antes), aunque, en realidad, lo que buscábamos era invadir el templo sagrado de la intimidad de nuestros progenitores y abrir los exiguos regalos encima de su cama rayando el alba. Eso sí, lo que todos pedíamos siempre era la paz en la Tierra para los hombres de buena voluntad, siguiendo la consigna navideña cantada días antes en la “misa del gallo”.
Años más tarde, lo que deseábamos los jóvenes era una libertad más amplia. Libertad para un país que no la conocía desde el golpe de Estado de 1936 y que había sufrido una dictadura implacable hasta la muerte del dictador Franco. También pedíamos democracia y pensábamos que lo primero debía aportar lo segundo. Aunque eso solo lo podíamos imaginar.
Durante muchos, muchos años, el deseo que todos expresábamos era que acabase la lacra del terrorismo. Recuerdo que los periodistas coincidían en afirmar que la noticia que querían dar ese año que empezaba era el final de ETA. Como juez, les aseguro que no me guiaba mayor anhelo ni más tenaz voluntad en conseguirlo, año tras año, hasta que lo logramos.
Lo que deseábamos los jóvenes era una libertad más amplia. Libertad para un país que no la conocía desde el golpe de Estado de 1936 y que había sufrido una dictadura implacable hasta la muerte del dictador Franco
Esos eran los grandes deseos, los que afectaban al bien común. Además, pululaban otros, los deseos personales, que, antes y ahora, van en ocasiones acompañados de buenos propósitos, de enmienda, de generosidad, de afecto y de superar vicios o perezas. A veces se cumplen, otras no. Dejar de fumar, conseguir el peso perfecto, encontrar trabajo, hacer ejercicio, ahorrar, que toque la lotería… Estas intenciones, pese a su aparente pequeña entidad, son a veces misión imposible. Y te permiten atisbar la dificultad de lograr aquellas otras que, por su magnitud, requieren de una suma de situaciones casuales, logísticas, colectivas, que exceden las fuerzas de un solo individuo.
Los deseos, como aspiración de objetivos no alcanzados, son un argumento habitual en los cuentos. Por eso no es extraño que busquemos la lámpara mágica para que el genio nos permita alcanzar la felicidad. Estoy seguro de que, si un hada o un hechicero nos diera la oportunidad, sabríamos muy bien qué pedir y no desperdiciaríamos ninguna de las tres posibilidades que el cautivo milenario liberado nos ofreciera, pues ya se sabe que, en estos casos fantásticos, las peticiones vienen de tres en tres.
Trabajo en común
En mis largos años de experiencia, he aprendido que los deseos, como la suerte –salvo en el caso extraño de sorprendentes golpes de azar–, nunca se cumplen solos. Hay que trabajar a conciencia para que se hagan realidad y hacerlo con el esfuerzo de todos. La llegada de la democracia pasó primero por una transición cruenta. Es falso el mito, como todos los mitos, de que fue pacífica, y si no que se lo pregunten a las víctimas del tardofranquismo, esas a las que una parte importante del espectro de la política española les niega el calificativo de tales. Y no vino gracias a los políticos de entonces, tal como lo autoproclaman muchos de aquellos y otros advenedizos que ni siquiera la vivieron, o gracias a las grandes medidas que implementaron, –como la ley que consagró la impunidad a través de una amnistía, entre otras–, sino gracias a las ciudadanas y ciudadanos de bien, y, en especial, a las víctimas que aceptaron toda la carga negativa que comportaba una democracia incipiente e inestable. Fue, y así lo reivindico, la fuerza del pueblo español que dio lo mejor de sí mismo para vencer al terrorismo que implicó a todas las instancias del Estado en una labor conjunta no exenta de incidencias más o menos importantes pero que, al final, triunfó.
Suele ocurrir también que, cuando los deseos están a punto de realizarse por el trabajo de la comunidad, aparece alguna fuerza malévola dispuesta a cortar por lo sano el buen ambiente creado y la solidaridad, palabra que a tipos de la derecha y la ultraderecha les duele como si les golpearan en el hígado. ¿Recuerdan la incertidumbre de aquellos días infaustos de pandemia por la COVID? ¿Y el miedo? Las noches de aplausos en balcones y ventanas eran una válvula de escape que agitaba la solidaridad colectiva y la sensación de fortaleza que da compartir los sentimientos.
Ante tal buen ambiente, los profesionales del negacionismo y expertos en el malmeter y enturbiar salieron a la calle a golpe de cacerola; en las redes sociales, soltaron falsedades y no pararon hasta sembrar la discordia. Pasó en nuestro país y sucedió en todas partes. En Estados Unidos pudimos ver que, de la mano de Trump y los suyos, las barbaridades se sucedieron para desenfocar el objetivo común que era, ni más ni menos, el de vencer a la muerte. Y ahora, de vuelta a la presidencia, ha nombrado en el área de competencia sanitaria a un Kennedy negacionista. ¡Vivir para ver!
Buenos deseos
Consciente de la amenaza, ya sé que hay algunos deseos que no se cumplirán. Por ejemplo, que Donald Trump no asuma en este mes de enero la presidencia de EEUU; o que Netanyahu y Putin abandonen las guerras que comenzaron y que, en el primer caso, se extiende, de una u otra forma, por todo Oriente Próximo y conlleva la aparente finalidad de eliminación de la identidad palestina en Gaza.
Pero, en este año sobre el que ya cabalgamos, podríamos conseguir o, al menos, intentarlo, que se cumplan algunos propósitos como, por ejemplo, que los xenófobos, los racistas, los homófobos, los antieuropeos, los que buscan su propio beneficio por encima de todo, fracasen de la forma más estrepitosa. Que no les demos voz, que los acallemos en las urnas, mientras destapamos sus mentiras cada vez más ruidosas y groseras.
Y, cuando menos, tener criterio, saber discernir y verificar, y no solo aceptar como borregos el barullo certificado por los “me gusta” que solo sirve para llevarnos al precipicio.
No sé si habrá que invocar a Papa Noel, a San Nicolás, al olentzero, a Melchor, Gaspar y Baltasar, a los monstruos de la Navidad, a los gnomos encantados o todos los magos y magas, brujas y meigas para conseguir aquellos deseos, pero algo tenemos que hacer para definir una nueva galaxia en la que vivamos al revés, en la que lo sistemático no sea la destrucción del planeta sino su florecimiento y que sea sostenible, ético, amable, sin manipulación ni sectarismo; un lugar en el que por fin los políticos se respeten y nos respeten y en el que se ponga por delante al ciudadano, que nos arrope y defienda el progresismo humanista….
Como en la canción de mi admirado amigo León Gieco, “solo le pido a Dios que la guerra no nos sea indiferente...” cuando la vemos en directo pisoteando la inocencia de tantos miles de personas ante nuestra indolencia privilegiada.
Consigamos entre todos que en el 2025 pasemos de oír a escuchar, de denostar a valorar a todos los que nos rodean, los de aquí y aquellos que han tenido que dejar su hogar, a los que piensan como nosotros y a los discrepantes. Pidamos a los señores jueces que, de una vez por todas, cumplan con su labor con apego a la legalidad e independencia, sin sectarismos ni arbitrariedad, que sean confiables, que se olviden del lawfare, que dejen la política y a los políticos, que determinadas asociaciones profesionales de jueces y de fiscales no le hagan el caldo gordo a ciertos partidos políticos; que pacifiquen las instituciones; que no hagan carnada del Estado de Derecho aceptando y tramitando querellas vacías como las presentadas contra el Fiscal General del Estado y otras. Porque si no lo hacen y continúan en la deriva actual, destruirán la democracia, para algunos muy consolidada pero, para otros, entre los que me incluyo, ejemplo de un reino que no se conquista para siempre, sino día a día, defendiéndola por todos los medios de los peligros que la acechan.
Todo esto les deseo y mucho más: que no les perturben los malos políticos, aquellos que prostituyen las instituciones sagradas del Senado con comisiones de investigación espurias, del Congreso como escenario de destrucción, o de las Asambleas Autonómicas como cotos privados de interés. Que la crispación por conseguir el poder que persiguen algunos les pase de largo sin molestarles; que la salud los acompañe los 365 días del año y más, que se cumplan sus sueños, que la vida les sonría cada día y que el afecto les arrope. Sean felices y llenen de felicidad a los suyos. Les aseguro que no hay nada más importante en esta vida y, además, es un derecho que nos corresponde a todos.
¡Ah! Y también, como cuando era un crío, deseo una vez más la paz para el mundo.
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Baltasar Garzón es jurista y autor, entre otros libros, de 'Los disfraces del fascismo'.
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