El síndrome de la cabaña

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El síndrome de la cabaña. Los expertos han identificado con ese nombre el miedo a volver a salir de casa e ir retomando poco a poco nuestras rutinas. Tras dos meses encerrados no todos han salido en tromba a la calle. Muchos han preferido seguir confinados y esperar unos días más antes de poder disfrutar de su franja horaria. No lo ven necesario, no se sienten seguros, no creen que sea el momento y lo más importante, su casa la siguen sintiendo como un refugio. Dos meses de confinamiento provocan también esto.

Durante estos dos meses, los portales de compra-venta de casas han detectado un aumento de las búsquedas de casas con jardín, con terraza, alejadas de los núcleos urbanos. Al parecer a muchos todo esto les ha hecho repensarse su forma de vida, su espacio y lo que antes les parecía lo más idóneo, ahora han decidido que no es lo que necesitan. Se han disparado las búsquedas de casas en zonas rurales, alejadas de aglomeraciones, pegadas al campo. Y llama la atención que esos mismos portales confirman que a pesar del batacazo de la economía, a pesar de las previsiones tan malas que hay para este año y el que viene, los precios de las casas no han bajado, de momento. Quienes quieren vender entienden que venderán a pesar de todo, que hay gente que buscará efectivamente cambiar de casa porque temen que este confinamiento no será el último.

Tengo una amiga divertida, generosa, libre... De nuestro grupo de amigas, (mis amigas son mi tesoro, mi oxígeno, siempre), es la única que no tiene pareja ni hijos. Tenemos la buena costumbre de juntarnos cada cierto tiempo, no nos permitimos que pase más de un mes sin vernos. Cenamos solas, entre semana, nos reímos, nos consolamos, nos desahogamos y cargamos pilas hasta la siguiente. Ella siempre es la que tiene una agenda más apretada, siempre con mil planes y casi siempre la cita la cerramos en función de sus compromisos. Su lema era que a ella la casa nunca se le caería encima porque nunca le pillaría dentro si eso ocurriera.

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La casa afortunadamente sigue en pie y con ella dentro. Y admito que cuando empezó todo esto temí por ella. Pensé que, del grupo de seis amigas, su situación era la más complicada: estaba sola, en su piso, una casa que apenas habitaba excepto para dormir y ducharse. Pero nos sorprendió a todas. Rehízo sus rutinas de una forma asombrosa, mantuvo su buen humor sin alterarse, nos animó a las que seguíamos trabajando y fue ella la que promovió nuestras vinollamadas semanales. Sólo un día flaqueó y casi, casi se lo agradecí: "¡eres humana!", le dije. Estrenó la Thermomix que le había regalado su madre y que llevaba cogiendo polvo muchos meses. Se ha hecho una experta en cocinar, especialmente panes. Ha hecho deporte todos los días. En fin, que ha redescubierto su casa y, atención, le ha gustado.

Seguro que no es la única, seguro que a más de uno le ha ocurrido. Parar en seco nos ha hecho acordarnos de lo que tenemos, de lo que nos perdemos cada día por ir corriendo a todas partes y de lo que nos gustaría haber tenido durante este confinamiento. Escuchaba el otro día en la radio los datos de un estudio sobre qué es lo que más han echado de menos los españoles en estos meses de encierro, qué parte de su casa cambiarían. Y aunque pueda sorprendernos, no eran las terrazas ni los jardines. Eran las cocinas. Sí, las cocinas. Las casas de ahora han sacrificado las cocinas en favor de los dormitorios o los salones. Vivimos ahí, recibimos a los amigos ahí y la cocina ya no es un espacio para compartir. Y es una pena, porque yo, y seguramente ustedes, recordarán su infancia sentados en la mesa de la cocina, haciendo los deberes mientras mi madre preparaba la cena. Merendar ahí cuando llovía, reunirnos ahí con los amigos cuando venían a casa. La cocina era donde confesabas tus miedos, contabas tu día, acompañabas. Y ahora eso es imposible: apenas entran dos personas, a duras penas te puedes mover entre el fogón y los muebles y en muchos casos, no entra una mesa para poder sentarnos a hablar mientras el cocinero o la cocinera prepara la comida.

Bueno, puede que esto sea algo de lo que cambie a partir de ahora. Puede que los arquitectos y constructores entiendan que muchos han descubierto que efectivamente su casa es su refugio, su cabaña y que hay que repensar también los espacios de los hogares. Volver a poner tabiques sólo donde haga falta y quitarlos ahí donde aíslan y sólo provocan distancia. Los muros nunca fueron una buena solución. Tampoco en política, pero ésa es otra historia. Buen sábado.

El síndrome de la cabaña. Los expertos han identificado con ese nombre el miedo a volver a salir de casa e ir retomando poco a poco nuestras rutinas. Tras dos meses encerrados no todos han salido en tromba a la calle. Muchos han preferido seguir confinados y esperar unos días más antes de poder disfrutar de su franja horaria. No lo ven necesario, no se sienten seguros, no creen que sea el momento y lo más importante, su casa la siguen sintiendo como un refugio. Dos meses de confinamiento provocan también esto.

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