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Lo que más me emocionó fue ver el esmero con el que se prepararon para su primera salida. Un año viendo la vida desde las ventanas de la residencia y por fin ellos volvían a ser protagonistas de esa vida que veían pasar desde su habitación. 176 personas, residentes de un centro de ancianos de Madrid, protagonizaron este miércoles una de las imágenes más esperadas desde que empezó esta pesadilla: volver a ver a nuestros mayores en la calle, haciendo vida normal… ¡Yendo al teatro!
Los 176 han recibido ya sus dos dosis de la vacuna. Están sanos, están vacunados y tienen anticuerpos. Por fin pueden poner un pie en la calle sin temer por su vida, sin miedo. Ese miedo que les ha mantenido encerrados meses, el mismo miedo que les ha aislado de los suyos. Algunos confesaban que era el primer día en casi un año que sacaban los zapatos del armario. Durante estos meses, para estar solo por la residencia, con unas zapatillas de andar por casa o como mucho unas deportivas, era suficiente. No había motivo para arreglarse. Y cuando uno se hace mayor, ese gesto de prepararse la ropa, de vestirse diferente, casi de "domingo", ponerse la camisa que se guarda para los momentos especiales, ya es motivo para levantarte el ánimo. El día, solo con eso, ya ha cambiado. Este miércoles, calzarse los zapatos por primera vez desde hace meses era solo el primer gesto de un día muy especial. El ambiente, nos decían los cuidadores, era de fiesta: "como cuando preparas una excursión". Solo el trayecto hasta el teatro ya era un regalazo: ver la vida de nuevo desde una ventana, la del microbús, ya convertía ese día en día de fiesta.
Los 176 ancianos salían de la residencia para un pase completamente único en el teatro. Iban a ver al monologuista Santi Rodríguez y ya con eso el éxito estaba asegurado. Pero el éxito no era llenar el teatro, ni que una nube de cámaras les esperase a las puertas de ese teatro. Ellos iban a ser las estrellas, sí, iban a sentarse en las butacas para disfrutar durante un rato del arte de hacer reír, del arte de reírse. No sabían que lo mejor de aquel día, el papel protagonista de esa función, iban a ser precisamente ellos y, especialmente, sus risas. Llenar el teatro de nuevo de vida, de esa vida encerrada y aislada por el maldito covid, convertía esa función en la mejor de todas. Si esas butacas hubieran podido hablar o abrazar, seguro que lo habrían hecho. Habrían compartido con ellos los momentos de silencio que han tenido que vivir durante el confinamiento. Les habrían confesado que ellas también estaban deseando sentir el roce de los cuerpos en su terciopelo rojo. Les habrían contado que también tuvieron miedo, se sintieron solas... Los teatros se cerraron y los que han vuelto a abrir lo hacen a duras penas. Intentando llenar cada función a base de imaginación y ganas. Ganas de volver a llenar esa platea con las risas y los aplausos del público, el único que da sentido a lo que hacen.
El del miércoles era sin duda el público más esperado para un artista. Un público deseoso de llenar sus retinas de nuevas imágenes, de nuevos sonidos, de nuevos olores. Un público que solo por estar ahí ya era feliz. Volver a sentirse parte de esa vida que veían pasar ya lo era todo. Volver a pasear, volver a coger un autobús para ir nada menos que hasta Gran Vía, formar parte del ruido de la ciudad, de su gente, era todo lo que deseaban y anhelaban durante todos estos meses. Porque el objetivo que les ha mantenido vivos durante estos meses no era no morir, el objetivo era poder seguir viviendo. Y no hay nada más vital que la risa.
Lo que más me emocionó fue ver el esmero con el que se prepararon para su primera salida. Un año viendo la vida desde las ventanas de la residencia y por fin ellos volvían a ser protagonistas de esa vida que veían pasar desde su habitación. 176 personas, residentes de un centro de ancianos de Madrid, protagonizaron este miércoles una de las imágenes más esperadas desde que empezó esta pesadilla: volver a ver a nuestros mayores en la calle, haciendo vida normal… ¡Yendo al teatro!
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