Andrés Saliquet, el criminal que no merece calles ni medallas

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Alejandro Sánchez Moreno

A las diez y media de la noche del 1 de abril de 1939, el Cuartel General del Generalísimo transmitió el último parte anunciando el final de la Guerra Civil española. Aquel escueto comunicado declaraba oficialmente terminada la contienda que había partido en dos España desde hacía tres años, aunque muy pronto se supo que la paz prometida no iba a ser para todos. Una vez lograda la victoria, llegaba la hora de ajustar cuentas a los territorios que todavía no habían conocido cómo se las gastaban en la zona autoproclamada como “nacional”, y así las detenciones, torturas y asesinatos masivos volverían a reproducirse en la media España que había resistido al fascismo hasta el final.

Los nuevos amos no estaban dispuestos a perdonar. A la vez que organizaban la represión, se dispusieron a levantar la estructura de una dictadura que –por supuesto–, debía estar cimentada en la justificación de un golpe de Estado que había sido bautizado como Alzamiento Nacional. Por todos es sabido que los vencedores siempre intentan escribir su propia historia, y atendiendo a ello la verdad fue reinterpretada por el franquismo a conveniencia. Así, los militares que faltaron a sus juramentos pasaron a ser héroes; los defensores de la legalidad fueron tratados de rebeldes; los que entraron brutalmente en España con ayuda alemana, italiana y mercenarios magrebíes pasaron a ser patriotas... El control absoluto de la opinión pública se antojaba vital para el Estado, y si era necesario hacer responsables a los "rojos" del bombardeo de Gernika, se hacía y punto, pues nadie iba a atreverse a protestar por ello.

Desde un principio, la hábil propaganda franquista se destacó en honrar a los mártires y héroes de la llamada "Cruzada". Las autoridades locales, en agradecimiento al poder que les había sido otorgado por la fuerza, no dudaron en enaltecer a los golpistas, y por ello el nomenclátor de nuestras ciudades y pueblos empezó a albergar nombres de militares que se habían destacado más en labores represivas que en hazañas bélicas. La llegada de la democracia primero, y la Ley de Memoria Histórica de 2007 después, fue cambiando esta situación, aunque ciertamente todavía son muchas las calles que resisten ante los nuevos tiempos.

Uno de los personajes que más está dando que hablar últimamente por la retirada de su calle en Madrid es el general Andrés Saliquet. Desde que se supo que el Comisionado de Memoria Histórica había propuesto renombrar su calle en la capital, la reacción de la ultraderecha no se hizo esperar, iniciando toda una campaña de desprestigio hacia la alcaldesa en la que destacó una carta escrita por un nieto del militar. En ella, José Luis S. Saliquet –que se ha convertido en un tuitero muy reconocido entre la extrema derecha, por cierto–, atacó a Manuela Carmena recurriendo al insulto fácil, y acusándola de intentar mentir al tratar de fascista a un "héroe" que tan sólo "defendió la propiedad privada, los derechos civiles y su juramento a España".

Lejos de esa visión idílica y tergiversada de la realidad, Saliquet podría ser considerado como uno de los más sangrientos genocidas que ha conocido la Historia de nuestro país. Un militar que no sólo faltó a su deber sublevándose contra un régimen legalmente constituido, sino que además fue un destacado responsable de la represión que sufrieron los demócratas españoles, durante y después de la guerra. Sus innumerables crímenes, que se saldaron con el asesinato sistemático de miles de personas, pueden ilustrarse en las ejecuciones públicas que el general permitió en Valladolid, en las que una multitud sedienta de sangre presenciaba divertida los fusilamientos de sus vecinos. En ese dantesco espectáculo, que hoy sólo se nos ocurriría imaginar en regímenes brutales como el del Estado Islámico, un tendero vendía anís y churros a los asistentes, entre los que se encontraban incluso niños de corta edad.

Andrés Saliquet, al que el propio Azaña definió en sus memorias como un bruto, fue el estereotipo perfecto de militar golpista. Tan enemigo de la democracia como sanguinario en sus formas, tomó parte del complot para acabar con la República desde un primer momento, siendo uno de los colaboradores más cercanos a Mola, y sirviendo de enlace entre la Falange y los oficiales destinados en Valladolid. Al iniciarse el golpe de estado, Saliquet depuso por la fuerza a las autoridades de la ciudad castellano-leonesa y rápidamente proclamó el estado de guerra en la región, iniciando con ello las acciones que le harían ser conocido como el "carnicero" de Castilla. Como pieza clave en la insurrección, Saliquet pasó a formar parte de la Junta de Defensa Nacional, y llegó a ser el máximo responsable militar del Ejército de Centro, pasando –una vez acabada la guerra– a presidir el Tribunal Especial de Represión de la Masonería y el Comunismo.

El general golpista Saliquet pierde los honores en Almería 77 años después

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Ahora conocemos por este mismo medio que además de su calle en Madrid, Saliquet conserva el título de hijo adoptivo y la medalla de oro de la ciudad de Almería. Por higiene democrática, creemos que este hecho debería ser corregido cuanto antes. No es justificable desde luego que una persona con una biografía así pueda presumir de tales premios en una ciudad que –para colmo–, fue arrasada durante la guerra por la aviación nazi, aliada de los franquistas. Los criminales no merecen medallas, y por eso es de desear que le sean retirados todos los honores en la ciudad andaluza. Esperemos que así sea, y que pueda ser por unanimidad de todos los grupos políticos, aunque mucho me temo que no será así, pues todavía hay algunos que no han sabido romper con el pasado franquista. Ojalá me equivoque. _________

Alejandro Sánchez Moreno

es historiador

A las diez y media de la noche del 1 de abril de 1939, el Cuartel General del Generalísimo transmitió el último parte anunciando el final de la Guerra Civil española. Aquel escueto comunicado declaraba oficialmente terminada la contienda que había partido en dos España desde hacía tres años, aunque muy pronto se supo que la paz prometida no iba a ser para todos. Una vez lograda la victoria, llegaba la hora de ajustar cuentas a los territorios que todavía no habían conocido cómo se las gastaban en la zona autoproclamada como “nacional”, y así las detenciones, torturas y asesinatos masivos volverían a reproducirse en la media España que había resistido al fascismo hasta el final.

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