El gran mantra de Isabel Díaz Ayuso contra cualquier persona, colectivo o fuerza que ose hacerle oposición es, como un insulto, decir que hace política. La presidenta de la CAM, cuya formación es escasa (es periodista, sé de lo que hablo), no es otra cosa sino una política. De hecho, sin la política no sería nada relevante salvo, quizá, tertuliana incendiaria en tertulias no tan bien pagadas como ustedes se creen. Es decir: sin su carrera política no sería gran cosa en la esfera pública; sin la política, Ayuso se queda a cero. Ni siquiera proviene de un origen privilegiado que le hubiera garantizado un futuro halagüeño habida cuenta de su formación. Nadie le debe más a la política que ella. Y nadie la vilipendia más.
Gran parte de la culpa de que la política esté tan denostada, incluso de que los propios partidos lo estén, es, evidentemente, de quienes la han ejercido en las últimas décadas de manera profesional. Si se quejaran de que se trata su oficio con desagrado por parte de la población no tendrían más que mirarse a ellos mismos. Por ejemplo, cuando en 2019 Borja Sémper se presentó a alcalde de Donosti, su eslogan de campaña fue "No es política, es San Sebastián" y en el cartel electoral no aparecía el logo del Partido Popular. Verlo ahora hablar de los dos grandes partidos de España como las dos patas de la misma mesa en la que asentar la gobernabilidad de todos da bastante coraje.
Hay que resignificar la palabra política. Hay que defenderla, ensalzarla y valorar a quien la ejerce con honestidad, bravura y coste personal
Cuando la derecha solo puede identificar a la izquierda con valores positivos (avances sociales, defensa de temas que son consensos de país que solo cuestiona la derecha) tiene a mano acusar a sus rivales de dogmáticos, sectarios o, directamente, políticos. Ningún triunfo cultural mayor del conservadurismo que hacer pasar sus dogmas (el capitalismo más despiadado fundamentalmente) como "lo que hay". Lo normal, lo natural, el orden es la defensa de unos postulados que conllevan desigualdad, destrucción del planeta y ruptura de consensos amplios de país, como la Sanidad Pública o el derecho al aborto, que ya nos ha dicho Sémper (desde la moderación) que no es un derecho de las mujeres.
Pero lo más triste es que sin las batallas ideológicas, sin los rifirrafes dialécticos, sin ese ejercicio maleducado y tan poco humano del parlamentarismo, Díaz Ayuso no sería nada ni en política ni, insisto, en la parte más relevante de la sociedad. Carece de formación y voluntad para ejecutar ningún aspecto técnico del ejercicio de gobernar. Y creo que tampoco hace falta: ella es una líder política que, rodeada de personas con capacidades concretas para cada área, debe dirigir los destinos de una Comunidad que los votos de los ciudadanos le concedieron gobernar. Ante esto, una defensa radical de la política es la respuesta. Independientemente de quien la ejerza en la esfera institucional. Independientemente de cómo lo hagan. Sin política los ciudadanos nos quedamos huérfanos. Sin política no nos podríamos defender. Sin política no existiría Díaz Ayuso y eso sería un drama para las personas para las que ella la ejerce, lo que sería nefasto para ellos y para la democracia. Sin politica gobierna el capital y Ayuso trabaja solamente para el capital. Como Borja Sémper.
Por eso hay que resignificar la palabra política. Por eso hay que defenderla, ensalzarla y valorar a quien la ejerce con honestidad, bravura y coste personal. Hay que defender la política contra la mayor política de todas. Hay que defender la política para que Díaz Ayuso no gane.
El gran mantra de Isabel Díaz Ayuso contra cualquier persona, colectivo o fuerza que ose hacerle oposición es, como un insulto, decir que hace política. La presidenta de la CAM, cuya formación es escasa (es periodista, sé de lo que hablo), no es otra cosa sino una política. De hecho, sin la política no sería nada relevante salvo, quizá, tertuliana incendiaria en tertulias no tan bien pagadas como ustedes se creen. Es decir: sin su carrera política no sería gran cosa en la esfera pública; sin la política, Ayuso se queda a cero. Ni siquiera proviene de un origen privilegiado que le hubiera garantizado un futuro halagüeño habida cuenta de su formación. Nadie le debe más a la política que ella. Y nadie la vilipendia más.