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Explicaba Ángel Cappa en el libro Futbolistas de Izquierdas (es un asco citarme a mí mismo, pero es que no he encontrado otro ejemplo mejor para abrir este texto) el proceso por el cual un chico humilde que llega a ser una estrella de fútbol se desclasa: "Los meten en una trampa. Les hacen vivir la ilusión de un ascenso social, aunque en realidad no es así. Los quitan de su clase social y los dejan en el aire, los apartan de la realidad a conciencia. No es que se olviden de dónde provienen, sino que se alejan. Toman las costumbres (...) del opresor. O digamos que, de otra clase social, por no ser tan drástico. Y quedan desplazados, quedan perdidos, porque jamás son admitidos en esa élite a la que ilusamente les hacen creer que pertenecen. Solamente se les acercan por fama, y después de los cinco minutos que dura la fama quedan otra vez en el aire, ni son del barrio ni son de la alta sociedad".
Que gente de clase obrera asuma lo que Cappa llama "las costumbres del opresor" no es tan grave como que asuma el discurso del opresor. Cuando tienes una voz y un lugar prominente en la sociedad, con posibilidad de ser un altavoz en el que se fije otra gente, y eres de clase obrera, exigir una absoluta coherencia (como en casi todo) es suicida y falsario, pero mantener la brújula es obligatorio. Tener conciencia de clase es asumir que perteneces a una colectividad. Si tu conciencia es la de la clase obrera, que perteneces a una colectividad atravesada por opresiones y que requiere de la solidaridad y la colectividad para tener una vida digna. Ya que tú la tienes, debes usar tu posición para, al menos, no ayudar a la opresión de los tuyos.
Ibai Llanos es un chaval de clase obrera que pertenece a un mundo en el que, desde tu habitación, sin ayuda de nadie, puedes ser millonario. Lo logran decenas entre cientos de miles y él es, simplemente, el mejor en lo suyo.
Que tiene conciencia de clase es una evidencia. Yo me pongo su canal de vez en cuando. Me entretiene él, es muy bueno. Un día estaba enseñando la casa en la que vivía con sus compañeros, la que dejaron antes de la que tienen ahora. Una de las cosas que destacaba es que tenía un baño propio en su habitación. "Eh, si tienes baño en tu habitación es que la vida te va muy bien", decía. Con toda la razón. Yo de pequeño nunca lo tuve. Mis hijos ahora sí. Les enseñaré que la vida les va muy bien, que son unos privilegiados. Puedo quedarme tranquilo con que vean mucho a Ibai, porque de él no aprenderán un mundo de mentira.
En Lo de Évole Ibai maravilló a un país. Es normal porque ese chico es una bendición. Es un líder de opinión para miles de personas y lo es desde la conciencia de clase. Yo agradezco de verdad que exista.
Ahora, lo adelanto: Ibai se equivocará. Transmite muchas horas al día y la cagará, dirá o hará algo que nos indigne, saldrán informaciones sobre él que nos harán pensar que no es "tan bueno". Pues desde aquí lo digo: sí es tan bueno. Tiene lo básico. Lo que me gustaría que aprendieran mis hijos. Y el día que la cague trataré de decirles que sí, que eso que haya hecho estará mal, como lo están cosas que hago yo u otra gente que deben ser sus referentes. Que las personas, seres erráticos en su inmensísima mayoría, sean referentes para otras personas es un inmenso error de la civilización, pero eso ya no lo podemos evitar. Funciona así. Así que más nos vale que salgan los Ibais como setas, que nuestros hijos los quieran como yo le quiero a él, porque mantenerse en la conciencia de clase cuando la vida te da tantas razones para no hacerlo tiene mucho mérito. Le doy las gracias y, sobre todo, se las doy a sus padres. Ojalá servidor sea capaz de hacerlo tan bien como ellos.
Explicaba Ángel Cappa en el libro Futbolistas de Izquierdas (es un asco citarme a mí mismo, pero es que no he encontrado otro ejemplo mejor para abrir este texto) el proceso por el cual un chico humilde que llega a ser una estrella de fútbol se desclasa: "Los meten en una trampa. Les hacen vivir la ilusión de un ascenso social, aunque en realidad no es así. Los quitan de su clase social y los dejan en el aire, los apartan de la realidad a conciencia. No es que se olviden de dónde provienen, sino que se alejan. Toman las costumbres (...) del opresor. O digamos que, de otra clase social, por no ser tan drástico. Y quedan desplazados, quedan perdidos, porque jamás son admitidos en esa élite a la que ilusamente les hacen creer que pertenecen. Solamente se les acercan por fama, y después de los cinco minutos que dura la fama quedan otra vez en el aire, ni son del barrio ni son de la alta sociedad".
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