Aquí me cierro otra puerta

Que vuelva el estado de alarma

Quique Peinado

Si ustedes votaron a Vox, CUP, PP, Compromís, BNG, Bildu, JxC, ERC, UPN o Foro, en algún momento del confinamiento vieron cómo sus partidos se abstuvieron o votaron en contra del estado de alarma. Me atrevo a decir que todos ellos por intereses particulares y nunca por el bien general y verdadero de los españoles, que, con matices, somos ustedes y yo. La realidad de esta pandemia es que la única medida valiente y con calado que se ha tomado en vista de la gravedad de lo que ocurre, y se tomó tarde y porque no había más cojones, fue el confinamiento general del país. Esa decisión solo se pudo tomar bajo el paraguas jurídico de un estado de alarma que permite asumir pronunciamientos radicales sin sobresaltos y que nos pone a todos en eso, en alarma. Nos cambió la forma de vivir, que es lo que verdaderamente necesitamos para no estar atrapados para siempre en este bucle de miedo e incertidumbre que es esta pandemia, al menos en España. El estado de alarma es un instrumento jurídico y un estado de ánimo.

La cruda realidad es que nadie quiere aplicar el estado de alarma en España (el Gobierno, el primero) y que cada negociación parlamentaria fue un parto para conseguirlo. De hecho, si a alguien no le cambiaba yo el trabajo durante esa época era a los trabajadores esenciales y a Adriana Lastra. El Gobierno cedió por imposibilidad de mantenerlo, y ahora, según leí en El País citando fuentes gubernamentales, sigue sin tener el apoyo parlamentario para otras reformas legales que permitirían más flexibilidad autonómica para asumir medidas duras. Tampoco parece hacer falta: salvo un par de jueces de Madrid y Barcelona, la justicia no se está oponiendo a las nuevas normas, por extraordinarias que sean.

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Supongo que los asturianos o los castellanos y leoneses están bastante más tranquilo de lo que estoy yo, padre madrileño con dos hijos pequeños, y que una posible vuelta del estado de alarma no está entre sus prioridades en la vida. También entiendo que los valencianos ven la vuelta al cole con algo más de optimismo que servidor.

Pero es muy duro analizar, a día de hoy y después de todo lo que hemos pasado, la incapacidad absoluta de España de dejar de pegarse tiros en los pies. Cómo durante el estado de alarma se mercadeó con los votos, se buscó arrimar el ascua a la sardina de cada uno cuando todos estábamos achicharrados. Y pensar que nunca vamos a ser capaces de poner por delante las necesidades de todos. El nacionalismo victimista, que hoy representa como nadie Isabel Díaz Ayuso en Madrid (quién me iba a decir a mí, madrileño centralista, que viviría en una región que le ha pasado por la derecha a todos los nacionalismos en búsqueda de enfrentamientos pueriles y sobreactuados con el Gobierno de España), ya no es que me joda: es que me genera una profunda desidia. Desidia de nosotros como país, porque no hay un dios que nos aguante. Somos insoportables, todos.

Pero al menos con el estado de alarma uno sentía que había una sola ventanilla a la que tirarle piedras. Supongo que eso es ser una nación. Y, desde luego, con todo lo mal que lo hizo el Gobierno, ha sido el único momento en este 2020 en el que he sentido que casi todas las decisiones que se tomaban, aunque fueran un desastre o se ejecutaran tarde y mal, eran solo por el bien de todos. Sé que si regresara el estado de alarma todo volvería a ser un mercadeo parlamentario de intereses, pero al menos sentiría que formo parte de un país. Y, sorprendentemente, eso me consuela.

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