Los anuncios

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Malas noticias: estoy tieso (¡boquerón!), así que he tenido que degradar todas mis suscripciones. Netflix con anuncios, Youtube con comerciales. ¿Disney? Con autobombo. Como resultado, mi vida se ha convertido en una incansable sucesión de spots comisariados por el omnisciente algoritmo, que el pobre no da ni una.

Verán. La otra tarde, mientras hocicaba en la espesa maleza del internet de nicho (llevo unos días obsesionado con el mercado especulativo de las zapatillas deportivas, la burbuja de los tulipanes de la generación zeta), fui interrumpido por el intrépido Jesús Calleja. "¿Sabes lo muchísimo que contamina internet?". ¡Rediós! El videíto lo tenía todo: una monserga sobre los peligros de internet divulgada en formato audiovisual (¡otra oportunidad perdida para las palomas mensajeras!) pronunciada por un señor al que le gusta cogerse avionetas y helicópteros para llegar al risco más cercano. Para colmo, la fiesta la pagaba un banco. No recuerdo cabriola tan prodigiosa desde Black Mirror, aquella serie sobre los peligros de la tecnología que disfrutabas en un iPad, enganchado al caño gordo de la fibra óptica.

Si voy a destruir el planeta (lo siento, señor Calleja), que sea sin interferencias

No me había repuesto de la incendiaria proclama callejil (¡los pobres estáis jodiendo el planeta con vuestros grupitos de whatsapp!) y ya me servían la segunda taza. Una muchacha, aposentada sobre un croma, me preguntaba dónde pensaba ir de vacaciones. "Pues verás, es que tengo que entregar un libro en octubre, así que creo que este año…", respondí, timorato. En mi casa, la cortesía alcanza extremos inimaginables. No había terminado de explicarle mi penosa situación estival cuando la maleducada prosiguió su bravata. "A todos nos encanta Nueva York, pero quizás no te alcanza el presupuesto". Caramba, primero me interrumpen y luego me llaman pobre. "Quizás quieras descubrir la Nueva York del Mediterráneo". ¡Por supuesto! "Con cincuenta y siete rascacielos, Benidorm…". Por poco me atraganto. Benidorm, tremenda metrópoli, mamasita. Los yihadistas del 11S tenían un plan de contingencia: si no conseguimos estrellarnos contra el World Trade Center, volantazo y caminito de Alicante.

Quiero pensar que el eslogancito lo han parido los mismos de Murcia, qué hermosa eres y Teruel existe. Otro que parece reivindicar su existencia es Antonio Lobato, el periodista de automovilismo (tiene que haber de todo, oigan). El tipo quiere comprar mi coche. Un Seat, no se crean que. "Hola, soy Antonio Lobato". No soy famoso y no quisiera hacerle un anonimusplaining, pero algo me dice que no estás en el olimpo de las celébritis si tienes que presentarte. Uno no se imagina, no sé, a Beyoncé dando sus señas en un anuncio de perfumes. "Hola, soy el papa Francisco y esto es Jackass". Pues no.

El tal Lobato (cómo sonríe el tío, ¿eh?) me saluda dieciocho veces al día. Ignoro por qué una marca que compra coches y que tiene por nombre compramostucochepuntoes ha sentido la necesidad de meter más personajes en la ecuación. ¿A quién se le habrá ocurrido enturbiar semejante simbiosis de fondo y forma?

No sigo la Fórmula 1 (como cualquier persona de bien), pero intuyo que el deporte va en decaída. Si no, ¿por qué Fernando Alonso me vendería fibra óptica? Para colmo, le hacen de comparsa los dos peluches de El Hormiguero. No sé ustedes, pero yo no confiaría la estabilidad de mi conexión a esa panda. Si voy a destruir el planeta (lo siento, señor Calleja), que sea sin interferencias. Aunque imagino que tiene su público, oiga. Probablemente, los mismos que compraron los fondos de inversión que anunciaba Iker Casillas.   

Malas noticias: estoy tieso (¡boquerón!), así que he tenido que degradar todas mis suscripciones. Netflix con anuncios, Youtube con comerciales. ¿Disney? Con autobombo. Como resultado, mi vida se ha convertido en una incansable sucesión de spots comisariados por el omnisciente algoritmo, que el pobre no da ni una.

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