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Carta abierta a los doscientos de Chueca

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Solo erais doscientos. Lástima que no hubierais podido reunir a cien más. Trescientos es un número más apropiado para vuestra gesta. En la película homónima un grupo de espartanos al mando del rey Leónidas intentaba, apostándose en un angosto desfiladero del paso de las Termópilas, impedir que el ejército persa invadiera Grecia. Por el desfiladero de Chueca nos ha invadido lo peor, la ruina de este país: hombres que son capaces de distinguir entre el verde jade y el verde lima y a los que solo importa España cuando concursa en Eurovisión.

Es verdad que no erais muchos, que, por utilizar la métrica del barrio, escasamente llegaríais a llenar una carroza. Pero, aun así, el impacto de vuestros recios y anabolizados argumentos consiguió que la convocatoria fuera liberada de ser sometida a ese baremo que mide el éxito en este tipo de citas: el número de participantes. Si doscientas personas se hubieran reunido gritando en contra de la Agenda 2030 y 2050, que era el lema con que fue comunicada la marcha para engañar a las autoridades, la palabra fracaso habría resumido el resultado de la manifestación.

Pero vosotros recorriendo esa nueva Sodoma al grito de "fuera maricas de nuestro barrio" y "fuera sidosos de Madrid" no erais una manifestación al uso sino, más bien, una expedición de machos alfa adueñándose de un territorio. No me atrevo a asegurar de qué especie porque, como seguramente sabéis, muchos animales practican la homosexualidad, lo cual me invita a sugeriros una visita al zoo de Madrid bajo el lema "fuera maricas de nuestras jaulas". En cuanto a lo de proscribir enfermos, yo echaría también a los asmáticos. El asma es un síntoma intolerable de debilidad. Se empieza inhalando Ventolin y se acaba de decorador de interiores.

Respecto a vuestra estrategia, tengo que reconocer que lo del engaño burocrático ha sido una jugada maestra. Aunque deberíais revisar vuestras filas: un detalle de tan astuta malicia como ese solo puede ser obra de la mente perversa de un gay. Cuidado con los infiltrados, compañeros. No es difícil desenmascararlos, basta con proponer entre vuestras bases una quema de libros. El que sepa dónde encontrarlos es el topo.

Os confieso que me hubiese gustado asistir, pero con ese lema de las agendas no fui capaz de intuir de qué iba la cosa. Podría haber vislumbrado algo si al "No a la agenda 2030 y 2050" le hubierais añadido un "Sí a la agenda siglo XIII".

A la próxima no solo no faltaré sino que iré preparado. Me acabo de hacer un injerto capilar en las axilas para reafirmar mi virilidad. Ahora, cuando hago el saludo nazi parece que tengo a un rastafari acampado en el sobaco. Por no hablar de mis ingles. Les he aplicado lo que el Seprona denomina "técnica de repoblación intensiva". Vais a flipar cuando os las enseñe. Porque eso es lo que hacemos los súper heteros en los ratos libres, ¿no? Comparar marcas de esteroides, hacer abdominales y gastarnos bromas que incluyan enseñar los genitales. Al menos así es como yo entiendo la camaradería macho premium.

Pero, antes de la siguiente quedada, conviene reflexionar sobre la reacción de los partidos a vuestra hazaña. Sé que reflexionar no es lo nuestro, no nos sale bien, nos atascamos como un Panzer en la estepa rusa. ¡Y lo que duele reflexionar! Esa punzada en las sienes que parece que te va a estallar la cabeza. Me han dicho que es por los esteroides, pero yo creo que es un efecto secundario de ser tan hombres.

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El caso es que la condena de todas las formaciones excepto Vox era algo esperado. Aunque lo de Vox ha sido peor. ¿Quién podía esperar que Santiago Abascal dijera de vosotros que sois "una banda de locos y de fanáticos gritando barbaridades que no representan a ningún español?". Comprendo vuestro previsible desconcierto. Os imagino preguntándoos: "Pero, ¿no decía Santi que hay un lobby gay que está imponiendo su ideología? ¿Pero no había prometido derogar la ley que permite que se casen? ¿No era partidario de que las parejas gais tuvieran trabas a la hora de adoptar? ¿No estaba en contra de que en las escuelas se enseñe a los niños que un gay tiene los mismos derechos que alguien normal? ¿No quería sacar la fiesta del Orgullo del centro porque molesta a muchos madrileños? Pues en eso estamos. Lo que ocurre es que son enunciados demasiado largos para gritarlos en una manifestación. Nosotros, menos dados a las florituras, condensamos el mensaje y queda así: Fuera maricas de nuestro barrio".

¡Ay, compañeros! Si para gente como nosotros reflexionar no llevara aparejada esa insoportable cefalea que nos impide profundizar en cualquier asunto, las palabras de Abascal podrían entenderse como un ejercicio supino de cinismo o como prueba de la magnitud de nuestra derrota. O como ambas cosas. Si hasta Vox, aunque no condene el acto, se ve obligado a desligarse tan groseramente de él, la guerra está perdida. La han ganado los gais y la malévola modernidad que los apoya. Podemos simular que no es así con esporádicas escaramuzas, pero estamos bien jodidos. Metafóricamente, claro. Por ahí detrás ni el bigote de una gamba.

Y, encima, habéis tenido que soportar que Santi, al que considerabais un colega, diga que vuestra marcha "apesta a cloaca socialista". Pobres. No se me ocurre mayor insulto. Tenéis todo mi apoyo y comprensión si, con el martilleo de la punzada reflexiva en la mollera, os asalta la duda: "¿Para esto me he jugado yo la vida en Chueca arriesgándome a que un gay me tire un beso y me dé?".

Solo erais doscientos. Lástima que no hubierais podido reunir a cien más. Trescientos es un número más apropiado para vuestra gesta. En la película homónima un grupo de espartanos al mando del rey Leónidas intentaba, apostándose en un angosto desfiladero del paso de las Termópilas, impedir que el ejército persa invadiera Grecia. Por el desfiladero de Chueca nos ha invadido lo peor, la ruina de este país: hombres que son capaces de distinguir entre el verde jade y el verde lima y a los que solo importa España cuando concursa en Eurovisión.

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