La SER y la libertad de expresión

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La SER me ha comunicado su decisión de prescindir de mi colaboración en Hora 25. Sería fácil culpar al malvado Cebrián, declararme represaliado por mi ideología de izquierdas o presentarme como una víctima más de una libertad de expresión en retroceso en España. Pero, aunque alguna de esas descripciones fuese cierta, el cuadro no debe ser pintado con brocha gorda.

Vayamos por partes (y con pincel algo más fino); en concreto, con tres partes: lo de Manuel Rico, lo del Grupo Prisa y lo del panorama mediático.

Por las responsabilidades que he ocupado en diversos medios de comunicación, me ha tocado contratar y despedir a muchos colaboradores. Los columnistas o tertulianos solemos ser gente con un altísimo concepto de nosotros mismos (al parecer hay algún caso en que ese juicio está incluso justificado). Nunca me ha ocurrido que llamase a Mengano para ofrecerle una colaboración y me respondiese: "No, hombre, no, ¿cómo me vas a contratar a mí? Quien es realmente brillante es Zutano. Llámalo a él, que va a funcionar mucho mejor que yo, Mira, te doy su móvil. Toma nota...". Y, sin embargo, cuando años después prescindes del mencionado Mengano, hay un porcentaje no menor de posibilidades de que considere que su salida certifica la muerte de la libertad de expresión en Occidente. Ese mismo periodista que aceptó encantado ir a la tertulia, dando por supuesto que su presencia era todo un acierto, no suele preguntarse si su salida es razonable porque ya eran repetitivos sus argumentos, porque hay gente mejor o porque sus ideas chocan frontalmente con la línea editorial del medio.

Empecé a colaborar con Hora 25 hace tres años. Un día recibí un correo de Pedro Blanco, a quien no conocía, preguntándome si me apetecía ir a la tertulia en verano. Me sentí halagado porque la SER era mi emisora e imagino que di por supuesto que era el mejor fichaje que podían hacer porque no les propuse ningún nombre alternativo. Al final de aquellos meses de estío, Àngels Barceló me propuso continuar durante la temporada, así que consideré confirmada la buena opinión que tengo sobre mi valía profesional y acepté feliz. Tomando una caña con ella y con Pedro, recuerdo que les comenté: "Mis ideas son a veces algo radicales para la SER y trabajo en infoLibre. Cuando tengáis que prescindir de mí, no hay problema. No voy a declararme víctima de nada. Lo único que pediré es que nos vayamos a tomar otras cañas".

A estas alturas, creo que mi argumento está bastante claro: la cadena SER puede contratar y despedir como tertuliano a quien le dé la gana. Ni el día que comencé a colaborar allí fue un día luminoso para la libertad de expresión en España, ni el día que prescindieron de mis servicios aquella se tiñó de luto. La SER es una empresa privada y responde ante sus accionistas y ante su audiencia. Sus oyentes son los que deben valorar la calidad del producto que reciben. Y, por supuesto, tengo la misma opinión de Àngels Barceló hoy que ayer: es una periodista excelente, íntegra a carta cabal. Con ella o con Pedro Blanco al frente del programa, siempre he opinado con absoluta libertad. Es simplemente un lujo trabajar con profesionales así.

Vamos con lo del grupo Prisa. Más allá de peripecias personales, creo que es una tragedia para la izquierda de este país el giro en la línea editorial de sus medios, y muy especialmente de El País. Pertenezco a una generación que se educó política y periodísticamente con ese diario, que llegó a tener una enorme calidad. Pero está ocurriendo con él lo mismo que en aquel cuento de Cortázar titulado La casa tomada. Primero, el grupo empezó a tener tantos intereses en el mundo de las editoriales, que algunas páginas de Cultura había que leerlas con precaución. Después, Prisa se expandió por Latinoamérica y el fervor de algún converso llevó a publicar aquella portada de un Chávez moribundo que no era Chávez, ejemplo paradigmático de cómo se informa sobre ciertos países. Luego, bancos y grandes empresas entraron directamente en el accionariado del grupo y hubo que dar por perdidas muchas páginas de Economía. Y ahora han llegado al mando del periódico los liberales, que han decidido que formas parte de la anti-España si no defiendes que Rajoy debe gobernar, lo que está lastrando muy seriamente las secciones de Política y de Opinión. Hasta las encuestas quedaron malparadas desde aquel día en que se consideró necesario apuntillar a Tomás Gómez y se publicó un sondeo en el que casi todos los madrileños se declaraban conocedores de su defenestración pocas horas después de que lo destituyesen en un día laborable, fenómeno que habría sido ciertamente único en la historia de la demoscopia.

El giro a la derecha del grupo Prisa es dramático porque desequilibra por completo el panorama mediático en España. La derecha (ya me perdonarán quienes piensan que esas categorías están muertas) siempre ha tenido una mayoría cuantitativa, pero la potencia y la credibilidad de El País y de la SER equilibraban la batalla mediática en términos cualitativos. Ese mundo se acabó. Y por eso nos encontramos con unanimidades como en las fallidas investiduras, cuando los cuatro periódicos editados en Madrid decidieron que el culpable del fracaso de Pedro Sánchez era Pedro Sánchez y que el culpable del fracaso de Mariano Rajoy también era Pedro Sánchez. Una forma de razonar que provoca grandes rasgamientos de vestiduras en las redes sociales. Y poco más.

Total, que la situación mediática es la siguiente: en un lado están las principales cadenas públicas y privadas de televisión, casi todas las radios, el 90% de los periódicos nacionales y provinciales y un sinfín de medios nativos digitales, desde los que están bien hechos hasta los que son bazofia empaquetada en formato de periódico. Y en el otro lado hay cuatro programas de tele en La Sexta y Cuatro, tres de radio y un puñado de medios digitales, la mayoría de ellos pequeños y con serias dificultades para alcanzar el equilibrio financiero.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Pues muy sencillo: somos responsables los editores, directivos de medios y lectores que afirmamos ser de izquierdas, que denunciamos la situación mediática, que nos llenamos la boca con la importancia de la libertad de prensa y que no hemos sabido o querido crear, defender o apoyar medios que reflejen esa visión del mundo (pudiendo hacerlo, claro). Somos responsables los miembros de esa izquierda divina que da en Twitter unas lecciones que te quedas boquiabierto. Una izquierda que en muchas ocasiones oculta bajo su divinidad una mentalidad minifundista y cainita. Ni más, ni menos.

He vivido esa experiencia en Público

Público, el último intento de hacer un periódico de izquierdas en papel. Seguro que el editor cometió muchos errores (y muy especialmente en los ocho meses que precedieron a su cierre) y desde luego que los periodistas que desempeñamos cargos de responsabilidad pudimos hacerlo mejor (yo llegué a subdirector, así que me corresponde buena parte de la culpa). Pero también hay otro factor a tener en cuenta: si vendiese el doble en el quiosco, si lo comprasen todos aquellos que decían comprarlo o si lo hubiesen apoyado de verdad quienes lo ensalzaban como un medio clave ante la entonces ya incipiente deriva de El País, en cualquiera de esos supuestos Público sería hoy un periódico boyantePúblico.

A otro nivel, también se van acumulando ciertas experiencias frustrantes en infoLibre. El suscriptor de Podemos que anuncia su baja si sigue escribiendo Luis Arroyo, aquella fuente del PSOE que deja de ayudarte porque para su gusto eres demasiado podemita... ¿De verdad estamos tan ciegos como para pretender que se haga prensa de partido? El rival va ganando 5 a 1, pero algunos prefieren que no marque el delantero centro de su equipo porque un día le miró mal en un entrenamiento.

Y, sin duda, lo más difícil es explicar algo que a priori parece fácil de entender: la necesidad de que los lectores que puedan permitírselo paguen para que un medio sea libre e independiente. Me refiero libre e independiente de verdad, ya sabemos que todos nos proclamamos así en nuestros principios editoriales. Si usted quiere que un medio no esconda la noticia de que El Corte Inglés lleva cinco años sin pagar el impuesto de sociedades y además desea que ese mismo medio no dependa del poder político de turno, ¿cómo cree que se puede financiar? Parece evidente: el periodismo lo puede pagar El Corte Inglés (y las demás grandes empresas), lo puede pagar Moncloa o el Gobierno autonómico o local al mando o lo pueden pagar los lectores. No hay más.

Por supuesto, no hablo sólo de infoLibre. Habrá muchísimos ciudadanos a quienes no le guste este periódico o que prefieran otros medios y sólo puedan respaldar económicamente a uno de ellos. Porque, lógicamente, si todos los periodistas que nos quedamos en el paro pretendemos montar un periódico digital y tener miles de suscriptores, entonces estamos para encerrarnos. Sólo digo que si vamos perdiendo por goleada es en buena parte culpa nuestra: de los editores, de los directores y de los lectores de izquierda (como estoy en las tres categorías es fácil adivinar que me doy triplemente por aludido). Nuestra es la responsabilidad de crear medios potentes, creíbles y de calidad.

Finalizo. Efectivamente, la SER ha decidido prescindir de mi colaboración. Tiene todo el derecho del mundo y no me he convertido en ningún héroe de la libertad de prensa. Los oyentes juzgarán si esa decisión es o no acertada. Por mi parte solo tengo palabras de agradecimiento para Àngels Barceló y Pedro Blanco, a quienes seguiré escuchando donde quiera que hagan radio. Agradezco muchísimo todos los mensajes de apoyo recibidos, que me han animado a escribir este artículo, que creo que se puede resumir en una frase: esto no va de Manuel Rico, esto va de infoLibre. Apoyen, en la medida de sus posibilidades, a los medios cuya independencia quieran preservar. El éxito de la manifestación dependerá del número de manifestantes, no de quienes aplauden desde las ventanas.

La SER me ha comunicado su decisión de prescindir de mi colaboración en Hora 25. Sería fácil culpar al malvado Cebrián, declararme represaliado por mi ideología de izquierdas o presentarme como una víctima más de una libertad de expresión en retroceso en España. Pero, aunque alguna de esas descripciones fuese cierta, el cuadro no debe ser pintado con brocha gorda.

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