Está claro que a David Cameron le gustan las urnas, lo que es muy democrático, y a Bruselas la emoción extrema. Después de la consulta sobre la independencia de Escocia, llega el referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la UE. Del Grexit (Greek Exit) de primavera de 2015, como emblema de las políticas de ajuste, hemos pasado al Brexit, ejemplo de la rebelión de los Estados ante la pérdida de soberanía.
Los británicos, inventores del sarcasmo y de los titulares precisos, ya tienen su golpe de ingenio al inventar un término pro europeo con el que hacer frente a los euróbofos: Bremain (Britain Remain).
El 23 de junio será la segunda vez que los británicos se pronuncien sobre su pertenencia a la Unión. La anterior fue el 5 de junio de 1975. La pregunta era clara: “¿Piensa que el Reino Unido debe permanecer en la Comunidad Europea (Mercado Común)?”. Ganó el sí con un 67%.
Cuarenta y un años después los papeles parecen invertidos: los laboristas, que entonces estaban en el poder, se dividieron: gran parte del Gobierno defendía el sí, pero las bases y algunos ministros hicieron campaña por el 'no'. La división se ha trasladado ahora a los conservadores; el primer ministro Cameron está a favor de la permanencia, y su principal rival en el partido, el ambicioso alcalde de Londres Boris Johnson, se ha erigido en abanderado de los eurófobos.
Debajo del asunto de fondo, el de permanecer o no en la UE, fluyen las ambiciones personales y el tacticismo de los partidos y en los partidos. Johnson centra su estrategia en lograr el puesto de primer ministro, que es lo que le mueve, no las consecuencias del Brexit. Si Cameron perdiera el referendo, Johnson tendría el camino expedito hacia Downing Street; si Cameron gana, las opciones de Johnson seguirán intactas. Es lo que anglosajones llaman una win-win situation. El actual primer ministro tory necesitará una victoria convincente para seguir en el puesto.
Antes de avanzar en el texto deberíamos advertir de que el debate es bastante más inglés que británico, pues es en Inglaterra donde se concentra el rechazo mayor. Los soberanistas escoceses ya han anunciado que una victoria del 'no' les llevaría a exigir un nuevo referéndum para independizarse del Reino Unido y seguir en la UE. Este es el discurso oficial, la realidad es que en Escocia también hay euroescépticos y están creciendo.
Los ingleses son los únicos que no se sienten británicos, porque ellos solo se sienten ingleses, una especie de título nobiliario que tenía su prestancia en los tiempos del Imperio y de la reina Victoria. De alguna manera, Inglaterra, es decir, los ingleses, no han digerido bien el declive nacional, más que evidente desde 1945.
Ya no son una potencia mundial, pero tienen la City, que rivaliza en importancia con Wall Street; y una ciudad como Londres, que rivaliza con Nueva York. La grandeur inglesa no tiene nada que envidiar a la Francesa. Los euroescépticos soportan mal que la UE esté gobernada por Francia y Alemania, y desde el estallido de la crisis, solo por Alemania. Algunos tratan de vender que es un voto contra la Europa madrastra. Es un discurso que gusta en un país empobrecido.
Con el Brexit, Europa se juega su futuro. Ya tiene a los checos en cabeza de la lista de los que se quieren marchar. También han caído mal las concesiones de los líderes europeos a Cameron para que pueda ganar su referéndum.
Reino Unido y EEUU mantienen una relación compleja sin llegar al amor-odio; se percibe a los estadounidenses como el hijo espabilado que ha superado los logros de los padres. A Churchill se le atribuye una frase genial que por su brillantez parece de Bernard Shaw: los ingleses y los americanos están separados por un idioma común. Otros en Europa consideran que el Reino Unido es el caballo de Troya de EEUU y que Barack Obama ayudará a Cameron a permanecer en la UE.
Ya que menciono a Shaw, tiene esta otra cita lanzada en un programa de la BBC: "A los ingleses les gusta presumir de lo que no es suyo. Presumen del té, que es de Ceilán; del whisky, que es escocés, y de Bernard Shaw, que es irlandés".
Bruselas se convirtió muy pronto, desde los tiempos de Margaret Thatcher, en el símbolo de todos los males, bajo el lema de "Europa nos roba", permítanme el juego. Esa culpabilización constante no creó un clima positivo pese a que el Reino Unido ha logrado varias excepciones, la última hace unos días para que Cameron pudiera defender mejor la continuidad.
Un día después del bombazo de Boris Johnson, por muy previsible que fuera, la libra esterlina se ha desplomado y los líderes de algunas grandes empresas han salido en tropel para advertir de que un Brexit sería catastrófico y costaría miles de puestos de trabajo. Además, según dicen, numerosas multinacionales con sede en el Reino Unido podrían tener la tentación de mudarse a Holanda o a una Escocia independiente. Para la libra, un indicador de confianza, las previsiones son nefastas.
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