"En la vida se puede ser de todo menos pesado", solía decir el gran Rafael Azcona, y uno procura tenerlo presente cuando está harto ya de escucharse a sí mismo advertir de los riesgos que supone la desinformación y de las consecuencias de la debilidad del periodismo fiable frente a la potente eficacia de los bulos como instrumento de acción política, de prescripción cultural y de imposición de intereses económicos y empresariales. Si hubiera que elegir un deseo para este 2022 (más allá de la buena salud física y mental de la gente a la que uno quiere) el mío no sería que desapareciesen los bulos (la ingenuidad tiene límites, y la magia también), sino que consiguiéramos al menos contrarrestar sus efectos más nocivos y avergonzar a quienes desde la política o los medios los utilizan con absoluto desparpajo.
No ha habido un solo día en esta primera semana de 2022 en el que no se haya acaparado el ruido mediático con bulos de mayor o menor calibre o con distorsiones de la realidad que consiguen entre otros objetivos el de desviar la atención de lo importante. Repaso brevemente algunos ejemplos:
1.- Se lanza a los cuatro vientos el mensaje de que el ministro de Consumo, Alberto Garzón, ha "atacado a todo el sector ganadero español" afirmando que la carne que se exporta "es de mala calidad" (ver aquí). Al margen de la oportunidad de las declaraciones, lo que se dice que dijo es falso. Garzón lo demuestra aportando la transcripción literal de la entrevista a The Guardian en la que se basa esa acusación (ver aquí). Da igual, porque ya todas las pistas del circo están actuando (incluídas algunas voces del PSOE y el Gobierno que caen en la trampa). Hay datos muy interesantes sobre probables intereses empresariales relacionados con el meganegocio de las macrogranjas en el origen y expansión del bulo (ver aquí). Y hay evidencias incontestables sobre los compromisos europeos y españoles precisamente contra los perjuicios de la ganadería intensiva frente a la extensiva (Pilar Velasco lo explicó muy bien aquí y Sabela Rodríguez aquí). Da igual, porque el PP no soltará ese hueso que considera clave en su inmediata batalla electoral en Castilla y León: tanto le sirve para criticar a la izquierda como para competir con Vox y con las nuevas opciones políticas que surgen en la España vacía.
2.- Un diputado que militó en Ciudadanos y ahora ocupa silla en el Grupo Mixto corta y pega un bulo lanzado (de nuevo) por varias webs: que la ministra Irene Montero ha "multiplicado por 92 su patrimonio desde que llegó al Congreso" (ver aquí). El señor Pablo Cambronero, que así se llama el ex de Ciudadanos, decide plantear una pregunta al Gobierno basándose en un infundio fácilmente comprobable, como ha demostrado (también de nuevo) Maldita.es (ver aquí). No es cierto por tanto que la labor de desinformación sea achacable única ni principalmente a las redes sociales, sino que diputados y medios llamados "tradicionales", desde la cadena COPE hasta el diario La Razón, y algunos de sus principales directivos en sus cuentas de Twitter, compran y venden mercancía claramente averiada siempre que afecte a quienes consideran objetivos a batir políticamente (ver aquí).
¿Alguien ha escuchado a alguien rectificar o disculparse por haber difundido alguno de los bulos de la última semana? Este es uno de los rasgos diferenciales de la democracia española. Aquí ninguno de los autores o propagadores admite haberse equivocado.
3.- A los pocos minutos de conocerse los datos de creación de empleo y reducción del paro (los más positivos desde los tiempos de la burbuja inmobiliaria), la portavoz del PP Cuca Gamarra admitió que esos datos "no son malos", para añadir después la advertencia de que están "dopados" por "la creación de puestos de trabajo en el sector público" (ver aquí). Más allá de lo que denota el comentario (el PP sigue en la línea de desmantelar lo público, puesto que ni siquiera admite que se cree el empleo necesario en sanidad o educación, por cierto gestionadas por las comunidades autónomas), la realidad es que el empleo público creado en 2021 supone exactamente el 7% del total de puestos de trabajo creados (como informó aquí Begoña P. Ramírez). Más lejos aún en el falseamiento de la realidad fue el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, que llegó a decir que los datos del paro "son positivos porque Madrid sigue tirando de España". Las cifras indican que en Cataluña, por ejemplo, se creo el doble de empleo que en Madrid, y que la media de reducción del paro ha sido en España de un 20% mientras en Madrid se quedó en un 15% (ver aquí). Almeida se ha ido desvelando como un verdadero entusiasta de la desinformación, como ha demostrado al ensuciar la institución del Ayuntamiento con sus mezquinas declaraciones sobre el nombramiento de Almudena Grandes como Hija Predilecta de Madrid (ver aquí la reflexión de Benjamín Prado).
¿Alguien ha escuchado a alguien rectificar o disculparse por haber difundido alguno de los bulos señalados? Este es uno de los rasgos diferenciales de la democracia española respecto a otras que sufren la misma lacra que va erosionando la convivencia y desacreditando a las instituciones representativas. Aquí ninguno de los autores o propagadores de los citados bulos admite siquiera haberse equivocado (quizás porque no actuaron de forma inconsciente o porque les da lo mismo). Habrá lectores que ahora concluirán que "también la izquierda lanza bulos contra la derecha", convencidos de esa supuesta equidistancia en la polarización. Por supuesto que hay gente sectaria y falsaria en todas partes, pero esa equiparación no se sostiene. Y quiero poner un ejemplo muy claro también de esta misma semana. ¿Recuerdan todo lo que han lanzado las derechas, empezando por Pablo Casado desde la tribuna del Congreso, sobre el horroroso caso de las menores tuteladas en Baleares y víctimas de abusos y violaciones? Llevan meses señalando a gobiernos de izquierdas como una especie de cómplices de mafias y pederastas, despreciando olímpicamente los indicios de que hechos similares se producían en muy diferentes comunidades autónomas (ver aquí). Estos días se ha confirmado que varias chicas liberadas por la Policía de una banda de proxenetas vivían en centros de protección de la Comunidad de Madrid, cuyo gobierno, por cierto, lo negó en un principio (ver aquí). ¿Alguien ha escuchado a alguien acusar a Isabel Díaz Ayuso por tan horribles hechos? ¿Le dirá Sánchez a Casado cualquier miércoles lo que éste le ha espetado varias veces desde la tribuna, eso que tanto "asqueó" a Nadia Calviño? (ver aquí).
Reconozco moverme entre el escepticismo y el pesimismo acerca del clima político y de la compleja batalla en defensa de un periodismo fiable como antídoto frente a los bulos y la desinformación. Pero, como Frank Capra ponía en boca de James Stewart en Caballero sin espada, "las causas perdidas son las únicas por las que merece la pena luchar".
P.D. El principal gurú económico del PP, Daniel Lacalle, vaticinó en su día que el paro alcanzaría en 2021 el 35% en España (ver aquí). Quizás esto explique algunos de los bulos y disparates con los que algunos han pretendido desviar la atención y entretenernos la semana.
"En la vida se puede ser de todo menos pesado", solía decir el gran Rafael Azcona, y uno procura tenerlo presente cuando está harto ya de escucharse a sí mismo advertir de los riesgos que supone la desinformación y de las consecuencias de la debilidad del periodismo fiable frente a la potente eficacia de los bulos como instrumento de acción política, de prescripción cultural y de imposición de intereses económicos y empresariales. Si hubiera que elegir un deseo para este 2022 (más allá de la buena salud física y mental de la gente a la que uno quiere) el mío no sería que desapareciesen los bulos (la ingenuidad tiene límites, y la magia también), sino que consiguiéramos al menos contrarrestar sus efectos más nocivos y avergonzar a quienes desde la política o los medios los utilizan con absoluto desparpajo.