El enigma Rivera

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Ha sorprendido mucho la contundencia con la que Ciudadanos ha proclamado que no va a pactar “ni con el PSOE ni con Pedro Sánchez para un futuro Gobierno de España” tras las elecciones del 28 de abril. A una amplia mayoría de analistas les parece “un error estratégico” de calibre la apuesta de Albert Rivera por declarar un cordón sanitario contra los socialistas para jugar todas sus cartas a la fórmula andaluza, al trío de Colón, a la coalición con PP y Vox, es decir a los acuerdos con la extrema derecha nacionalpopulista de la que en toda Europa huyen los (todavía) socios liberales de Ciudadanos. Cabe preguntarse entonces por qué siendo tan evidentemente arriesgado este paso decide darlo Rivera, siempre con su veleta pendiente de hacia dónde van los vientos que mejor garanticen su peinado y el de los poderes económico-financieros a los que tanto mima.

Vale la pena intentar descifrar ese enigma, porque de la fortaleza o debilidad de la formación naranja en las urnas depende en buena parte la posibilidad de que triunfe la ola reaccionaria que amenaza el presente y el futuro de España.

1.- Es cierto que cualquier compromiso anunciado por Rivera es susceptible de incumplimiento. Le encaja aquello que dejó escrito Joseph Conrad: “¿Principios? Los principios no son suficientes. Son sólo vestidos, trapos que vuelan a la primera sacudida”. Quizás esta interpretación sea más fiel que la que en septiembre de 2006 envolvió el famoso desnudo que lanzó a Rivera a la fama como candidato de Ciutadans en Cataluña. Hablamos de alguien que estuvo afiliado al PP hasta tres meses antes de fundar Ciudadanos (como desveló El Periódico); que militó en el sindicato UGT (como desveló infoLibre) hasta abril del año pasado (como desveló la SER); que se abrazó a Pedro Sánchez tras las elecciones de 2015 y que apoyó a Rajoy tras las de 2016 (después de haberle espetado en el Congreso que “ni el PP ni España se merecen un presidente como usted”). Llegó la moción de censura y cometió la torpeza de ponerse del lado del partido condenado por haber sacado provecho de la corrupción. Anduvo hasta el 2 de diciembre como pollo sin cabeza, y desde entonces juega al sí pero no, gobierno en Andalucía gracias a Vox pero sin Vox, me hago la foto de Colón pero con muchos cuñados por medio para no salir al lado del hermano que me avergüenza. Incluso proclamo que no pactaré "ni con el PSOE ni con Pedro Sánchez" para formar gobierno, pero solo respecto a las elecciones generales; en autonomías y ayuntamientos... veremos.

2.- Precisamente la obviedad de que ya nadie, salvo los muy fans, creen un “nunca jamás” de Rivera (conviene no creerlo de prácticamente nadie) nos lleva a pensar que el propio Rivera y sus gurús tienen en cuenta ese descrédito a la hora de decretar el cordón sanitario contra Sánchez y el PSOE. Dan por hecho que pocos votantes moderados y fieles dejarán de serlo porque prometan no pactar con los socialistas: unos porque están de acuerdo en que no lo hagan (votarían de nuevo al PSOE sólo si estuviera dirigido por González, Guerra o Bono) y otros porque no creen que Ciudadanos cumpla su amenaza en la hipótesis de que los números de las urnas respalden esa suma.

3.- La prioridad de Rivera, descartada la simple necedad a la hora de tomar esa decisión estratégica, es quedar el primero en su disputa con Casado por el liderazgo del flanco derecho del tablero político. Cree que lo que podía arañar al electorado del PSOE ya lo tiene, y apuesta por competir frontalmente con el PP. Sabe que son las filas de Casado las que sufren la mayor sangría hacia Vox, pero tampoco están indemnes las de la formación naranja. Según el CIS de enero, el 10% de quienes dicen que votaron a Ciudadanos en 2016 afirman que votarán a Vox en las próximas generales. Lo cual le anima también a confrontar discurso en las mismas claves que lo plantea la ultraderecha de Abascal, convencido de que, en esa pelea de machos alfa que asomó patéticamente en Colón (¡quién tiene la bandera más grande!) cuanto más gane Vox más cerca estará Cs del PP, hasta el punto de que podría lograr incluso el sorpasso con transferencia directa de voto si en el electorado popular cunde la sensación de fracaso antes del 28 de abril. Si logra ese objetivo, y el PSOE se queda en el 25% de los votos, Rivera se ve presidente.

4.- Además de las encuestas de los medios, cada partido va manejando sus sondeos propios, y sobre todo la lectura que de todos esos pronósticos hacen sus propios expertos. En algunos puntos hay pocas discrepancias: todo depende de la movilización del electorado progresista; será decisiva la capacidad de resistencia o el desencanto con Unidos Podemos, como también será clave el techo que alcance Vox, puesto que el voto que “robe” a PP o Ciudadanos en muchas provincias podría restar en lugar de sumar a la representación total de las derechas si no supera ese 15% que tanto daño históricamente ha hecho a Izquierda Unida (pincha aquí).

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5.- Entre los rasgos que caracterizan estos tiempos políticos gaseosos está el de la osadía, a menudo confundida con audacia, así como el cortoplacismo, la banalidad, la firme convicción de que la ciudadanía sufre una intensa desmemoria y se la puede engañar sucesivamente si se logra que las decisiones colectivas estén más condicionadas por lo emocional que por lo racional. No es Rivera el único ni el más destacado líder político en esa especie, desgraciadamente más en auge que en extinción, pero el presidente de Ciudadanos sí cree ser el propietario de la fórmula mágica del antinacionalismo (periférico), y se considera con más galones (ganados en Cataluña) que Casado o Abascal para heredar ese aznarismo que reivindica “sin complejos” un nacionalismo español único y excluyente. Confía Rivera en ganar una campaña que está marcada por la confrontación de dos ideas muy diferentes de España y de lo que significa el llamado patriotismo constitucional.

Rivera arriesga mucho con su decisión de girar radicalmente a la derecha, una apuesta incompatible con sus originarios eslóganes en favor del diálogo, la moderación y el centrismo y en contra de los sectarismos extremistas. Pero no por una cuestión de incoherencia, característica que ya hace mucho tiempo que se advierte implícita a la formación naranja, sino por basar su discurso en una falsedad clamorosa: a Sánchez y al PSOE se les puede tachar de bastantes cosas, pero acusar a los socialistas de ser una fuerza “anticonstitucional” o de haberse “rendido” a las exigencias de Torra simplemente ofende a la inteligencia. Es tan desmesuradamente falso como cuando algunos sectores independentistas califican de fascista a Joan Manuel Serrat. No ofenden a Serrat, sino que banalizan la gravedad del término “fascista”.

Sabemos que vivimos en la era de la posverdad, y que es posible alcanzar un gobierno democrático a través de las urnas mediante el manejo hábil de un torrente de fake news vía WhatsApp, redes o medios adictos. Pero también ocurre que a veces la ciudadanía se cansa de la hipérbole y la pura osadía. El trío de Colón lo apuesta todo a un solo número: el 155 (cuya aplicación de carácter indefinido es, por cierto, inconstitucional). El 28 de abril conoceremos el resultado del enigma Rivera.

Ha sorprendido mucho la contundencia con la que Ciudadanos ha proclamado que no va a pactar “ni con el PSOE ni con Pedro Sánchez para un futuro Gobierno de España” tras las elecciones del 28 de abril. A una amplia mayoría de analistas les parece “un error estratégico” de calibre la apuesta de Albert Rivera por declarar un cordón sanitario contra los socialistas para jugar todas sus cartas a la fórmula andaluza, al trío de Colón, a la coalición con PP y Vox, es decir a los acuerdos con la extrema derecha nacionalpopulista de la que en toda Europa huyen los (todavía) socios liberales de Ciudadanos. Cabe preguntarse entonces por qué siendo tan evidentemente arriesgado este paso decide darlo Rivera, siempre con su veleta pendiente de hacia dónde van los vientos que mejor garanticen su peinado y el de los poderes económico-financieros a los que tanto mima.

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