Vaya por delante que no tengo ni la más remota idea sobre regatas, y que el mar me inspira un respeto considerable. Pero reconozco que me quedo ojiplático cada vez que escucho estos días que Juan Carlos I, a sus 85 años y con visible necesidad de ayuda para acceder caminando al palco del Chelsea, acude a Sanxenxo (y repetirá la visita en los próximos meses) para “entrenar” al timón del barco que competirá por el campeonato del mundo de vela en la clase 6mR (sea lo que sea eso). Ya sé que siguen pendientes las explicaciones que el Emérito debe al pueblo español por sus golfadas, y también un referéndum sobre monarquía o república. Pero mientras todo eso llega, ¿en serio quienes se dedican honestamente al deporte de la vela no tienen nada que decir sobre el empeño mediático en convertir a un anciano impedido en un deportista de élite? ¿Es la vela un deporte elitista? ¿Lo es sólo en España y no en Francia, Reino Unido o Nueva Zelanda, por ejemplo?
Confieso que las respuestas a todas estas preguntas a uno le importan más bien poco, en comparación con el problema de la vivienda, las causas profundas de la inflación (¿quizás la escasa competencia en la oferta?) o las posibilidades de entendimiento en el espacio a la izquierda del PSOE. Pero arranco por aquí porque es fundamental comprobar quién controla, domina o impone el o los temas de conversación pública, y el enfoque dominante de los mismos. En un año decisivo en términos electorales, quien establece el marco de debate público tiene en parte ganada la disputa en las urnas, y resulta más que preocupante la facilidad con la que las derechas políticas y mediáticas imponen el asunto de conversación mientras las izquierdas permiten que su protagonismo se centre en la idea de fractura/división/bronca/incapacidad para el acuerdo.
Otro ejemplo ‘caliente’. Soy uno de los 1.430.000 ciudadanos que vieron en directo ‘Lo de Évole’, la entrevista del pasado domingo con Yolanda Díaz (ver aquí). Me considero tan inepto para el género de la entrevista como para llevar la caña de un velero en un mundial. Empatizo demasiado con cualquier entrevistado, y sé que lo que triunfa es la agresividad, la otra vuelta de tuerca. Mis respetos para un mago de la televisión y de la entrevista como es Jordi Évole. Pero me sorprende la avalancha en redes sociales y en un montón de medios que claman: ¡Díaz sólo habla de Pablo Iglesias! Oiga, si a uno le preguntan veinte veces por Iglesias, lo normal es que ése sea el casi único asunto de conversación. No sé si en el material no emitido había otras cuestiones, pero reconozco que me hubiera interesado que Évole preguntara, por ejemplo, por los contenidos concretos del proyecto Sumar, o por las diferencias concretas entre ese proyecto y el de Podemos o el del PSOE, o por los matices que distinguen la posición de Díaz y la de Irene Montero o Ione Belarra sobre gestión de la ley del sólo sí es sí…
Quien marca la conversación tiene más y mejores papeletas para ganar un debate. Y unas elecciones, sean regionales, locales o estatales son una gran conversación pública cuya última palabra se expresa en las urnas. Se escucha estos días decir que el Gobierno lanza la Ley de Vivienda y el plan para crear un parque público de viviendas de alquiler social porque hay elecciones a la vista. Es un argumento simplón. Se trata de la ¡primera Ley de Vivienda estatal en casi 45 años de democracia! Se aborda (veremos con qué complicaciones, calendarios y obstáculos de todo tipo) uno de los problemas que más agobian a la ciudadanía, y muy especialmente a los jóvenes que ven imposible emanciparse ante unos precios inasumibles. Me importa un bledo si el debate sobre las soluciones a la vivienda se abre en campaña electoral o en plena cuaresma. La cuestión es que se toma la iniciativa y se obliga a cada cual a retratarse, a plantear alternativas. Ya era hora. Y del mismo modo que se perciben las debilidades del plan del Gobierno (la mayoría de las viviendas disponibles de la Sareb, por ejemplo, no están precisamente en las áreas más tensionadas y con precios más altos), asoman enseguida las costuras neoliberales del discurso de Feijóo (ver aquí). Aparte de un cheque de mil euros (¡nada electoralista!) para jóvenes que compren casa, la alternativa del líder del PP tiene como argumento básico el de que “hay que construir mucho más en el mercado libre y así bajarán los precios”. Es decir, la misma apuesta que condujo al estallido de la burbuja inmobiliaria, realizada en un país con más de tres millones de viviendas vacías (ver aquí) y con un parque de vivienda social que no llega al 3%, menos de la tercera parte de la media de los países europeos (ver aquí).
El mayor y más constatable acierto del acuerdo para la Ley de Vivienda entre PSOE, Unidas Podemos, ERC y Bildu (ver aquí) es el hecho de colocar la vivienda como eje de la conversación pública, con permiso del emérito, de Évole, de Ana Obregón y de los potentes altavoces mediáticos obsesivamente pendientes de los “efectos indeseados” de la ley del sólo sí es sí y de las supuestas cesiones del Gobierno socialcomunista a una organización terrorista derrotada hace casi 12 años.
Hay veces que las conversaciones se inician por error de cálculo de quien abre la boca o firma un decreto, y enseguida se percibe que el debate provocado se vuelve en contra del emisor. Es lo que está ocurriendo con el “indulto” del gobierno andaluz de PP y Vox a los regantes ilegales del entorno de Doñana (ver aquí). La decisión denota nada menos que un negacionismo sobre la crisis climática y un desprecio a la realidad constatada por la ciencia que producen sarpullidos en cualquier persona mínimamente informada sobre los efectos de la sequía en España y sobre las dificultades que atraviesa uno de los pulmones biológicos más importantes de Europa. Feijóo ha optado por la huida hacia adelante, apoyando una medida de descarado interés localista y electoralista haciendo caso omiso a las advertencias de la Comisión Europea, los científicos de Doñana, la Unesco, el Gobierno español y todo aquel que mire al cielo y sepa distinguir si llueve o no llueve y cuánto. Alguien que aspira a gobernar un país es menos fiable cuanto más se aleja del consenso científico y más se acerca al negacionismo trumpista. Quizás algún día Feijóo y Abascal veraneen en Las Marismillas, pero será difícil que las aves migratorias sigan acudiendo a una reserva de la biosfera convertida en secarral.
Alguien que aspira a gobernar un país es menos fiable cuanto más se aleja del consenso científico y más se acerca al negacionismo trumpista
Las encuestas que iremos conociendo cada semana o cada día en estos meses son un termómetro a tener en cuenta, pero no tanto como observar los asuntos de conversación que dominen el debate público. Al Gobierno de coalición le interesa, obviamente, poner los focos en el balance de su gestión económico-laboral y de lucha contra las desigualdades, cuando además los datos de los principales organismos y gabinetes de estudios internacionales le son más que favorables. A la derecha castiza le vale hablar de todo aquello que excite los ánimos de un electorado antisanchista capaz de creer cualquier meme en el que Sánchez, Díaz o Iglesias aparecen vendiendo España a Bildu o a Venezuela. En el espacio a la izquierda del PSOE ya están tardando en impedir que el principal tema de conversación consista en sus desavenencias personales, sus rencores políticos o su incapacidad para acordar. El calendario sigue corriendo, y el ruido no se apaga (para alegría de quienes más provecho le sacan).
Vaya por delante que no tengo ni la más remota idea sobre regatas, y que el mar me inspira un respeto considerable. Pero reconozco que me quedo ojiplático cada vez que escucho estos días que Juan Carlos I, a sus 85 años y con visible necesidad de ayuda para acceder caminando al palco del Chelsea, acude a Sanxenxo (y repetirá la visita en los próximos meses) para “entrenar” al timón del barco que competirá por el campeonato del mundo de vela en la clase 6mR (sea lo que sea eso). Ya sé que siguen pendientes las explicaciones que el Emérito debe al pueblo español por sus golfadas, y también un referéndum sobre monarquía o república. Pero mientras todo eso llega, ¿en serio quienes se dedican honestamente al deporte de la vela no tienen nada que decir sobre el empeño mediático en convertir a un anciano impedido en un deportista de élite? ¿Es la vela un deporte elitista? ¿Lo es sólo en España y no en Francia, Reino Unido o Nueva Zelanda, por ejemplo?