Escribo estas líneas después de contar hasta mil. Tan convencido de que es más importante que nunca en las últimas décadas acudir a las urnas para frenar la ola reaccionaria que nos envuelve como preocupado por el doble bochorno que he sentido ante los debates electorales de los cuatro principales candidatos. No creo que haya un ganador y un perdedor de cada debate, porque es obvio que la prioridad de cada cual era la disputa del voto indeciso entre sus inmediatos competidores. Coincido en la impresión extendida de que en el primer debate fue Albert Rivera quien ganó puntos en el ala derecha con un histrionismo que dejó a Pablo Casado desdibujado; y también con la conclusión de que en el segundo debate sólo Pablo Iglesias escapó del fango al que Rivera arrastró a Casado y al propio Pedro Sánchez, pero sobre todo a sí mismo. (Ver aquí). Confieso que me preocupa más cada día la degradación de la calidad democrática, convencido de que la ciudadanía española es muchísimo mejor que lo que la política-espectáculo y el periodismo-espectáculo se empeñan (o nos empeñamos) en reflejar.
- Me preocupa que al concluir el segundo debate, el de Atresmedia, lo primero que se me viniera a la mente fuera la certidumbre de que un tercer debate a cuatro o un cara a cara Sánchez-Casado o Sánchez-Rivera multiplicarían directamente la abstención. Dijo Pablo Iglesias lo que muchos pensamos y sentimos cuando avergonzó a Rivera por su “mala educación” y su talante “impertinente”. Para aspirar a la presidencia del gobierno uno debería ir cargado de argumentos, propuestas y datos solventes, no con una mochila repleta de souvenirs para desplegar desde el atril o repartir a la concurrencia.
- Me preocupa que, pese a que Sánchez no saliera mal parado de los dos duelos siendo quien más arriesgaba en ellos al ir encabezando con holgura las encuestas, lo cierto es que tampoco los aprovechó para mostrar un liderazgo sólido completamente alejado del barro en el que vienen chapoteando Casado, Rivera y Abascal durante toda la campaña. Ante la agresividad faltona, por momentos macarra, de Rivera, un Sánchez presidencial debería haber reaccionado desde la prudencia, indiferencia o indignación contenida que mostró Iglesias, pero no cayendo en el ruido, la interrupción permanente o la descalificación personal. (Créanme, uno sabe lo difícil que es contenerse, pero debe dejar el juego sucio para los expertos en practicarlo).
- Me preocupa la saturación de falsedades y distorsiones escuchadas en los dos debates, abrumadoramente en boca de Rivera y Casado (ver aquí ejemplos), pero me preocupa aún más la evidencia de que estamos alcanzando en España el punto crítico de deterioro democrático que tan útil le ha sido a Trump en Estados Unidos o a Putin en Rusia. Se manipula con absoluto desparpajo la realidad para contaminar por completo el debate público, de modo que cueste mucho distinguir la verdad de la mentira y finalmente lo que en apariencia se produce es una confrontación de dos supuestas realidades, una competición de credibilidades. La frase de Rivera este martes lo dice todo: “¿Ya ha acabado usted de mentir? Ahora me toca a mí”. Sin complejos. A partir de ahí todo depende del sectarismo de los electores, de la fe de los seguidores y del dominio de los altavoces mediáticos más potentes o de la penetración en las redes sociales.
- Me preocupa que el volumen de indecisos reflejado en las encuestas esconda un voto oculto a Vox mayor del estimado. Me dirán que eso sobre todo debería preocupar a PP y a Ciudadanos, y que incluso podría favorecer los intereses progresistas, los de la mayoría social en España si confiamos en cómo se autodefine ideológicamente la ciudadanía. (Ver aquí serie del CIS). Es posible, porque se trata de un juego casi matemático derivado de la legislación electoral. Pero para ello es absolutamente imprescindible que el voto de izquierdas se movilice por completo y sin disparos en la rodilla o fraccionamientos puristas. Entre las distintas encuestas hay hasta cinco puntos de diferencia en los cálculos de participación para el 28-A (ver aquí), y nadie sabe si la abstención se dará más en las filas de las derechas o en las de las izquierdas. La impresión de que el dúo político Sánchez-Iglesias ha salido de los debates más reforzado que el tenso, crispado y a veces incomprensible que forman Casado y Rivera debe matizarse por ese elefante en la habitación del que PP y Ciudadanos prefieren no hablar. Vox no estaba en los debates, pero sigue llenando plazas de toros, condicionando la conversación pública y garantizando que, si se da la suma, la foto del próximo gobierno será la foto de Colón.
- Me preocupa que la irrupción de una ultraderecha nacionalpopulista se analice casi exclusivamente en términos de cálculo electoral o reparto de escaños. He echado de menos en los dos debates alguna reflexión más elevada sobre el peligro democrático que supondrá el protagonismo de Vox a partir del domingo, aunque sea a costa fundamentalmente de “la derechita cobarde” o “la veleta naranja”. ¿Son conscientes Casado y Rivera de la imposibilidad de construir una opción conservadora liberal y civilizada en España si su futuro político depende de un Abascal desencadenado (y armado)? ¿Dónde están los banqueros y grandes empresarios que en 2015 anunciaban el apocalipsis ante la aparición de Podemos y ahora callan ante una fuerza postfascista que no disimula su intención de arrasar con derechos y libertades? Si se conforman con que defiendan sus patrimonios o privilegios deberían empezar a entender que lo que los pondrá en peligro es la desigualdad, antes que la izquierda.
- Me preocupa que, después de una semana en la que la campaña ha girado sobre el debate acerca de los debates más que sobre las propuestas de los partidos, ni siquiera haya salido de estos dos debates un compromiso firme y público de regular la obligación de celebrarlos, alejándolos de los intereses y caprichos partidistas. Un candidato o candidata a gobernar este país debería tener el máximo interés en que el debate político no esté sujeto prioritariamente al espectáculo que lo envuelve. Por esa vía, y viendo el esfuerzo de algunos por protagonizar memes y arrasar en las redes, no sería descartable que a alguien se le ocurriera encerrar a cuatro o cinco candidatos en una casa durante dos semanas y retransmitir en directo sus peleas, ocurrencias o maldades. Con nominaciones, votaciones telefónicas y demás parafernalia. Sería el sueño de Paolo Vasile. Ni campaña, ni mítines ni urnas. Espectáculo puro. Adiós periodismo. Adiós democracia.
Los expertos en comunicación política tienen más criterio y argumentos para valorar en fondo y forma los dos debates (ver aquí y aquí). Parece claro que, salvo errores enormes, no suelen mover sensiblemente el voto. Pero vivimos instalados en la incertidumbre, el ruido, la desinformación, la indecisión o el voto oculto. Resulta curioso que asistamos a una especie de recuperación de la fe en las encuestas precisamente cuando más mentiras circulan en la conversación pública. ¿Acaso no engañarán los encuestados, aunque lo hagan en un porcentaje inferior al del engaño al que los someten sus representados? Lo sabremos el domingo. Nos jugamos bastante más que el éxito o fracaso de opciones y candidatos. Se trata de pulsar el botón acertado en este cambio de época que nos toca vivir. “La libertad, la igualdad, la justicia y la bondad son valores imprescindibles para un progreso social que no puede humillarse ante la mentira, el insulto, el racismo, el machismo y la avaricia”, reza un manifiesto intergeneracional titulado ’28 de abril. Tú decides’ (ver aquí). Yo lo he firmado. Y actuaré en consecuencia. Me preocupa mi país y no me perdonaría dejar a mis hijas una democracia tan espectacular como vacía.
Escribo estas líneas después de contar hasta mil. Tan convencido de que es más importante que nunca en las últimas décadas acudir a las urnas para frenar la ola reaccionaria que nos envuelve como preocupado por el doble bochorno que he sentido ante los debates electorales de los cuatro principales candidatos. No creo que haya un ganador y un perdedor de cada debate, porque es obvio que la prioridad de cada cual era la disputa del voto indeciso entre sus inmediatos competidores. Coincido en la impresión extendida de que en el primer debate fue Albert Rivera quien ganó puntos en el ala derecha con un histrionismo que dejó a Pablo Casado desdibujado; y también con la conclusión de que en el segundo debate sólo Pablo Iglesias escapó del fango al que Rivera arrastró a Casado y al propio Pedro Sánchez, pero sobre todo a sí mismo. (Ver aquí). Confieso que me preocupa más cada día la degradación de la calidad democrática, convencido de que la ciudadanía española es muchísimo mejor que lo que la política-espectáculo y el periodismo-espectáculo se empeñan (o nos empeñamos) en reflejar.