A Rajoy lo echa la democracia

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Escribámoslo pronto y claro: a Mariano Rajoy lo echan los votos. Es falso que sea víctima de una especie de conspiración encabezada por Pedro Sánchez, a su vez inspirado por Pablo Iglesias, un complot en connivencia con los independentistas para hacerse con el poder poniendo en riesgo la unidad de España. La estrategia de la mentira tiene un límite. Y Rajoy y el PP lo han traspasado con creces. Perdieron el poder en 2004 por mentir sobre el 11-M y ahora lo pierden por instalarse en la posverdad sobre la corrupción.

 

  • A Rajoy lo echan los votos porque los partidos que deciden apoyar la moción de censura representan casi un millón de votos más que quienes se oponen a ella, según los resultados de las últimas elecciones generales celebradas en junio de 2016. “En democracia gobierna quien gana las elecciones”, ha repetido este jueves Rajoy por enésima vez. Es falso. En una democracia parlamentaria gobierna quien logra mayor respaldo en el Congreso. Así ha sido desde 1978 porque así lo estipula la Constitución.

 

  • A Rajoy lo echa su propia soberbia política, la prepotencia de considerar que basta con negar la realidad para que esa realidad no exista, o no tenga la menor consecuencia política para quien está en el poder. Lo volvió a demostrar en la mañana del jueves al negar desde la tribuna del Congreso que la sentencia de la Gürtel condene al Partido Popular (sólo según él a “determinados militantes” que ya no lo son y a un par de ayuntamientos). Es falso, y cualquiera que se tome la molestia de leer las páginas que recogen los Hechos Probados de esa sentencia comprobará que el presidente del Gobierno y del PP volvía a faltar a la verdad en sede parlamentaria.

 

  • A Rajoy lo echa su concepción patrimonialista de la política, que les ha llevado, a él y a su partido, a actuar como si de un cortijo privado se tratara. Tanto desde los gobiernos autonómicos (Madrid y Valencia muy especialmente), podridos de corrupción durante casi tres décadas, como desde una sede central del partido donde circulaban el dinero negro y los sobresueldos como si fueran chuches.

 

  • A Rajoy lo echa su empeño en identificar las urnas como una especie de lavadoras de las responsabilidades políticas sobre ese “auténtico sistema de defraudación del erario público” que relata esa misma sentencia con todo detalle. Dar por amortizada toda culpa por acción o por omisión sobre graves delitos que llevan a la cárcel al tesorero que él nombró y a decenas de exdirigentes del PP simplemente porque consiguió mantener el poder (gracias por cierto a una abstención “por responsabilidad” del PSOE) era un engaño mayúsculo que ha terminado costándole la mayoría parlamentaria.

 

  • A Rajoy lo echa el uso y abuso del discurso del miedo y la exageración permanente. La insistencia sin límite racional en ese “nosotros o el caos” contiene el riesgo que advertía aquella genial portada de Ramón en Hermano Lobo (no de El Roto, como por error dijo Sánchez en su discurso): llega un día en que el personal se harta y es capaz de responder “¡el caos, el caos!”. Este mismo jueves ha culpado a Sánchez y su moción de censura de las recientes caídas de la Bolsa y la subida de la prima de riesgo, cuando un simple seguimiento de los datos refleja que la causa fundamental hay que buscarla en Italia. (Al menos hasta ahora). La más grave inestabilidad democrática es precisamente la que provoca un presidente del Gobierno instalado en una realidad paralela.

 

  • A Rajoy lo echa su excesiva confianza en la influencia de grandes cabeceras mediáticas que llevan una semana despreciando la moción de censura de Sánchez y reclamando editorialmente elecciones anticipadas (las mismas cabeceras, por cierto, que en 2016 presionaron por tierra, mar y aire al PSOE contra la posibilidad de repetir elecciones y también contra cualquier intento de formar un gobierno progresista).

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  • A Rajoy lo echa, obviamente, la moción de censura presentada por Pedro Sánchez, quien ha insistido tantas veces este jueves en ofrecer el “decaimiento” de esa moción si el presidente dimitía que casi le ha faltado pedir perdón por presentarla. Era, efectivamente, “una obligación democrática” plantearla ante la ausencia total de respuesta de Rajoy tras la sentencia de la Gürtel, y que salga adelante es un éxito político de Sánchez con el que el PP no contaba en absoluto a la vista de la desorientación y perplejidad que ha mostrado su cúpula en la tarde de este jueves. (Nos quedamos de momento con la duda de si el propio Sánchez contaba de verdad con ganarla, porque a posteriori toda acción política es tan audaz cuando termina en éxito como disparatada si hubiera acabado en fracaso).

Sería absurdo e ingenuo negar la profunda complejidad que tendrá que afrontar Pedro Sánchez para gobernar en los próximos meses. Claro que es difícil hacerlo con 85 diputados y unos Presupuestos que el propio Sánchez definió en su día como "un ataque al Estado del bienestar" y un "chantaje" del PNV. Claro que podría tratarse de un mandato breve (o durar dos años, porque hoy por hoy a ninguno de los partidos unidos contra Rajoy le interesa ir a elecciones). Claro que se pone a prueba si estamos ante un político que galopa a lomos del azar y guiado por una enorme (pero legítima) ambición de poder o ante un político que ha madurado y está sinceramente dispuesto a ofrecer un nuevo modelo de país centrado en poner freno a la desigualdad económica y social y en abrir una vía de solución política al encaje de Cataluña y Euskadi, asunto capital que Rajoy se ha demostrado incapaz de gestionar salvo para utilizarlo con fines electoralistas.

Se llama democracia. Sánchez tiene perfecto derecho a intentarlo, y se trata de una oportunidad (inesperada y quizás irrepetible) de que las opciones de izquierdas demuestren que pueden entenderse y cooperar superando el sectarismo y la desconfianza mutua. (Conviene no olvidar que aquella mítica portada de Hermano Lobo pocos meses antes de morir Franco incluía una tercera frase. Tras escucharse el clamor de "¡el caos, el caos!", el orador respondía: "Es igual, también somos nosotros"). 

Escribámoslo pronto y claro: a Mariano Rajoy lo echan los votos. Es falso que sea víctima de una especie de conspiración encabezada por Pedro Sánchez, a su vez inspirado por Pablo Iglesias, un complot en connivencia con los independentistas para hacerse con el poder poniendo en riesgo la unidad de España. La estrategia de la mentira tiene un límite. Y Rajoy y el PP lo han traspasado con creces. Perdieron el poder en 2004 por mentir sobre el 11-M y ahora lo pierden por instalarse en la posverdad sobre la corrupción.

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