Carta a un poeta catalán

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Querido Joan Margarit, no sé si te he contado que mi nuevo ordenador me saluda y me despide en catalán. Lo compré estas pasadas navidades, porque el antiguo andaba mal, muy fatigado por el uso de los años, los versos, los artículos, las novelas y las navegaciones. Cuando lo puse en marcha, su sistema operativo utilizó tu lengua. Cada vez que lo enciendo, me abraza con un Benvingut. Cuando lo cierro, me da tres opciones: Atura temporalment, Tanca y Actualiza y reinicia.

Y en esas estamos. Después de escuchar el debate parlamentario de esta semana sobre el derecho de la sociedad catalana a la autodeterminación, me acordé de mi ordenador. Las discusiones políticas se mueven entre la posibilidad de quedarse suspendidos temporalmente, de cerrar o de actualizar y reiniciar. Ya sabes que soy partidario de actualizar y reiniciar. Yo sé bien que tú has optado hace tiempo por el Tanca. Los dos sabemos que pase lo que pase podremos hablar de cualquier asunto sin dramatismos, porque la amistad, el respeto y la comprensión del otro favorecen la sinceridad y evitan los malentendidos.

La sinceridad permite incluso un ámbito de complicidad. Si no he cambiado la lengua catalana de mi ordenador, es entre otras cosas por homenaje a tus poemas, tus poetas y tu lengua. Soy lector tuyo desde hace muchos años y me hiciste feliz al dedicarme el poema “Exprés García Lorca” en el libro Estació de França. García Lorca, ejecutado en mi ciudad, fue para ti un símbolo de la barbarie que padeciste en el franquismo. Barcelona y la sociedad catalana fueron para García Lorca un símbolo de vida y de modernidad frente a la España muerta de la Restauración borbónica. ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué no es posible extender esta complicidad que sentimos nosotros?

Hace falta en primer lugar tomar conciencia de los errores. Tú has condensado la zafiedad de la España reaccionaria en el águila –y la gallinaza– de la bandera franquista. Las declaraciones de amor a Cataluña de Mariano Rajoy en el debate conmovieron la memoria inmediata. ¿Cómo se puede ser tan impúdico? El desprecio del Estatut votado por los catalanes, la actitud ante la lengua, el boicot al cava y las mesas callejeras para pedir firmas ante el peligro catalán han escenificado una situación de crispaciones poco acordes con la realidad. La utilización del anticatalanismo para conseguir consenso y votos en España ha sido una de las mayores irresponsabilidades del patriotismo de la gallinaza. Esta tropa es capaz de cualquier cosa. Han provocado muchas heridas y con los sentimientos no se juega.

Mi respeto, querido Joan, pasa por el respeto a tus sentimientos. Yo no soy nadie para decir si tú debes ser o no español. Los conflictos en democracia se solucionan votando. Y cuando las leyes se alejan de la realidad social es imprescindible cambiar las leyes para unir la legalidad con la legitimidad. El derecho a la autodeterminación parece hoy una exigencia democrática en Cataluña. Si escuchaste bien las intervenciones de Rajoy y Rubalcaba, cada uno en su tono, te sorprendería igual que a mí que los dos dieran ya por supuesta la victoria del independentismo en una posible consulta. Acto seguido se ampararon en la Constitución para declarar ilegal la voluntad de la mayoría.

Es un disparate dejar que el asunto se pudra y separar la democracia de la voluntad de los ciudadanos. La inmovilidad conduce de forma irremediable a unas elecciones catalanas plebiscitarias y a una declaración de independencia del Parlament de Catalunya. ¿Eso es lo que se quiere? ¿No es posible la madurez democrática que encauce los hechos y permita decidir con claridad y sin confusiones? Los sentimientos que no encuentran respeto democrático, que no solucionan los conflictos en las urnas, están condenados a la irracionalidad.

Joan Margarit, Premio Pablo Neruda 2017 de poesía

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Sabes que soy sincero cuando defiendo el derecho de Cataluña a decidir sobre su independencia. Sabes también que yo no deseo el Tanca, la independencia. Además de demócrata, soy socialista (no me confundas, por favor, con Rubalcaba), y creo que para la mayoría social de Cataluña y España vuestra independencia no va a significar el fin del sistema bipartidista borbónico, sino un reforzamiento de las condiciones políticas y económicas de la derecha. No me creo a Artur Mas cuando destroza por ideología neoliberal la educación, la sanidad y los espacios públicos catalanes y utiliza la coartada de España para justificar el empobrecimiento de sus ciudadanos. Por eso estoy convencido de que nos hacemos falta para luchar juntos en favor de una nueva ilusión política que acabe con la corrupción, la prepotencia policial y los agudos desequilibrios económicos de esta monarquía bananera. Las cosas están muy mal aquí. La debilidad democrática española ha multiplicado por cien los vientos neoliberales que azotan a Europa.

Querido Joan, te escribo esta carta para decirte lo que ya sabes. Estoy contigo en la defensa democrática del derecho a la autodeterminación, pero -conseguida la consulta- no sería partidario de la independencia. No tengo ningún argumento para prohibirte decidir en libertad, para prohibirte que te vayas, pero tengo muchos motivos para rogarte que te quedes.

Aunque no estés de acuerdo con lo que digo, ya sé que no me vas a malinterpretar ni a desconfiar de la sinceridad de mis opiniones. Es un lujo hablar en amistad. El arzobispo Rouco Varela tiene poco que hacer con nosotros en su intento de sembrar la cizaña guerracivilista. Pase lo que pase, ya sabes mi paradero.

Querido Joan Margarit, no sé si te he contado que mi nuevo ordenador me saluda y me despide en catalán. Lo compré estas pasadas navidades, porque el antiguo andaba mal, muy fatigado por el uso de los años, los versos, los artículos, las novelas y las navegaciones. Cuando lo puse en marcha, su sistema operativo utilizó tu lengua. Cada vez que lo enciendo, me abraza con un Benvingut. Cuando lo cierro, me da tres opciones: Atura temporalment, Tanca y Actualiza y reinicia.

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