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Plaza Pública

La casta

Nicole Muchnik

Puede que la palabra no guste, pero una cosa es cierta: el enorme desafecto, la desconfianza y hasta el asco que una gran mayoría de la población siente por el entretejido de representantes de instancias políticas, económicas y sociales del país. A lo cual se añade un gran sentimiento de impotencia. Los galos temían que el cielo les cayera encima. Aquel cielo se vive hoy como una losa que no se sabe por donde levantar. Esta losa es la casta.

Ver las fotos de Miguel Blesa con una sonrisa feliz ante los restos mortales de un ciervo de grandes cuernos, la palabra casta no puede menos que venir en mente, aunque esté claro que semejante esquematismo pide algo más de reflexión. Pero si de casta se trata, Blesa no es sino su insolente pendón.

La casta no es evidente sólo en la caza del ciervo. Ni en la colección de grandes coches de lujo, la tarjetas de crédito opacas, el pillaje de los subsidios a los cursos de formación para desempleados o adultos, las cuentas de los mandamases de la financiación de los partidos políticos, el tratamiento escandalosamente desigual ante la justicia.

La casta es una enfermedad de la democracia, y la enumeración de aquí arriba son sus pústulas aparentes. ¿Por dónde empezar? ¿Por la falta de cultura democrática de elites políticas o económicas, situadas a mil leguas de considerar que tienen una responsabilidad cívica y moral hacia el más modesto de sus electores, o el trabajador en el puesto más bajo de la empresa? ¿Por la avidez de dinero, alentada por el capitalismo de tercera generación, la mundial, cuyas reglas son opacas y a menudo crapulosas y, en todo caso, incomprendidas por el común de los mortales? El cinismo (y la inmoralidad) de políticos y economistas seducidos por las medidas de austeridad pero que no han pensado ni por un instante en votar las medidas contra la pobreza y la exclusión y, en su total devoción a la banca, en luchar contra el fraude fiscal, los desahucios, la marginación.

Cuando el movimiento Occupy Wall Street irrumpió en Estados Unidos, afirmaba hablar en nombre del 99 % contra el 1 % superior, acaparando riquezas, justicia social y un verdadero poder de clase. A lo cual respondió sin la mínima duda Warren Buffet, sonriendo: “Desde luego que existe la guerra de clases, nada más que es mi clase la que hace la guerra y somos nosotros que la ganamos”. Su clase, ese 1 %, utiliza sus riquezas para lograr una influencia política que le hará acumular más riquezas. Esta estrecha conexión entre el poder jurídico, político y el dinero puede llamarse clase o casta, pero buscar la democracia en este ámbito revuelto sería buscar una aguja en un pajar. “No es, pues, lo externo, sino lo interno lo que está obstaculizando la expresión del proceso democrático. Y la ciudadanía es consciente de ello. Encuesta tras encuesta muestra el desapego de la ciudadanía hacia la clase política y hacia los gobernantes. Nuestra democracia está seriamente amenazada. De ahí la urgencia de… recuperar la democracia que está siendo secuestrada”, escribe Vicenç Navarro.

¿Cómo se ha pasado de la guerra de clases – un clásico del marxismo: los trabajadores contra quienes los explotan – a la evidencia de que ese 1 % no eran solamente los “capitalistas”? La clase obrera y sus sindicatos no están exentos de graves errores – como el haber descuidado la solidaridad con los desempleados jóvenes y adultos, con los inmigrantes o los marginados; o como haber sido insensibles ante una clase media empobrecida que se siente engañada por los partidos clásicos. Y que no puede sino constatar la fuga hacia delante de los que lograron capitalizar algunos bienes de familia y aprovechar salarios exorbitantes y todas las ventajas ofrecidas por un patronato corrupto para el que ningún área de inversión y enriquecimiento es extraño.

Pero tal como la genérica clase agrupaba a los trabajadores, sin duda explotados, uno puede preguntarse dónde comienza la casta y dónde acaba.

La casta es la alianza entre los tres poderes. No vale la pena extenderse en los detalles, los ejemplos están a la vista de todos, siempre, en todos los periódicos –en todo caso los que hacen su trabajo.

En Con las manos en la cultura, Michael Moreau y Raphaël Porier investigan los pasadizos de la cultura en Francia y trazan su evolución desde hace treinta años. Hoy, son los fondos de pensión los que intervienen masivamente en el dominio de la cultura en donde el estado predominaba. Los grandes proyectos culturales de hoy –museos, televisión, cine, disquerías– atraen las inversiones privadas de las que, evidentemente, se convierten en dependientes. El dinero privado releva el dinero público. La cultura se ha vuelto una industria con nuevos dirigentes y nuevos beneficios.

Desde 1450, el sustantivo cast, de origen celtibérico, tiene una curiosa acepción en inglés: acción de arrojar, como en la expresión caste of hawkyes, o sea arrojo simultáneo de halcones sobre la presa. Sólo que al contrario de las víctimas animales, el 99 % de los humanos tienen los medios para defenderse.

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