Bajo el asfalto sigue estando la playa

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Durante unos cuantos días de mayo de 1968, Cipriano Mera desapareció de su domicilio en un barrio popular de París. El anarquista español exiliado, entonces ya septuagenario, se había sumado a la rebelión en las calles de la capital francesa. En bicicleta, tocado con una boina y chapurreando un francés casi incomprensible, Mera recorría las barricadas del Barrio Latino aconsejando a los jóvenes sobre cómo hacerlas más inexpugnables. Los jóvenes le hacían caso. No sabían que Mera había sido el líder de los albañiles madrileños durante la II República y, luego, durante la Guerra Civil, el general de una sólida columna militar cenetista, una de las pocas que obtuvieron victorias en el campo de los que luchaban contra Franco. Pero debían intuir su autenticidad y su experiencia. Le llamaban le Vieux Anarch Espagnol.

La historia está recogida en Esplendor en la noche (La Linterna Sorda), uno de los primeros libros publicados en España con motivo del cincuenta aniversario de Mayo del 68. Editado por Ana Muiña y Agustín Villalba, este libro pone el acento en la dimensión libertaria, universal y duradera de aquella rebelión. El gran ejemplo de esta dimensión son las ideas absolutamente actuales que supo expresar de modo poético. Por ejemplo, aquella que dice que debajo de los adoquines está la playa.

Al Partido Comunista francés no le hizo la menor gracia de Mayo del 68, aunque no tuviera más remedio que sumarse a la revuelta obrera que siguió a la estudiantil. Dogmático y comodón, el PC lo descalificó como la obra de “grupúsculos ultraizquierdistas” liderados por “el anarquista alemán Cohn-Bendit” (nótese el toque xenófobo en la mención a la condición de “alemán” de Cohn-Bendit). No andaba descaminado el olfato estalinista del PC francés. La protesta iba tanto contra el asfixiante capitalismo vigente en Occidente como contra la falsa alternativa social-burocrática de la Unión Soviética.

El situacionismo de Guy Debord y Raoul Vaneigem aportó muchas de las ideas que se expresaron en las pintadas y los afiches de Mayo del 68 con la frescura del arte efímero. Los situacionistas denunciaban que el consumismo y el espectáculo eran en Occidente el equivalente contemporáneo al pan y circo de los emperadores romanos, el placebo que hacía soportable para la mayoría la dureza y la mediocridad de sus existencias. Otras formas de vida eran posibles, pregonaban. Lo expresaban con fórmulas tan fulgurantes como esta: “En una sociedad que ha abolido toda aventura, la única aventura que queda es abolir esa sociedad”.

George Orwell decía que la diferencia política sustancial no es la existente entre la derecha y la izquierda, sino la que distingue a los partidarios de la libertad de los partidarios de la autoridad. Y algo de razón tenía. Vivir de pie, el documental de Valentí Figueres sobre Cipriano Mera, recoge asimismo la historia de cómo Mayo del 68 alegró los últimos años de vida del ácrata madrileño. “Desde el corto verano de la anarquía, el de 1936, Mera no había vuelto a ver esa energía que hace tambalearse al mundo”, cuenta el documental. Al viejo albañil tampoco le fallaba el olfato: Mayo del 68 era una explosión antiautoritaria.

El cine con el que combatió Mayo del 68

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Por allí andaban Enma Cohen, Freddy Gómez y otros insumisos del sur de los Pirineos. Y allí, en la Sorbona, Paco Ibáñez cantaría ¡A galopar! en el primer aniversario de la rebelión. España, que había sido el país más libertario de Europa, no podía estar ausente de aquellas barricadas que, como dice Esplendor en la noche, cerraban calles pero abrían caminos.

Los perezosos mentales se regocijaron cuando De Gaulle ganó las elecciones francesas después de Mayo del 68. Ven, el recreo se terminó, todo vuelve al orden, dijeron. Pero no, los perezosos mentales se equivocaban. El mundo –igualdad de la mujer, derechos de los gais, libertad de costumbres, sentimiento ecológico, normalización de la sexualidad, rechazo al racismo…– ya no sería igual tras aquel año rebelde. Y es que son las ideas las que lo mueven. Las que había tenido De Gaulle al rebelarse contra Hitler y Pétain en junio de 1940 y las que tenían los jóvenes franceses que, 28 años después, pedían su jubilación.

La juventud suele tener razón cuando piensa, siente y actúa como juventud, cuando intenta mejorar el mundo que hereda de sus padres, cuando quiere hacerlo más libre, justo y gozoso. Hoy, medio siglo después de Mayo del 68, bajo el asfalto sigue estando la playa.

Durante unos cuantos días de mayo de 1968, Cipriano Mera desapareció de su domicilio en un barrio popular de París. El anarquista español exiliado, entonces ya septuagenario, se había sumado a la rebelión en las calles de la capital francesa. En bicicleta, tocado con una boina y chapurreando un francés casi incomprensible, Mera recorría las barricadas del Barrio Latino aconsejando a los jóvenes sobre cómo hacerlas más inexpugnables. Los jóvenes le hacían caso. No sabían que Mera había sido el líder de los albañiles madrileños durante la II República y, luego, durante la Guerra Civil, el general de una sólida columna militar cenetista, una de las pocas que obtuvieron victorias en el campo de los que luchaban contra Franco. Pero debían intuir su autenticidad y su experiencia. Le llamaban le Vieux Anarch Espagnol.

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