Urge volver a València

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A València le han chupado el alma. Los bares, los restaurantes, los hoteles, las salas de conciertos, los comercios y tantos otros sitios están semi vacíos, les falta la vida, ese característico bullicio tan mediterráneo. Se han cancelado las reservas y ni los propios valencianos se animan a salir como antes. El ambiente es extraño, lo dice la gente en la ciudad. Es como cuando se te ha muerto un familiar o un amigo muy cercano y te cuesta permitirte unas risas espontáneas o salir un rato a disfrutar porque sientes que es incompatible con el dolor. 

Esta semana he estado en València. El AVE iba silencioso, con la mitad de los asientos sin ocupar. Y, ya en los barrios, el clima oscila entre la tristeza y la perplejidad. La alcaldesa, María José Catalá, está desaparecida, ha dejado tirados a los vecinos. Muchos valencianos no entienden por qué no se deja la piel en defender la ciudad, a animar a los turistas a que regresen y a los propios valencianos a que salgan para evitar cierres y ERE, que se producirán si la cosa sigue así de floja. Quienes critican su actitud son conscientes de que, como ha logrado librarse del fango de la dana, se ha puesto de perfil. 

La alcaldesa se ha ido a hacer una foto en las cocinas de World Central Kitchen, que ha calculado que tiene más impacto que ir a apoyar a sus cocineros, que han estado cocinando y siguen haciéndolo para los afectados, mientras tratan de mantener sus negocios y el empleo a flote a pesar de que los clientes se han esfumado. Pero Catalá tiene otros planes, como el de suceder a Mazón al frente de la Generalitat. Ante eso, todo lo demás es secundario. 

Las crisis son un implacable medidor de la capacidad de un político. Y Catalá no da la talla. El pecado de omisión sigue presente en el PP de Valencia

Su nombre suena junto con el de Susana Camarero, vicepresidenta del Consell, y no se va a poner ahora mismo a emprender ninguna acción para impulsar su ciudad. No vaya a ser que una campaña para recordar al resto de España que València existe y necesita apoyo pueda generar polémica y se tuerza lo de su candidatura. Las crisis son un implacable medidor de la capacidad de un político. Y Catalá no da la talla. El pecado de omisión sigue presente en el PP de València. Igual que ignoramos en qué reservado y haciendo qué se pasó Mazón la tarde mientras los muertos crecían, no sabemos qué frena a la alcaldesa para liderar la vuelta a la normalidad de una capital que está parada, congelada en ese terrible día. 

Desde los mercados hasta los parques infantiles, València está alicaída. Muchos se preguntan allí, en cuanto hablas de lo que ha sucedido, cómo podrá dormir Mazón por las noches. Tampoco se entiende que no haya dimitido. Con esa altivez de caciquillo local que ya exhibía como presidente de la Diputación de Alicante, ahora no tiene reparo en repartir los fondos para reconstruir las zonas afectadas entre empresas ligadas a la endémica corrupción del PP valenciano. Se ríe en la cara de su gente mientras nombra a militares retirados para cargos políticos. ¿Tragará Francisco Gan Pampols con los usos y costumbres tan normalizados de los populares desde Zaplana, con contratos amañados y redes clientelares? 

Salvemos a València de la inacción de sus dirigentes. Es una escapada estupenda de otoño. Desde Madrid o Barcelona se puede ir a pasar el día. Se disfruta, y de paso, pones tu granito de arena. 

A València le han chupado el alma. Los bares, los restaurantes, los hoteles, las salas de conciertos, los comercios y tantos otros sitios están semi vacíos, les falta la vida, ese característico bullicio tan mediterráneo. Se han cancelado las reservas y ni los propios valencianos se animan a salir como antes. El ambiente es extraño, lo dice la gente en la ciudad. Es como cuando se te ha muerto un familiar o un amigo muy cercano y te cuesta permitirte unas risas espontáneas o salir un rato a disfrutar porque sientes que es incompatible con el dolor. 

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