Desde la casa roja
Trenes y dragones: educar a un hombre
Cuando nos dijeron que nuestro hijo era varón, una amiga me soltó: vas a criar a un hombre. Y lo que era hasta entonces inasible y abstracto aterrizó entre nosotros dos levantando la tierra. Venía un hijo. Pero era la primavera del año 2016, una revolución iba a pasar por encima de todos, no hubo preguntas entonces. Cuando me decían “lo más difícil es educar” todavía no estaban hablando en mi idioma. Yo estaba entonces por las tareas de la supervivencia: dormir, amamantar, triturar la fruta y controlar lo incontrolable. Ahora, navidades de 2019, sí. El feminismo tampoco nació ayer. Podríamos habernos preparado. Y aunque lo tuve claro desde el principio, íbamos a educar a nuestro hijo con la vocación profunda de que asimile la igualdad como algo natural, no está siendo tan fácil. La primera razón es que los niños siguen pasando más tiempo con sus madres que con nadie. Son ellas las que en un 95% de los casos reducen su jornada para poder atender a los hijos. Los equipos docentes de Educación Infantil están compuestos en un 96,7% por maestras. Esto todavía alimenta una única forma de pensar en los cuidados: las que me cuidan la mayor parte del tiempo son mi madre y mi profesora, mujeres, los cuidados son tareas de mujeres. Es cierto que los padres están mucho más implicados ahora que hace una generación, pero en según qué tiempos y tareas, y también que las familias no están solamente compuestas ya por padre, madre e hijos.
Otra dificultad derivada de esto es que tanto las madres como las maestras estamos en revisión constante de nuestro propio machismo. ¿Estoy preparada para hacer frente a todas las posibilidades que pueden plantearse derivadas del género? ¿Sé detectar todas las discriminaciones relacionadas con el rol de niños y niñas?
Cuando mi hijo nació, hubo algo dentro parecido al alivio. Bueno, un hombre, un chico, un chaval, va a sufrir menos, pensé. ¿Por qué va a sufrir menos un hombre?, me pregunto ahora. ¿De qué herramientas específicas vamos a dotar su padre y yo al niño para que su vida sea menos difícil que la de una mujer? Porque hay algo intrínseco al sistema –y a nosotros dos– que ya va a protegerlo de según qué cosas y situaciones. ¿O tal vez no va a protegerlo sino que va a obligar a mi hijo a ser fuerte y duro de carácter? ¿Con qué mensajes inconscientes hemos codificado ya sus conductas?
También están los otros hombres y mujeres que forman parte de una familia. Mi hijo no llegaba a los dos años cuando alguien se extrañó de que jugara a hacer la comida o quisiera una cocinita como regalo. El ejemplo es vital. Hay niños que se reconocen en su género desde muy temprano, yo no he tenido que explicarle qué es, él se autodefine como niño desde que sabe hablar. Sabe que su padre es un hombre y que su abuelo también y que su madre y su tía, no. Si los niños miran hacia atrás, deciden muy bien de qué lado deben ponerse: el rol continúa por imitación. Es muy difícil hacer decidir a alguien que voluntaria y naturalmente abandone el equipo de los privilegiados.
Ahora, feminismo
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Nos parece que entendemos la igualdad en la educación porque tenemos claro cómo decirle a una niña que si quiere puede ser astronauta o futbolista, pero no encontramos una razón para decirle a un niño que, si quiere, puede ser maestro de guardería o enfermero.
En estos días, hemos visitado pasillos de supermercados llenos de juguetes. El consumo está organizado por colores y el capitalismo tiene muy claro lo que debe vender y a quién se dirige. Me pregunto si debo comprarle a mi hijo un muñeco aunque no me lo pida y me pregunto también por qué ya no me lo pide. ¿Por qué su mundo de juegos y representaciones pasa por ser un dragón y no un padre? ¿Por qué por conducir un tren y no un carrito? Me pregunto si para mí fue más divertido acunar bebés, cambiarles los pañales y preparar comiditas que correr aventuras de fantasía. ¿Cuánto tiempo podremos librarnos de tener una pistola de juguete en casa? ¿Y un uniforme de la selección de fútbol? Espera, ¿por qué no le interesa el fútbol? ¿Es raro? Cuando unos padres dicen que nadie ha enseñado a su hija a pintarse las uñas o los labios, ¿de verdad nadie le ha enseñado que se supone que así está más guapa porque una mujer tiene que estar lo más guapa que pueda?
La transformación será lenta y este texto está lleno de preguntas sin respuesta, lo reconozco, de tropiezos. Todo este tiempo, me he cuestionado si sería más fácil educar a una niña en el empoderamiento. Y creo que no. Ser buena persona, valiente, empático, sensible, seguro o generoso en el futuro pasará también por esto. La dificultad que encuentro es que nuestro hijo tiene que estar también empoderado siendo él mismo y lo suficientemente libre para renunciar naturalmente a los privilegios que aún se perpetúan en el sistema familiar y escolar y que, solo por nacer hombre, alivian su vida y, de alguna manera que estamos revisando y corrigiendo, la de sus padres.