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Rubalcaba y el trile

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De entre todos los relatos que orientan nuestra vida, hay uno que inspira y moviliza más que ningún otro: el que nos propone que, aun siendo débiles, podemos vencer a nuestros enemigos. Evitar la enfermedad, superar el miedo, triunfar sobre el agresor... Si lo pensamos, esa narrativa es la más estimulante para cumplir con la misión última que los seres vivos tenemos en la tierra: la supervivencia de nuestra especie. De manera que llamando en forma de relatos a la superación de las dificultades promovemos nuestra pervivencia misma. Por eso todas las culturas, todas las psicologías y todos los códigos morales sin excepción incorporan de una u otra manera el mito de David y Goliat: el mito del pastor pequeño que con una honda y una piedra vence al gigante.

La narrativa de David y Goliat es sencilla: hay enfrente un agresor gigantesco que amenaza y oprime. El miedo se apodera del oprimido, que es mucho más débil, pero que está inspirado por una misión superior. El débil vence. Naturalmente: los buenos, ya se sabe, ganan siempre en las historias.

Convirtiéndose en guerreros revolucionarios que luchan por derrocar a los "mayordomos de los ricos" y los "partidos de la casta", los jóvenes de Pablo Iglesias nos proponen superar el miedo y oponerle la esperanza, todo un clásico de la comunicación política. No dan por cortada la cabeza del gigante. Al contrario: anuncian que su lucha sigue hasta la victoria final, en nombre de los oprimidos, los desahuciados, los pobres y los marginados. También ERC quiere ser el David contra el Goliat que es España. El pueblo oprimido exhibe en las manifestaciones y los balcones las banderas estrelladas, símbolo de una misión superior, marcada por la Historia.

Eterno sentimiento: los que unen sus manos en una cadena humana cruzando Cataluña se sienten David venciendo a su gigante, tanto como los profesores de Podemos y sus miles de seguidores peleando con el suyo. Así componemos nuestra existencia. Heredando y dejando en herencia mitos; contando historias de superación. Cuando hay una narrativa colectiva, todo se supedita a ella y cualquier episodio cobra sentido. Los buenos magos saben que lo portentoso no es la técnica mágica, sino la historia que la esconde.

Pero hay buenos magos, y hay trileros. Que maniobran con truquitos baratos, componendas miserables y recursos puramente instrumentales: que si te coloco un congreso por aquí o me niego a darte un comité por allá. Creías que dimitía, pero no, me quedo. ¿Dónde está la bolita? ¿Dices que allí? Pues no: aquí.

Hace cuatro años, cuando le nombraron vicepresidente del Gobierno, yo escribí para el diario Público un artículo titulado "Arreglos Rubalcaba". A él, el hombre más poderoso del momento, que había acudido, según algún titular, a socorrer a Zapatero, el artículo no le gustó nada, según me dijo él mismo para asombro mío. Dije allí que Alfredo era una buena elección para un apaño, un buen servicio multimarca de esos que llamas de urgencia cuando se te inunda la cocina. Pero que faltaba en él inspiración, narrativa, relato. Y que el PSOE no tenía solo un problema a corto plazo de inundación de la cocina, sino también un problema más largo de decoración del jardín.

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Todos cuantos le conocen saben que Alfredo Pérez Rubalcaba lleva toda su vida trabajando entre bambalinas. No dudo de que tengamos que agradecerle muchos servicios prestados al país, en forma de acuerdos y pactos con unos y otros, y de inteligentes decisiones. Pero tampoco dudo de que lo último que necesita el PSOE ahora son trucos, componendas y tejemanejes.

Qué sencillo habría sido. Salgo, reconozco el tortazo, dimito y me voy. Entonces una gestora se encarga de adelantar unas primarias como las francesas o las italianas, que ya están aprobadas por la Ejecutiva que salió de Sevilla, por la Conferencia Política y por el Comité Federal hace semanas. Y luego un Congreso reconoce el liderazgo de quien gane. Quizá, como en Italia y en Francia, así se habría podido ganar el Gobierno.

Pero no. Por el contrario, todavía hoy ahí sigue él, haciendo chapuzas, sembrando entre su gente el desconcierto, la división y la desconfianza, buscando componendas y atajos. El último trile es este show según el cual, bondadoso y condescendiente, después de obstaculizar y retrasar las primarias durante toda su vida, de pronto en dos horas se nos convierte y cede ante la presión del joven Eduardo Madina, compañero suyo en su Ejecutiva y secretario general de su Grupo Parlamentario. ¿Dónde está la bolita? Alguien debería decirle que ha llegado ya la hora de irse a casa.

De entre todos los relatos que orientan nuestra vida, hay uno que inspira y moviliza más que ningún otro: el que nos propone que, aun siendo débiles, podemos vencer a nuestros enemigos. Evitar la enfermedad, superar el miedo, triunfar sobre el agresor... Si lo pensamos, esa narrativa es la más estimulante para cumplir con la misión última que los seres vivos tenemos en la tierra: la supervivencia de nuestra especie. De manera que llamando en forma de relatos a la superación de las dificultades promovemos nuestra pervivencia misma. Por eso todas las culturas, todas las psicologías y todos los códigos morales sin excepción incorporan de una u otra manera el mito de David y Goliat: el mito del pastor pequeño que con una honda y una piedra vence al gigante.

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