¿Es “normal” comprar un niño? ¿O alquilar un útero? ¿Obtener una mejor celda en la cárcel? ¿Su puesto en la cola para conseguir unas entradas para un concierto? ¿La esterilización de madres drogadictas o alcohólicas? ¿La conciencia de votantes para influir en el resultado de una decisión que afecta al bien general? Aunque las injerencias del dinero en terrenos en los que no tiene nada que hacer se han multiplicado en los últimos años en nuestras sociedades medianamente civilizadas, su historia es antigua.
“Tan pronto su óbolo resuena, del fuego huye el alma y al cielo vuela” reza el célebre verso de Johann Tetzel (1465-1519), el dominico alemán conocido por haber inventado el tráfico de indulgencias destinadas a financiar la construcción de la basílica de San Pedro de Roma. Y Giovanni de Médicis proseguirá las obras financiándolas del mismo modo. A partir del siglo IV, los denominados “libros penitenciales”, indicaban el precio de cada pecado confesado dando lugar a regateos entre pecadores y confesores. Una práctica no totalmente caída en desuso. Ha sido difícil comprobar la eficacia de la negociación, pero ya no es así ahora en la mayor parte de los casos en que el dinero interviene donde no debería tener nada que hacer.
Lo cómico de la historia es que una firma norteamericana ofrece hoy a las empresas un “plan de excusas”, versión actual de las indulgencias, a utilizar cuando un empleado ha cometido una mayúscula metida de pata, sabiendo que el cliente así reconfortado y halagado será aun más fiel.
Si resulta evidente que pagar por una relación sexual cambia la naturaleza y significación de está relación íntima, ¿qué pensar de la gestación por terceros, cuando la madre legal no es la madre biológica y el hijo es el resultado de una transacción monetaria? En realidad, la práctica es antigua, al menos desde Agar, la esclava egipcia que le dio a Abraham el hijo que Sara no podía darle. Pero, de Agar a las “fábricas de bebes” de Nigeria destinados al trabajo domestico, a la prostitución y hasta al crimen ritual, se han saltado alegremente muchas etapas. ¿Es completamente legítimo alquilar vientres de mujeres cuando y solo si se tiene dinero para hacerlo? De hecho, la práctica de las madres de alquiler se extiende cada vez más, en particular en Estados Unidos. Y ¿es justo y moral proponer dinero a un hombre al borde del hambre a cambio de un riñón suyo? ¿O de su hijo? ¿Es entonces el cuerpo humano objeto de transacción como cualquier otro?
También en Estados Unidos, la Association Project Prevention ofrece 300 dólares a toxicómanas y enfermas de sida para que se dejen esterilizar. ¿Y si utilizan el dinero para comprar droga? “Me da igual lo que hagan –explica un donante-, con tal que se sometan a una ligadura de trompas”, informa Michael Sandel, en el libro “Lo que el dinero no puede comprar”. Para el autor, la asociación “trata a las drogadictas y a las seropositivas como a máquinas de fabricar bebés defectuosos a las que se puede desconectar a cambio de cierta suma. Las que aceptan la oferta suscriben esta visión degradante de sí mismas”.
El sitio LineStanding.com ofrece personas que hacen cola a cambio de una remuneración. Generalmente, se trata de jubilados que, por 15 ó 20 dólares, están dispuestos a esperar y a sufrir las inclemencias meteorológicas por el cliente más adinerado.
Si esa misma persona adinerada tiene importantes problemas con la justicia, y si los abogados más caros – los que conocen bien los engranajes del sistema, así como a jueces y fiscales – no han podido evitarle una severa condena, en California le propondrán una celda de lujo con una sola cama a cambio de 127 dólares diarios, pues “incluso la gente bien sufre golpes duros”. Esa gente “bien” no deja de ser gente “bien” aun condenada en nombre de la justicia igual para todos.
Padres de familia pudientes podrán poner a estas a resguardo de toda intrusión delictiva – o terrorista – en verdaderas ciudadelas que podríamos denominar “fortificadas”, con piscinas y campos de tenis, por supuesto, pero también con guardias armados. En la Alta Edad Media, el señor se protegía detrás de sus murallas y dejaba a sus siervos a merced del invasor. ¿Alguna diferencia con el presente?
¿Acaso uno puede llevar sus zapatos sin hacerse preguntas y mirarlos del mismo modo cuando sabe que han sido fabricados en Bangladesh por unos niños mal nutridos? Uno se acostumbra a todo, dicen los economistas. Si cambiamos valores que creíamos bien arraigados, como el matrimonio, ¿por qué no el trabajo de los niños?
Por otra parte, hay quien compra votos – es decir, la conciencia – a cambio de unas ventajas a menudo efímeras.
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El dinero invade pues algunas esferas de la vida en las que no debería tener cabida, hasta degradar el objeto de la transacción. Si se le ofrecen algunos euros a un niño por cada libro que lea, los leerá; tal vez, hasta le tome gusto a la lectura, pero ¿qué pasa con la cultura? Lectura degradada, cultura ignorada, la que permite a un hombre incluso sometido conservar su libertad moral. Una cultura que aporta una fuerte identidad moral e intelectual, escudo contra las demagogias, la desinformación. La que “acrecienta la confianza entre las gentes y acrecienta su responsabilidad y su participación cívica en el desarrollo de un país”. La cita es de Vladímir Putin. Sorprendente, ¿no?
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Nicole Muchnik es periodista, escritora y pintora.
¿Es “normal” comprar un niño? ¿O alquilar un útero? ¿Obtener una mejor celda en la cárcel? ¿Su puesto en la cola para conseguir unas entradas para un concierto? ¿La esterilización de madres drogadictas o alcohólicas? ¿La conciencia de votantes para influir en el resultado de una decisión que afecta al bien general? Aunque las injerencias del dinero en terrenos en los que no tiene nada que hacer se han multiplicado en los últimos años en nuestras sociedades medianamente civilizadas, su historia es antigua.