Drama de mujeres

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Las batallas ideológicas más importantes del siglo XX se han librado sobre el cuerpo de las mujeres. La libertad y la represión entablan su duelo en el origen de la vida. Son muy famosas las palabras con las que una madre tiránica cierra el argumento de La casa de Bernarda Alba: “No quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara… ¿Me habéis oído? Silencio, silencio he dicho. ¡Silencio!” La represión suprime las palabras, empobrece los vocabularios, prohíbe los idiomas. La represión ha borrado también el pulso de la vida en el cuerpo de Adela.

Casi nadie recuerda, sin embargo, las palabras que inician La casa de Bernarda Alba. Una criada se queja: “Ya tengo el doble de esas campanas metido entre las sienes”. Doblan a muerto. Las campanas pueden ser hermosas cuando forman parte del paisaje de una aldea o cuando flotan sobre los amaneceres de una ciudad. Los decorados sonoros nos ayudan a apropiarnos de un ambiente, como las viejas canciones que ruedan sobre la barra de un bar o los asientos de un coche. Pero el significado cambia si las campanas de la iglesia se meten entre las sienes. Es el ambiente el que quiere apropiarse de nosotros. El viento busca súbditos.

Las ideologías no viven como ideas abstractas. Procuran encarnarse en un cuerpo, meterse entre las sienes. Por eso las grandes batallas se libran sobre un cuerpo. El poder no se conforma con dominar la plaza. Necesita introducirse en el cuarto de estar y luego en el dormitorio. El poder que suena a campana en la plaza y en el salón se convierte así en el tic-tac del reloj que marca los silencios de un cuerpo desvelado. El poder necesita hacerse vida privada, intimidad. Por eso las grandes batallas se libran sobre el cuerpo de una mujer. La sociedad contemporánea quiso ordenar la existencia definiendo la condición femenina como un ámbito sentimental propicio para lo privado y la intimidad. Es la historia del ángel del hogar.

Cuando Federico García Lorca quiso indagar la presencia del poder en los últimos rincones de la casa, suprimió la mentira del ángel del hogar para enfrentarse cara a cara con la represión y los deseos insatisfechos. Su drama de mujeres estalla cuando Bernarda quiere tapiar las puertas y las ventanas para que se cumpla un luto riguroso. Pero todo es una mentira, no existe separación posible, no hay distancia entre lo público, lo privado y la intimidad. Las campanas que se meten entre las sienes ocupan todas las habitaciones y tiemblan debajo de las almohadas. El agua corre libre en los ríos y se mueve con fuerza en el mar. El agua de un pozo está quieta, no desemboca en ningún sitio. Bernarda vive en un pueblo de pozos, su casa gira alrededor de un pozo y el pecho de cada una de sus hijas es un pozo de insatisfacción y veneno.

Pocas reflexiones tan radicales sobre la geografía del poder como la que nos encontramos en La casa de Bernarda Alba. Son razones muy profundas las que hacen que los instintos de dominación, las ideologías totalitarias y las crisis económicas de nuestra sociedad castiguen de forma directa a las mujeres. Doblan las campanas en las alcobas. Se intenta cancelar su libertad de conciencia en asuntos tan personales como la interrupción de un embarazo. Doblan las campanas en el cuarto de estar. La violencia de género se apodera de la convivencia en un grado alarmante para toda Europa. Y doblan las campanas en los talleres y las plazas. La crisis acentúa la desigualdad. Sin amparos públicos, sin ayudas sociales, sin políticas de igualdad, la economía es otra forma de violencia para las mujeres que intentan trabajar, criar a los hijos y cuidar a los mayores.

Unos obispos que no huelen a hombres, sino a hombres viejos, a sotana rehervida, ponen las campanas a doblar. Y ya tenemos el doble de esas campanas metido entre las sienes.

Irina Kouberskaya y Hugo Pérez de la Pica dirigen una versión de La casa de Bernarda Alba en el Teatro Español de Madrid. Está en cartel hasta el 30 de marzo. Merece la pena verla, salir del teatro con ganas de hablar, con ganas de pensar en el silencio, y en las campanas, y en las alcobas, y en las plazas públicas, y en las batallas que nos afectan a todos, aunque se libren sobre el cuerpo de una mujer.

Las batallas ideológicas más importantes del siglo XX se han librado sobre el cuerpo de las mujeres. La libertad y la represión entablan su duelo en el origen de la vida. Son muy famosas las palabras con las que una madre tiránica cierra el argumento de La casa de Bernarda Alba: “No quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara… ¿Me habéis oído? Silencio, silencio he dicho. ¡Silencio!” La represión suprime las palabras, empobrece los vocabularios, prohíbe los idiomas. La represión ha borrado también el pulso de la vida en el cuerpo de Adela.

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