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Elecciones andaluzas: el partido del año

Aurora Nacarino

Susana Díaz decidió que había que adelantar las elecciones, que a Podemos había que jugarle con anticipación, antes de que a Teresa Rodríguez le hubiera dado tiempo a entrar en el partido. Algo así como Ancelotti apostando por un centro del campo con Modric e Isco, asomado al balcón del área del Barcelona. La estrategia encarnaba cierto riesgo. Cualquier error de precisión podía pagarse caro. Un contragolpe inesperado, la defensa adelantada, podían significar una derrota. Que se lo digan a Carletto.

Pero al PSOE andaluz le salió bien. Nunca sabremos lo que hubiera pasado si los comicios se hubieran celebrado en 2016, como estaba previsto inicialmente. Las últimas encuestas sugerían que Podemos estaba muy cerca de su techo electoral en unas generales. Esto es comprensible si tenemos en cuenta que ha crecido absorbiendo un gran número de abstencionistas y exvotantes socialistas. Llega un momento en el que el crecimiento toca hueso (el voto anclado del PSOE, fiel a su partido) y ya no quedan más abstencionistas que movilizar.

Atendiendo a estas encuestas, era posible aventurar que Podemos se habría desinflado en los próximos meses, y Susana podría haber tenido una victoria más holgada en 2016. Pero no debemos olvidar que las dinámicas nacionales y regionales no van siempre al mismo paso. Podemos había llegado tarde a la carrera electoral en Andalucía y el PSOE interpretó que tenían margen para el crecimiento. Así, prefirieron adelantar comicios y minimizar pérdidas que permitir un potencial despegue de Teresa Rodríguez que habría puesto en riesgo la victoria. Al final, el PSOE pierde menos de 120.000 votos, consolida su poder en Andalucía, revalidando sus 47 escaños, y Susana Díaz se anota un tanto en Ferraz.

Desde luego, no puede decirse que los 15 escaños que consiguió Podemos sean un fracaso: son la prueba de que no son un fenómeno pasajero ni flor de una indignación. Pero tampoco es cierto que su irrupción sea la más fuerte de un partido en democracia, como se han apresurado a señalar: Foro, la formación de Álvarez Cascos, se hizo con el gobierno de Asturias en su primera participación.

El problema de Podemos es que su buen resultado ha quedado empañado por sus propias expectativas. Aspiraban a ganar y se se han quedado en tercera fuerza. Además, la formación pinchó en la recta final de la campaña. El último CIS casi clava el resultado de todos los partidos, a excepción de Podemos y Ciudadanos. A los de Teresa Rodríguez les auguraba un 19,2% de los votos hace dos semanas, que se han quedado en un 14,84%. A Ciudadanos, sin embargo, el último CIS le asignaba el 6,4% de los votos, que finalmente han sido un 9,28%. Puede decirse que es en estas últimas jornadas cuando se ha consolidado el ascenso de Ciudadanos y Podemos ha perdido algo de fuelle. Puede observarse también que, en contra de lo que tanto se ha repetido, las encuestas suelen acertar cuando disponemos de recuerdo de voto.

Otra consecuencia de estos resultados es que generan lo que llamamos path dependence o inercias políticas. Podemos lleva meses proclamándose como la alternativa de gobierno natural y el voto útil para frenar a la derecha, pero las elecciones andaluzas vuelven a poner al PSOE en la competición electoral y rebajan la expectación por Pablo Iglesias. En todo caso, quedan meses de campaña y no hay nada escrito. Podemos sigue siendo una opción política con mucha fuerza y muy competitiva en áreas urbanas. Sin embargo, está por ver si será un partido igual de competitivo en zonas rurales.

Por su parte, el PP ha perdido más de medio millón de votos, confirmando que está muy lejos de ser una alternativa para los andaluces. Al margen de las elecciones autonómicas, a Rajoy debería preocuparle el pobre resultado de su partido en una plaza tan importante de cara a las generales como la andaluza. Es complicado ganar las elecciones con unos resultados tan malos en Andalucía.

Ciudadanos ha tenido un éxito rotundo. Ha sobrepasado los pronósticos en una región que, a priori, no era la más proclive a un electorado como el suyo, urbano y de rentas altas. Ha absorbido votantes de UPyD, PP y la abstención, y en comunidades como Madrid podrían hacerle un auténtico roto a los populares.

Por otro lado, IU continúa su deriva hacia la extinción. Pierde 165.000 votos y siete escaños, obteniendo sólo cinco. Su espacio electoral ha sido fagocitado por Podemos, y ya ni siquiera en Andalucía, que solía ser una buena plaza para la formación, hacen otra cosa que languidecer en los márgenes del parlamento. Una postura inteligente ha sido la de Equo, que se presentó con Podemos a las elecciones del domingo. El problema de IU es que tiene demasiados cargos que repartir, demasiadas sillas que cubrir, lo cual dificulta las negociaciones y hace casi imposible cualquier acuerdo con Podemos que no suponga una claudicación para los que tienen mucho que perder con la integración.

Algo parecido a lo que le sucede a UPyD. Pierde más de 50.000 votos y no llega al 2% de las papeletas. Su tendencia no es más halagüeña que la de IU y la negativa de la dirección a una confluencia con Ciudadanos, unida a los pobres resultados tanto electorales como demoscópicos, amenazan con propiciar un golpe de estado en la formación.

Ciudadanos ha demostrado que hay un nicho de votantes en el centro ideológico que puede ser movilizado y rentabilizado políticamente, algo de lo que el partido de Rosa Díez ha sido incapaz. La estrategia magenta ha consistido en despreciar a críticos y afines, desdeñando cualquier predicción electoral desfavorable como esotérica. El problema de fondo de UPyD es que nunca ha sido otra cosa que un partido de notables. Unas siglas dirigidas por una jerarquía fuerte e impermeable, más preocupada por renovar sus votos de pureza ideológica y adhesión a los valores fundacionales que de ganar elecciones. La democracia de masas es ajena a UPyD.

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Mientras tanto, la carrera electoral continúa sin darnos tregua. Como en el fútbol, sólo los dos primeros clasificados tienen asegurados los puestos de Champions parlamentarios. El partido que se descuelgue hasta la tercera posición (especialmente en aquellas circunscripciones pequeñas, donde hay menos escaños en juego y el reparto es, por tanto, menos proporcional) será penalizado en su cuenta final de escaños.

Los próximos meses serán de borrachera política casi constante. Hablaremos más de Podemos, PP, PSOE o Ciudadanos que del Real Madrid o el Barça. Veremos más a Pedro Sánchez y a Mariano Rajoy, que a Ronaldo o a Messi. Y eso, para los que somos madridistas sufridos, ya es un consuelo. Viva la política.

Aurora Nacarino es politóloga y periodista

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