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En Transición

El ciclo vital de la nueva política

Las formaciones que emergieron con fuerza en el panorama nacional en 2015 han ido pasando por sucesivas fases (aparición, desarrollo, momento culminante y decadencia) de forma mucho más acelerada a como lo hicieron en su día lo que hoy llamamos partidos tradicionales. Al nacer, muchos vieron en ellas cierta simetría que ratificaba la vigencia del eje izquierda-derecha en la política actual. Si Podemos recogía la indignación del 15M por la izquierda, Ciudadanos se ocupaba de dar cabida al descontento y la desafección de sectores más centristas, liberales y conservadores. Hoy, ambas formaciones están explosionando como consecuencia del paso del tiempo, los hiperliderazgos y la confrontación con la realidad.

Cuando nacieron, tanto Podemos como Ciudadanos recogían descontentos difusos de sectores diversos tanto en el campo progresista como en el conservador. Las urnas unificaban en la misma papeleta desde electores socialistas descontentos con el PSOE de aquel momento hasta espíritus de la izquierda alternativa como Anticapitalistas, pasando por quienes, habitualmente, se habían visto reconocidos en Izquierda Unida u opciones de izquierdas más o menos nacionalistas en distintas comunidades autónomas, como Chunta Aragonesista o Iniciativa per Catalunya. La formación morada pretendía así poner fin a la maldición del cainismo de la izquierda y se erigía como el aglutinante de todas las formaciones progresistas "a la izquierda del PSOE".

En el campo conservador, Ciudadanos prometía ser una derecha laica, moderna, europea y liberal, pero con alma social, capaz de entusiasmar a esa generación que ya ha pasado masivamente por la universidad; en su caso fundamentalmente por las universidades privadas. Las facultades consideradas más conservadoras se llenaron de un naranja simpático, agradable, supuestamente solvente y bien formado. Quienes ya no pudieran confiar en un PP envejecido y plagado de casos de corrupción tenían a Rivera como alternativa. Su composición era también diversa. Desde quienes habían estado oscilando entre el PP más moderado y el PSOE más centrista –y que en buena medida habían decidido el resultado electoral en más de una ocasión–, hasta votantes claramente conservadores que ya no estaban dispuestos a tragar con los escándalos que leían un día sí y otro también.

Hoy, tanto Podemos como Ciudadanos han tenido que ir tomando decisiones que les han llevado, irremediablemente, a acotar su espacio. Sus políticas de alianzas les están resituando en la percepción que de ellos tiene la ciudadanía. Se podría decir que la posición de un partido está definida por sus relaciones. Como se puede ver en la gráfica, en el caso de Ciudadano ese cambio en la percepción se percibe ya nítidamente. En el caso de Podemos probablemente haya que esperar al resultado del 10N y a conocer el efecto Errejón.

La falta de apoyo de Podemos a gobiernos del PSOE en dos ocasiones –en el ámbito nacional, no así en las Comunidades Autónomas y Ayuntamientos-  le puede estar erosionando por el flanco derecho, a expensas de ver cómo sale del 10N. Por su parte, la decisión de Ciudadanos de renunciar a ser el partido bisagra capaz de pactar a un lado u otro, para empeñarse en ser hegemónico en la derecha –posibilidad que también parece diluirse–, ha provocado que la opinión pública le vea cada vez más como una opción netamente conservadora, como se observa en la gráfica.

En el plano interno ambos partidos se han caracterizado por acabar imitando de forma bastante fiel las dinámicas de funcionamiento de las formaciones tradicionales. Frente a la horizontalidad que reclamaban los indignados en las plazas, Podemos ha acabado generando un hiperliderazgo en torno a la figura de Pablo Iglesias sobre el que pivota todo el partido. Algo similar le ocurre a Ciudadanos, mediatizado en muy buena medida por las preferencias, visiones y estrategias de Albert Rivera. En ambos casos, además, los líderes han sido fundadores de sus respectivos partidos, lo que les confiere un peso simbólico y político mucho mayor que en otros casos. Los procesos de toma de decisiones tampoco parecen haberse caracterizado por la innovación política: las consultas de Podemos perdieron buena parte de su credibilidad ante el affaire Galapagar, y en Ciudadanos cada cuadro que abandona denuncia que las decisiones se toman en pequeños círculos alejados de las reuniones públicas. Podrá decirse que de este problema adolecen también los partidos tradicionales, y es cierto. Nada nuevo bajo el sol, por tanto. El problema es que las nuevas formaciones supuestamente venían a regenerar la política.

Las analogías continúan en la obsesión de ambos por el sorpaso. Tanto Ciudadanos como Podemos han diseñado sus estrategias pensando en ganar a su hermano mayor. En momentos distintos, con una separación de cuatro años, ambos han disputado cara a cara la hegemonía de su bloque ideológico, y ambos han pensado que podían ganar. De ahí la dificultad para, una vez constatada la imposibilidad, establecer relaciones maduras, sanas, críticas y a la vez constructivas con sus principales referentes.

Hoy, fruto del contraste con la realidad que supone el día a día, donde hay que decidir si se apoya o no, se apuesta por el acuerdo o se rechaza, se facilita la confluencia o se dificulta, las contradicciones que albergaban previamente ambas formaciones se están agudizando hasta hacer saltar todas sus costuras. Por eso estamos viendo en Podemos toda una implosión explosiva y en Ciudadanos una profunda hemorragia de muchas de sus caras más conocidas e incluso, recientemente, de la ejecutiva de la ciudad de Vitoria.

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Si no fuera porque sería echar mano de oscuras teorías de la conspiración, que nunca acaban explicando nada, parecería que el bipartidismo ha jugado bien sus cartas para laminar a sus rivales.

 

Percepción de los españoles en una escala ideológica 0 - 10, donde 0 es extrema izquierda y 10 extrema derecha. Fuente: elaboración propia a partir de datos del CIS.

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