Diana Quer será invisibilizada. Al menos, de momento.
Las últimas noticias sobre el asesinato de Diana Quer me pillaron en uno de esos lugares del mundo que han quedado descolgados de la globalización y donde la supervivencia no deja ni tiempo ni espacio para ascender en la pirámide de Maslow. Créanme si les digo que polémicas como las del vestido de Pedroche o la cabalgata de Vallecas no se entenderían en buena parte del planeta.
La noticia sobre la detención de El Chicle y todo lo que rodea a esta trágica historia me llevó enseguida a pensar que empezábamos el año, una vez más, engrosando las cifras de mujeres víctimas de violencia machista. Enseguida me asaltó la duda. ¿Se considerará como tal, no? Pues no. Al menos, de momento.
Al volver a casa encontré en mi correo un mail de Agenda Pública con este artículo en el que la profesora de Derecho Constitucional de la Universidad de Alicante Concepción Torres lo explica a la perfección. La Ley Integral contra la Violencia de Género de 2004 no contempla la violencia ejercida del hombre hacia la mujer fuera de la pareja o expareja. Por muy increíble que parezca, hace poco más de una década, cuando la violencia machista ya era un clamor social, el legislador lo consideró así. Hoy, la medida 86.3 del Pacto de Estado contra la Violencia de Género insta a ampliar este concepto a fin de que otras formas de violencia contra las mujeres sean reconocidas en tal sentido. Pero como es sabido, el Pacto, aprobado a bombo y platillo a principios de este verano, anda recorriendo los pasillos del Congreso y la burocracia sin haber sido llevado a efecto. Modificaciones legislativas y otras medidas están retrasando de forma incomprensible la entrada en vigor del pacto, de forma que por mucho que la presidenta del Observatorio del Consejo General del Poder Judicial contra la Violencia de Género haya asegurado que este caso será considerado como violencia machista, no podrá ser así hasta que la norma entre en vigor y produzca efectos jurídicos.
El caso de Diana Quer, al igual que otros, se olvidará en cuanto la polvareda mediática deje paso a cualquier otro escándalo, y quedará en las secciones de sucesos. Es decir, en aquellas noticias que se caracterizan por ser extraordinarias, generalmente expuestas al morbo como ha demostrado el tratamiento de los medios –y las redes sociales– sobre el mismo, y que raras veces permiten contextualizar el asunto para hacer un diagnóstico certero que nos lleve a comprender el fondo y a actuar en consecuencia: es decir, convertir los datos en información para facilitar la comprensión.
La reivindicación de la incorporación de este asunto a la lista de casos de violencia machista no tiene el objetivo de engrosar el número de víctimas –lamentablemente, no hace falta exagerar–, sino de tener una fotografía más real de las causas y motivos que llevan a que estos hechos se sigan produciendo, en el seno de la pareja o fuera de ella. Hablamos de relaciones de poder, de dominación, que hacen que algunos hombres consideren a las mujeres como algo de su propiedad u objeto de sus caprichos, deseos o de los instintos más asesinos. Solo si entendemos la violencia machista como tal podremos atajarla de fondo. De lo contrario, estaremos poniendo parches y seguiremos viendo cómo aumenta el sufrimiento.
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Sirva un ejemplo: según los datos del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, el año 2017 se saldó (a fecha 28 de diciembre) con 48 casos. Sin embargo, en la web Feminicidio.net, –"observatorio de la sociedad civil organizada que nació con el fin de documentar y visibilizar una barbarie normalizada: el feminicidio, el asesinato de mujeres por ser mujeres" según se define en la propia página– esta cifra alcanza los 98, por la sencilla razón de que aplica otro concepto mucho más amplio y comprensivo de la realidad de la violencia machista.
Estamos ante un drama de múltiples causas que afecta al conjunto de la sociedad y que requiere de una comprensión y un tratamiento holístico. A estas alturas de la película cualquiera podría haber pensado que, al menos en el concepto y en las cifras oficiales, las cosas estaban claras. Pues no, por sorprendente que parezca. Mientras no tengamos un buen diagnóstico que nos permita dar con las herramientas adecuadas será complicado que se ataje el problema.
El caso de Diana Quer nos remite también sin duda a la forma en que los medios de comunicación abordan estos asesinatos. No hay mucho más que añadir a lo que ya se ha escrito estos días al respecto, pero dada la importancia del tema, cualquiera que se asome a un medio ejerciendo como periodista, como opinador o de cualquier otra forma debería tener en cuenta que las palabras no describen la realidad, sino que la crean, por lo que el rigor y la seriedad deberían ser exquisitos. Para profundizar en esto les recomiendo el libro de José María Calleja Informar sobre la violencia contra las mujeres, editado por Prensas Universitarias de Zaragoza. Ojalá en todas las redacciones y facultades de Comunicación se prestara la debida atención.
Diana Quer será invisibilizada. Al menos, de momento.