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Ahora tenemos a un lunático facha moviendo los hilos del mundo

La foto de Donald Trump en la cárcel del condado de Fulton en Atlanta.

Carine Fouteau

No se puede decir que no lo supieran. El electorado americano eligió a sabiendas a un hombre que presume de ser “un puto lunático” y promete ser “un dictador desde el primer día”. El hombre que, rodeado de casos judiciales, quiere suprimir partes enteras de la Constitución, purgar masivamente la administración, utilizar el sistema judicial para ajustar cuentas, cerrar medios de comunicación y encarcelar periodistas. El hombre que pretende deportar millones de inmigrantes y que, acusado de agresión sexual, se jacta de “agarrar a las mujeres por el coño” haciendo mímica de una felación.

Han elegido, con los ojos bien abiertos, a alguien que quiere acabar con una de las democracias más antiguas del mundo occidental, cuyos padres fundadores ya temían que fuera dinamitada desde dentro por un tirano. Y lo hicieron aun conociendo al personaje y su trayectoria, tras haberle aupado al poder por primera vez en 2016.

¿Cómo no sentir una enorme amargura, incluso una inmensa rabia, hacia esos votantes que tenían el destino del mundo en sus manos y han creído que votaban por sus carteras a pesar de que Trump aboga por drásticos recortes en el gasto público? ¿Cómo no culpar al Partido Demócrata por dejar caer a Joe Biden demasiado tarde e ignorar la miseria social?

Ha fracasado el “frente republicano” contra el candidato del Partido Republicano, y Trump, cuyo partido ha tomado también el Senado, tiene ahora vía libre, con el Tribunal Supremo a su entera disposición, para llevar al país a su perdición.

De las fake news al peligro del fascismo

El electorado americano ha votado, pero las consecuencias las vamos a pagar todos. La avalancha trumpista va a caer sobre el mundo, como ya ocurrió en 2016. Hace ocho años, su sorprendente elección anunció el advenimiento orwelliano de los “hechos alternativos” y las teorías de la conspiración.

Esa ola reconfiguró nuestra relación con la realidad, convirtiendo las mentiras en verdades y relegando a un segundo plano los hechos verificados. Todavía hoy somos víctimas de ello, como atestigua en Francia la decadencia del espacio político y mediático, copado por la propaganda del imperio Bolloré (magnate de medios de comunicación, ndt).

A este gran viraje se ha unido otro aún más aterrador: lo que en un principio se presentaba como un populismo de derechas enfadado con la verdad ha experimentado en los últimos años una deriva fascista suficiente para preocupar a los demócratas que quedan en este planeta.

Con el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, el movimiento trumpista demostró que estaba dispuesto a desafiar el Estado de Derecho con las armas para imponer lo que considera una necesaria “regeneración” identitaria. Los grupos de extrema derecha, a los que el historiador Robert Paxton ha comparado con las milicias fascistas del siglo XX, se han sentido autorizados por sus jefes para tratar de interrumpir por la fuerza la alternancia democrática.

La publicación el año pasado del Proyecto 2025, elaborado por un think tank próximo al Partido Republicano, reforzó la idea de un cambio de rumbo: en los cientos de páginas de ese infame ladrillo, se asume abiertamente el imperativo de una “contrarrevolución” para restablecer la dominación blanca, cristiana y patriarcal, así como la necesidad de retomar el control del aparato del Estado.

Eso ya se ha conseguido: el movimiento MAGA (Make America Great Again), que propugna un nuevo apartheid y se proclama anticientífico, ha ganado el poder apoyándose no sólo en el voto de las clases medias blancas en declive, sino también en el apoyo ideológico y financiero de los seguidores de la tecno-solución libertarios de Silicon Valley. Más alarmante aún dado el colosal poder de Elon Musk y sus compinches, capaces de vigilar a las masas utilizando sus satélites y robots fascistoides.

Déspotas contra la democracia

Esta victoria es peligrosa para las democracias, las mujeres, las minorías y el clima y da alas a las redes de extrema derecha y a los supremacistas blancos.Y los autócratas están encantados, desde Vladimir Putin a Kim Jong-un, pasando por Viktor Orbán, que, caprichos del calendario, acaba de recibir en Budapest el jueves 7 de noviembre a los 47 países de la Comunidad Política Europea, formada por los 27 Estados miembros de la UE y sus vecinos, entre ellos Turquía y Ucrania.

Para estos déspotas, el regreso a la Casa Blanca de un presidente aislacionista y disfuncional es un regalo del cielo, que les permite legitimar su posición y gestionar tranquilamente sus asuntos: predicen con razón que, bajo su influencia, el orden internacional estará más que nunca “fundado en el derecho de los potentados a disponer de los pueblos que residen en su órbita”, como escribió el filósofo Michel Feher en el diario digital AOC.

Benjamin Netanyahu está igual de encantado: el caudillo israelí sabe que Trump no se interpondrá en su camino para impedirle llevar a cabo su lógica genocida en Gaza y, si lo considera oportuno, “golpear” el programa nuclear iraní; incluso lo sugirió recientemente.

A diferencia de los palestinos, que no esperaban nada de una presidencia demócrata que no ha dejado de financiar y entregar armas a Israel, los ucranianos se preparan para una retirada a campo abierto. Es un golpe de gracia para ellos, dado que Trump ha dicho en repetidas ocasiones que no habrá “ni un céntimo más para Ucrania”.

Los europeos lo saben bien: si corta la ayuda militar a Kiev y negocia con Putin una paz favorable al invasor, el Viejo Continente, debilitado en sus valores e incapaz de garantizar su propia seguridad, sufrirá directamente.

Enemigo público número uno de la democracia, el enterrador de la República estadounidense está llevando a su país al paredón, y a nosotros con él

Para las mujeres de todo el mundo, la victoria de esta masculinidad tóxica es sinónimo de carnicería y retroceso, ocho años después del inicio del movimiento #MeToo. Después de todo, el candidato republicano ha sido elegido contra ellas, con la derrota de Kamala Harris demostrando que incluso hoy, en Estados Unidos, una mujer no puede ser elegida frente al más machista de los hombres.

Ellas están recibiendo un mensaje alto y claro: dos años después de que el derecho federal al aborto fuera abolido por el Tribunal Supremo de mayoría conservadora, sus cuerpos siguen siendo objeto de todas las fantasías del puritanismo fanático. Del mismo modo, se ha debilitado la existencia misma de todas las minorías sexuales y raciales: el ejemplo dado en este ámbito por la primera potencia mundial repercute inevitablemente en todas partes.

También el clima, y por tanto todos los seres vivos, pagará los platos rotos del electorado americano. Al hacer del precio de la gasolina su principal prioridad, han aceptado dar vía libre a uno de los más enconados opositores a la transición energética.

Trump ha prometido retirar a su país del Acuerdo de París, como ya había hecho en 2017, y ha anunciado su intención no solo de cancelar las directivas destinadas a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, sino también de levantar las restricciones a la producción de petróleo, carbón y gas.

Trump compartirá el Despacho Oval con Musk

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Este extractivismo desenfrenado, combinado con su creencia en un productivismo con aroma de los años 50, completa el cuadro de un Trump fascistizante: enemigo público número uno de la democracia, el sepulturero de la República estadounidense, está llevando a su país al paredón, y a nosotros con él. “El fascismo no es lo contrario de la democracia burguesa, sino su evolución en tiempos de crisis”, escribió Bertolt Brecht.

En un momento en que las elecciones americanas añaden caos al caos, en un contexto de degeneración del capitalismo y de guerras monstruosas, sólo nos queda organizar los medios de resistencia, allí donde nos encontremos, y reforzar los frenos y contrapesos como baluartes democráticos.

Traducción de Miguel López

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