Ficción y asesinato

La semana pasada, una lectora me comunicó su asombro. "Veo que has esquivado la polémica del libro". Se refería, claro, a la novela de Luisgé Martín a cuenta del asesino Bretón y al revuelo subsiguiente. Le dije que no había tenido ocasión de leerme el libro (reconozco que no me interesa demasiado) y que el debate se había manoseado tanto que me daba pereza desbrozar los argumentos.

Total, que creí haber esquivado el tema hasta que esta mañana, con un café en la mano y el teléfono en la otra, me senté a considerar sobre qué demonios iba a escribir esta semana. El ritual suele ser parecido: hocico en las cabeceras patrias en busca de inspiración y luego hago un pan con unas hostias. Esta vez no hizo falta: al abrir el navegador, en el faldón de recomendados, el sacrosanto algoritmo arrojó a las narices una entrevista a Clara Tiscar, artífice de un podcast sobre asesinatos e higadillos. En la conversación, la autora nos asegura que se esfuerza en evitar el morbo por el morbo y que hay casos (poco investigados por las autoridades o megatruculentos) que no quiere tratar. Criminopatía, que así se llama el formato, es entretenido y no cae en discursitos sobre la condición humana (una manía muy arraigada en el género). Escuché dos o tres episodios en un viaje por carretera, una vez que me dio por curiosear entre las veleidades del true crime, a ver si le pillaba el gusto a la casquería.

No sé si uno puede hacerse un nombre narrando decapitaciones y parricidios y que el producto no contenga trazas de tanatofilia. "Más que por morbo, el true crime engancha porque es más fácil empatizar e involucrarse emocionalmente en un caso real". ¡Caramba! A estas alturas de la película, convendría que fuésemos admitiendo nuestras bajas pasiones y nos dejásemos de chuminadas. ¿Te gusta el escabeche? Adelante, pero no me vengas con que tu interés en Ted Bundy es antropológico ni me jures que ves irónicamente La isla de las tentaciones. Por lo que se ve, cada generación tiene su manera de comprar el Interviú por los reportajes.

La rentabilidad del dolor ajeno es una realidad bien acreditada por la prensa internacional. Más, cuando al espectador no solo se le ofrece la carnaza aún chorreante, sino también la excusa moral (la dichosa empatía) para seguir pegadito al especial niños muertos

En fin, que la lectura del artículo me hizo preguntarme cómo se habrían tomado el asunto en esos magazines donde se desayunan menudillos. Por lo visto, Sonsoles Ónega está indignada: hay gente vendiendo la novelita en Wallapop por cuatrocientos machacantes. "El colmo de la sinvergonzonería", ha dicho la moza que se montó un juzgado con realidad aumentada (gráficos de la PlayStation 1) para narrar los intríngulis del juicio de Daniel Sancho. Le molesta la chamarilería, conste, no la publicación. "El retrato del asesino es tan útil, ¡tan útil!, que bendito sea Dios". Por supuesto, eso no ha impedido que en Yas (Y ahora Sonsoles) hayan entrevistado a Ruth Ortiz, víctima del infame filicida, para que "les confesase el tremendo dolor que le ha producido la publicación del libro de Luisgé Martín". En Antena 3, de primero cocido y de segundo ropa vieja.

La rentabilidad del dolor ajeno, ya lo comentamos por aquí, es una realidad bien acreditada por la prensa internacional. Más, cuando al espectador no solo se le ofrece la carnaza aún chorreante, sino también la excusa moral (la dichosa empatía) para seguir pegadito al especial niños muertos. Es periodismo, coñe, no como las novelitas, que a quién se le ocurre.

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