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El éxito del trumpismo explicado en clave española: gana peso el voto emocional en un clima de desafección

La cúpula del Capitolio de Estados Unidos, en Washington, esta semana.

Las recientes elecciones en Estados Unidos dejan algunas lecciones sobre las que reflexionar con la vista puesta en nuestro país. ¿Qué diferencias y semejanzas encontramos en el comportamiento electoral? Aunque aún es pronto para extraer conclusiones definitivas, un primer análisis por territorios nos deja las siguientes claves:

1.- El apoyo a Trump entre los votantes de clase trabajadora, especialmente entre aquellos sin títulos universitarios, ha aumentado. Si uno echa un vistazo al mapa por estados podrá comprobar que el azul demócrata acompaña, de este a oeste, en Washington, Oregón, California, Colorado, Nuevo México, Minnesota, Illinois, Virginia, Maryland, Delaware, New Jersey, Connecticut, Rhode Island, Nueva York, Massachussets, Vermont, New Hampshire y Maine, casi todos ellos estados con un nivel formativo superior al de la media del país. Podemos verlo gráficamente en las dos imágenes siguientes, la primera del New York Times y la segunda extraída del portal de data de la web gubernamental U.S. Department of Health& Human Services.

Puede objetarse, con razón, que la clase trabajadora blanca, sobre todo en los años 80 con Ronald Reagan y en la primera década del presente siglo, ya mostraba un nivel de apoyo apreciable a los republicanos, pero a expensas de conocer los análisis postelectorales que servirán de autopsia a los recientes comicios, todo apunta a que el nivel de respaldo logrado por Donald Trump en las elecciones del pasado martes es mayor, rompiendo la premisa, comúnmente aceptada, de que las capas trabajadoras respaldan a los demócratas. En cierto modo lo que también ha hecho Trump es ampliar la connotación de “clase trabajadora” llevándola a colectivos que se han sentido abandonados o desplazados en el debate público durante los últimos años.

El fenómeno Trump ha quebrado el eje clásico de izquierda-derecha porque representa al 'enfant terrible' que se ha opuesto al establishment, a las élites, a los medios, a los jueces y hasta a su propio partido

¿Es esto extrapolable a España? Cuando hace una década Podemos y Ciudadanos rompieron el tablero político español, lo hicieron, a la inversa que Trump desde las capas con mayor formación, hasta el punto de que la mayoría de los electores con carrera universitaria depositó en ellos su confianza, mientras que fueron las clases con formación media y baja las que más mantuvieron su apoyo a PSOE y PP. Pero esa fotografía es historia y ahora hay otros actores, entre ellos Vox (también Alvise) que son los que capitalizan el espacio Trump, que antes quedaba diluido en el PP. Según el último barómetro de octubre del CIS, el voto a Vox despunta en estudios secundarios y FP, en el sector servicios y entre los operadores de instalaciones y máquinas, con lo que lentamente y con éxito parcial ha ido ganando apoyos en plazas hasta ahora fieles a los dos grandes partidos. Lo que no se está produciendo a gran escala, como sí ha sucedido en Francia con Le Pen, es una transferencia relevante entre bloques, pero hay síntomas que invitan a estar vigilantes, dado que la posibilidad para el populismo de crecer por esta vía está ahí, sea a través de Vox u otro actor.  

2.- La monopolización del cambio (ahora ruptura) con una oferta política en los límites del sistema. El fenómeno Trump ha quebrado el eje clásico de izquierda-derecha porque, pese al fantasma guerracivilista que planea sobre el país, para muchos votantes estadounidenses representa al enfant terrible que se ha opuesto al establishment, a las élites dominantes, a los medios de comunicación, a los jueces y hasta a su propio partido. Esto, unido a su posición beligerante respecto a la inmigración y su enfoque proteccionista con el empleo industrial le ha podido granjear apoyo incluso entre los votantes latinos y afroamericanos, tradicionalmente muy inclinados hacia los demócratas. Particularmente en las zonas urbanas y suburbanas de los denominados “swing states”, como Florida, Texas, Miami, Dallas, Atlanta o Phoenix.

Hay que tener en cuenta que un porcentaje no desdeñable de electores ha votado a Trump antes que a los republicanos. El eje de cambio –que no de alternancia– ha venido alimentando algunos de los movimientos políticos más sonados de los últimos años en lugares tan dispares entre sí como Brasil, Argentina, México, Francia, España, Países Bajos y un largo etcétera. Algunos desde dentro del sistema y otros desde fuera. En Estados Unidos las posibilidades de éxito de una tercera vía son prácticamente nulas y ese voto se ha canalizado, en el ámbito conservador, en la mutación de piel de los conservadores hacia el modelo trumpista, que ha acabado por comerse a las propias siglas. 

Encuesta tras encuesta, Abascal triplica a Feijóo en preferencia como presidente: la derecha superan ligeramente a la izquierda en intención de voto y Alvise obtiene réditos en electores por debajo de los 34 años

Para que la pulsión rupturista no pierda fuerza Trump ha explotado a fondo la premisa de impugnación de los grandes ejes de transformación social, desde el mismo rol del hombre en las sociedades modernas, al cambio climático o la globalización.

La buena acogida a su mensaje ha sido especialmente evidente entre las cohortes de edad intermedias y jóvenes, en las que ha mejorado sustancialmente sus resultados respecto a 2020. Esto no es una patente de corso americana, en Europa acabamos de verlo en las elecciones comunitarias celebradas en junio que aupó a la extrema derecha al mejor resultado en décadas, gracias en buena parte a la efervescencia del voto joven. Y en España lo estamos comprobando encuesta tras encuesta: Abascal triplica a Feijóo en preferencia como presidente, la derecha supera ligeramente a la izquierda en intención de voto y Alvise obtiene buena parte de sus electores en el segmento por debajo de los 34 años. 

3.- La polarización como motor. La campaña de Trump ha tenido siempre un objetivo prioritario: jugar en sus propios marcos y hacerlo siempre a la ofensiva con un discurso maniqueo de buenos y malos americanos, trufado casi siempre de populismo y elementos antisistema. El resultado ha sido una movilización muy alta de sus votantes. Se habla de una lealtad electoral superior al 90% entre aquellos que ya le votaron en 2020, cuando se batió el récord histórico de participación, con un 66% de americanos yendo a urnas. La abstención en los estados ganados por Trump ha sido ligeramente menor que en los ganados por Harris, lo que ya indica de partida las dificultades que han tenido los demócratas para activar a sus potenciales votantes. Es en este punto donde las miradas se dirigen a las mujeres. Estudios preliminares sitúan el apoyo a Harris entre ellas en el 52-54%, frente al 45-47% de Trump, cuando en las elecciones de 2020 el gap entre ambos fue mayor. El candidato republicano no solo ha activado a los hombres, sino que además aparentemente ha desactivado el voto femenino en las cohortes de formación media baja y en zonas rurales y suburbanas. 

Los resultados de Vox en barrios de izquierdas son limitados, pero han logrado consolidar una base electoral diferente a la del PP con respaldo en algunas áreas rurales y rentas bajas

En este aspecto también hay ciertos paralelismos con el caso español, de un lado la izquierda viene perdiendo algo de apoyo entre las mujeres de un tiempo a esta parte a favor de la derecha y, sobre todo, de la desmovilización. De otro, Vox ha mimetizado el relato de confrontación frente a la imposición ecologista, igualitaria, urbana, healthy y diversa, lo que ha ayudado a polarizar aún más a la sociedad española. A la victoria de Trump en sus primeras elecciones en 2016, le siguió, dos años después, la eclosión de Vox, un partido que había permanecido bajo radar y del que muchos ni siquiera conocían su existencia cuando un 7 de octubre de 2018 llenó Vistalegre. Del Make America great again al Hacer a España grande otra vez, con el que habían concurrido a las elecciones, emulando a su homólogo norteamericano. 

Los resultados de Vox en barrios tradicionalmente de izquierdas son limitados, pero han logrado consolidar una base electoral diferente a la del PP con respaldo en algunas áreas rurales y rentas bajas:  

  • Sólo a un 32% de votantes de Vox le preocupa el cambio climático frente a un 70% del PP.
  • Un 58% de votantes de Vox está muy de acuerdo con la frase “Se ha llegado tan lejos en la promoción de la igualdad de las mujeres que ahora se está discriminando a los hombres” frente a un 26% de votantes del PP.
  • Sólo un 44% de votantes de Vox se define como europeísta, por un 80% del PP. 
  • Un 50% de votantes Vox califican la situación económica de “muy mala”, cifra que se reduce a la mitad en el caso de los del PP.

A esto hay que sumar la bandera de la inmigración. En un artículo anterior mostrábamos con datos como el eje territorial y sus derivadas ya no movía prácticamente voto, mientras la inmigración sí que empezaba a hacerlo, convirtiéndose en un elemento clave que podía decantar la balanza. El miedo es un vehículo muy poderoso a la hora de ganar apoyos. Vox rompió los pactos de gobierno con el PP a causa de los menores no acompañados y desde entonces la percepción de la inmigración como problema no ha parado de crecer hasta convertirse en la primera preocupación para los españoles y ya no solo para los votantes de Vox. 

La inseguridad ciudadana ha sido uno de los temas importantes que ha catapultado a Trump, ampliando su nivel de apoyos en capas a priori más lejanas, y no es desdeñable pensar que pueda ser un factor de primer orden en España en algún momento.

El resultado que obtiene Vox entre hombres, electores jóvenes, trabajadores de sector servicios, fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, agricultores, cazadores o aficionados a la tauromaquia no es casualidad

En todo caso la atención no debe fijarse únicamente en Vox sino en el mensaje que hay detrás y su penetración social, con el peligro añadido de las redes, donde podemos encontrar prescriptores e influencers, supuestamente desalineados, replicando consignas a millones de seguidores. El denominador común es el activismobeligerante frente “a la imposición woke”. La batalla cultural frente a lo que se considera excesivamente moralista o censor, repitiendo aquí lo que hacen Trump y Musk en Estados Unidos, activando resortes de autodefensa primarios bajo la comprensión personal de que la libertad se ha invadido en territorios como la identidad, la familia, la educación, la alimentación y hasta el estilo de vida. El resultado que obtiene Vox entre hombres, electores jóvenes, trabajadores de sector servicios, fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, agricultores, cazadores, aficionados a la tauromaquia y otros, no es casualidad.

4.- Estado fallido, el pueblo salva al pueblo. Es el nuevo marco de una parte de la derecha que encuentra eco en la desafección hacia la política y los políticos. Antes de la dana ya advertíamos en estas mismas páginas en diversas ocasiones de la escalada del hastío de los ciudadanos con los partidos y el peligro latente que eso traía consigo. ¿Es imposible que en España aparezca un Milei? ¿Estamos seguro de ello? 

El estudio del CIS de octubre sobre 'Ideología y Polarización' señalaba que un 26% de españoles se mostraba dispuesto a vivir en un país “poco democrático” si con eso se le garantizaba un mejor nivel de vida

En estos días al hilo de las elecciones en Estados Unidos es frecuente escuchar a muchas personas preguntarse cómo es posible que se apoye a un presidente con causas judiciales abiertas, que ha negado la legitimidad de las instituciones y que ha prometido que liberará, con un indulto presidencial, a los condenados por el asalto al capitolio. Quizás las respuestas están más cerca de lo que se creemos. El reciente estudio del CIS del mes de octubre sobre Ideología y Polarización (4.000 entrevistas), señalaba que un 26% de españoles se mostraba dispuesto a vivir en un país “poco democrático” si con eso se le garantizaba un mejor nivel de vida. Hay una tendencia creciente a olvidar la larga travesía que sufrieron las generaciones que nos precedieron para que nosotros pudiéramos disfrutar los derechos y libertades de los que ahora gozamos, una circunstancia que se multiplica en el caso de los más jóvenes, donde el recuerdo histórico es aún más corto: hasta un 38% estarían dispuestos a vivir en un país “poco democrático” a cambio de un mejor nivel de vida. Las actitudes en este segmento están en claro retroceso en temas como la identidad sexual, el feminismo o la igualdad. Sirva como ejemplo el resultado de la citada encuesta sobre Ideología y Polarización: una tercera parte de los jóvenes entre 18 y 24 años no consideran que el movimiento feminista sea relevante para lograr la igualdad, un resultado impensable años atrás.

Paradójicamente la media de edad en España, 45 años, y el importante peso que juega en la política nacional el voto de los mayores, mantuvo con vida al bipartidismo en sus peores días y puede hacer de escudo ahora frente al populismo y la pulsión de ruptura en las nuevas generaciones. El comportamiento de voto se vuelve más pragmático y resistencialista con la edad y España es uno de los países desarrollados que tiene mayor porcentaje de votantes por encima de 65 años. Eso no ocurre en Estados Unidos, donde la media es de 39 años y la influencia del voto mayor, siendo importante, es sensiblemente más baja que aquí. 

La otra cara de la consigna “Estado fallido” es el cuestionamiento del estado de las autonomías. Ya antes de la dana el apoyo al actual sistema autonómico había pasado de un 43% a principios de 2020 al 26% del mes pasado. 16 puntos de caída en menos de 5 años, y es de presuponer que los datos de los próximos meses puedan dar un nuevo salto en la misma línea, conformando dos visiones antagónicas de la realidad territorial. 

La izquierda puede mirar con relativa preocupación la pérdida de voto en el espacio de la clase trabajadora, pero sus dificultades y los retos que enfrenta por delante van más allá

5.- Los “moderados” son determinantes. Un 39% de los estadounidenses se define a sí mismo como moderado, una cifra similar a la que podemos encontrar en nuestro país, aunque allí las barreras a la participación reducen su impacto real. También el hecho determinante de que en Estados Unidos un 20% del electorado vive en zonas rurales (pro republicanas) frente a un 13-15% del español, por lo que el peso del indeciso urbanita en España es fundamental. 

Hay que esperar a conocer los estudios postelectorales de las elecciones pero hay pistas que apuntan a un retroceso de los demócratas en el público central, ya sea por haber votado a Trump (posiblemente los menos) o directamente no haber votado. Recordemos que allí quienes quieren participar en las elecciones deben registrarse primero en el censo y votar después. En las elecciones del martes pasado la participación fue de aproximadamente el 62%, 4 puntos inferior a la de 2020, siendo en los barrios demócratas donde más cayó.

En España el histórico electoral demuestra, elección tras elección, que la franja moderada es capaz de desnivelar las elecciones. La izquierda puede mirar con relativa preocupación la pérdida de voto en el espacio de la clase trabajadora, pero sus dificultades y los retos que enfrenta por delante van más allá. Mientras en Estados Unidos demócratas y republicanos han ido alternando el apoyo popular mayoritario en ciclos acotados en el tiempo, en España la izquierda (sin contar a los partidos nacionalistas) ha pasado de sacar una distancia de más de 2 millones de votos a la derecha entre 1984 y 2000 a un empate técnico desde 2008 a 2023 (excepción hecha de las elecciones de 2000 y 2011 en las que se produce una abstención masiva). Es decir, se ha producido, de una parte, un movimiento relevante de electores que han saltado de un bloque a otro, fundamentalmente entre aquellos que se definen a sí mismos como “moderados”, y de otra, una incorporación paulatina al mercado electoral de potenciales votantes de derechas entre las nuevas generaciones.

6.- La ausencia de modelo alternativo. Trump ha ofrecido a sus votantes una película completa, una superproducción que promete emociones fuertes, el sueño americano en versión trumpista. Lleno de excesos, de amenazas para la convivencia y de recorte de libertades, pero también de testosterona, de aventura y de promesas envueltas en la bandera. Está demostrado que la decisión de voto se toma cada vez más desde las emociones, al igual que se sabe que en la compra de un producto el 90% es conexión emocional. Harris no ha entendido esto. Se subió a un vehículo en marcha, pero fue vicepresidenta con Biden y se presuponía en ella una idea más o menos definida de lo que quería hacer con Estados Unidos.

Los electores demócratas, en especial los indecisos, han podido percibir a una Kamala Harris más preocupada en apelar al miedo que en poner sobre la mesa una propuesta alternativa seductora

A ella, a su equipo, hay que ponerle en el debe la falta de una cosmovisión que pudiera competir con la de Trump. Los electores demócratas, en especial los indecisos, han podido percibir una candidata excesivamente centrada en el líder republicano, más preocupada en apelar al miedo, a hablar de aborto, en lanzar avisos a las mujeres, que en poner sobre la mesa una propuesta alternativa seductora. Las dudas, disparadas por algunos errores en televisión como quedarse en blanco ante la pregunta de en qué se diferenciaría su administración de la de Biden, no han hecho sino alimentar la idea de que es un producto más del sistema, sin carisma ni liderazgo propio, lo que ha acabado alcanzando también a su credibilidad como posible gestora de las economías domésticas, de las cosas del comer, retrayendo la confianza de los moderados. 

En este punto las diferencias con el caso español son más abultadas puesto que el actual gobierno, con sus dificultades, sí ha logrado trazar un horizonte de retos en el ámbito social y la economía viene mostrando signos de recuperación, si bien se ha demostrado insuficiente hasta ahora, en la medida en que no ha resuelto algunos de los principales problemas que amenazan el apoyo de los jóvenes y no tan jóvenes, como son la vivienda, la precariedad, las dificultades de emprendimiento o la imposible conciliación. 

Las palabras del presidente resumiendo el problema demográfico (España es uno de los países del mundo que menos hijos tiene) bajo la premisa de que “muchas familias no tienen hijos porque no quieren y es una decisión que tenemos que respetar” nos habla de la desconexión que existe entre burbuja política y la calle, donde es obvio que el modelo de unidad familiar ha cambiado con el paso de los años pero donde también muchas familias no pueden permitirse tener uno o dos hijos por sus circunstancias económicas y la falta de apoyo de las administraciones, de un signo y de otro. 

Estas son algunas de las similitudes y diferencias entre el paisaje electoral que ha dejado las elecciones en Estados Unidos y las tendencias que se adivinan en España, con varias luces de emergencia encendidas en el cuadro de salud democrática de nuestro país.

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 Rafael Ruiz es consultor y analista de datos en asuntos públicos en Logoslab.

 Francisco Sande es responsable de investigación social en Logoslab.

 

 

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