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En Transición

La política en segundo plano

Cristina Monge

La pelea que la Comunidad de Madrid ha emprendido contra el Gobierno que preside Pedro Sánchez está sacando a la luz algunos de los "hechos diferenciales" que recorren los círculos políticos de la Corte: la crispación permanente y una concepción más que dudosa de lo que es la política. Tanto, que algunos quieren eliminarla de la ecuación.

La bronca política en Madrid no es nueva, viene de lejos. Como tantas otras cosas, no es imputable a la pandemia; aunque, como sucede con todas las debilidades, el impacto del coronavirus la ha acelerado y mostrado de forma más rotunda. A ese Madrid bullicioso y divertido, acogedor, extrovertido y “rompeolas” de todas las Españas, le ha acompañado siempre un griterío político que, aun en los mejores momentos, ha impedido que la ciudad pudiera desplegar todo su potencial. Su sociología electoral, algo favorable a las opciones conservadoras, ha topado desde hace décadas con la incapacidad manifiesta de las izquierdas de presentar alternativas viables, con la excepción de Manuela Carmena en el Ayuntamiento en un momento muy especial de la vida política española. Consciente de ello, el Partido Popular lleva mucho tiempo considerando Madrid la plataforma desde la que dar la batalla al Gobierno del Estado cuando no son ellos los inquilinos de Moncloa. En términos electorales, la estrategia no les ha salido mal. Ahora, en un nuevo contexto en el que los populares compiten por el electorado con dos opciones más situadas en ese espacio, esta estrategia se magnifica con el clarísimo objetivo de conservar a sus electores y evitar fugas a la extrema derecha. Distintas encuestas apuntan en esta dirección.

La estrategia de la pandemia del pesimismo

La estrategia de la pandemia del pesimismo

Hasta tal punto está enmarañado y embroncado el debate, que la política pasa a ser denostada incluso por quienes se dedican a ella como representantes públicos. El último en decirlo ha sido el ministro Illa —"Dejemos la política en un segundo plano, vayamos primero a anteponer la salud de los ciudadanos"— , pero antes se habían manifestado así muchos otros. Es más, se ha convertido en una especie de mantra. Como si la salud de los ciudadanos no fuera una cuestión política. De hecho, cuesta creer que el ministro Illa, filósofo y hombre de profundas convicciones políticas democráticas, realmente quisiera decir eso, pero la idea ha calado tan hondo que de vez en cuando, aun sin darle permiso, emerge del subconsciente.

Si algo estamos aprendiendo, desgraciadamente, estos últimos meses, es que la pandemia es un fenómeno social. ¿O acaso su evolución no depende fundamentalmente de los comportamientos, de las costumbres, de las formas de relación social? A esto es a lo que deben dirigirse las decisiones políticas, mientras la ciencia avanza en el descubrimiento de un tratamiento o vacuna que la ataje. Decía el ministro Illa hace unos días: "Esto no es una batalla ideológica; es una batalla biológica contra el virus". Me temo que no es exactamente así, y si alguien tiene dudas, que se pregunte si no hay criterios ideológicos en las medidas anunciadas por Isabel Díaz Ayuso. La batalla contra el virus se está librando en los laboratorios y centros de investigación; pero la batalla contra la pandemia es una lucha social y política que debe ser librada en el campo de lo social, con la política como principal arma.

En primer lugar, abandonando las metáforas de la guerra que el gobierno utiliza de forma continua y en las que nos obliga a entrar. Esto no es una guerra, ni hay batallas, ni infectados a los que perseguir (aunque la estigmatización que se está creando empiece a conducir a ello). Es una pandemia, es decir, una "enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región", según la RAE. Exige trabajar en dos campos: el científico-técnico y el social; o si se prefiere, en el de las ciencias biológicas y en el de las ciencias sociales. Y en ambos es imprescindible que la política tome decisiones para dotar de recursos a la investigación, entender y hacer entender la evolución de la enfermedad y el conocimiento que progresivamente se va adquiriendo sobre su comportamiento, cambiar las condiciones materiales de vida que hacen inevitables contagios en la población más vulnerable, trabajar junto con sanitarios, profesores, hosteleros, sindicatos, empresarios, y un largo etcétera para identificar las mejores medidas a tomar, y realizar un permanente ejercicio de seducción para que cada cual, en su ámbito profesional y en su comportamiento individual, haga lo que esté en sus manos para frenar el avance de la enfermedad y evitar la catástrofe. ¿Qué, si no, es la política? ¡Como para dejarla en segundo plano!

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