En Transición
¿A septiembre como malos estudiantes?
Crecen los rumores de que en la inevitable pareja que forman el PSOE y Unidas Podemos empieza a tomar cuerpo la idea de esperar a septiembre para formar gobierno, una vez que Podemos no de su apoyo al gobierno de Sánchez en las dos primeras votaciones separadas por 48 horas. Si esto se confirma se estaría jugando con un material muy sensible ya vapuleado en los últimos años: la confianza de la ciudadanía en la política.
Desde el año 2015, cuya convocatoria de elecciones generales hubo de repetirse unos meses después, se han celebrado comicios en 2016 por la imposibilidad de formar gobierno, y nuevas elecciones legislativas en 2019, acompañadas de europeas, autonómicas y municipales, cuya plasmación en la Moncloa está por ver. Todo esto sin olvidar, por supuesto, la moción de censura de 2018 y las convocatorias en comunidades de especial relevancia como Cataluña. La democracia española se ha tensionado como no lo había hecho en los últimos 40 años y esto tiene sus costes en términos de desgaste institucional y sobre todo de credibilidad social. Aterra pensar que se le pueda someter a un nuevo test de estrés.
Un dato que, sin ser el más importante, puede ser significativo es el de la participación electoral: en la repetición de legislativas que se produjo en 2016, tras unos meses durante los cuales las fuerzas políticas fueron incapaces de formar gobierno, la participación cayó tres puntos, de 69,7% a 66,5%, y acentuó la línea descendente que dibuja en España la llamada a las urnas, como puede verse aquí. A este respecto hay que advertir que el espejismo que produjo el incremento, en aproximadamente nueve puntos, de la movilización electoral en abril de 2019 no puede interpretarse como una recuperación de esta confianza, sino que debe analizarse a la luz de la importante movilización que se produjo de rechazo a la extrema derecha.
A este progresivo desinterés por los comicios hay que unir que, en este caso, nadie puede ignorar el carácter inevitable del acuerdo entre Unidas Podemos y el PSOE: en primer lugar, porque no hay otra opción de investidura que no pase por Pedro Sánchez; en segundo, porque no existe ninguna posibilidad real y sensata de que las derechas puedan tener un gesto para facilitar la investidura, y en tercero y definitivo porque nadie se va a arriesgar hoy a que Sánchez active el botón nuclear de la repetición electoral. A nadie le interesa –quizá, en todo caso, a él mismo, aunque asumiendo no pocos riesgos– y eso marca un terreno de juego con el perímetro perfectamente delimitado.
Siendo este escenario conocido por el conjunto de la ciudadanía, la representación a la que estamos asistiendo tiene más que ver con la personalidad de cada uno de los líderes que con las estrategias de cada cual. Jamás la política fue racional, pero en este caso se ha comprobado cómo las cuestiones de personalidad y las relaciones personales entre los líderes lo están condicionando todo. Es conocida la difícil relación entre Rivera y Sánchez, que hacía casi imposible pensar siquiera la posibilidad de una abstención de Ciudadanos. Y es sabida la profunda desconfianza mutua en que se basan las relaciones entre el líder socialista y Pablo Iglesias, en virtud de la cual este no se plantea apoyar el gobierno sin entrar en el Consejo de Ministros y el otro no está dispuesto a arriesgarse a que tal cosa ocurra.
Inestabilidad política y daños irreparables
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Todo esto es humano y ocurre en todas las relaciones personales, pero cuando se dirime la posibilidad de tener políticas progresistas que cambien la vida de un país, cabe exigir la altura de miras necesaria como para saber dejar de lado esa animadversión. Caminos para llegar al acuerdo hay muchos y los líderes los conocen: negociar en base a políticas concretas, distinguir los fines de los medios, articular un sistema de control cruzado entre ambas formaciones, incorporar en la negociación a los cientos de responsables públicos que deben de renovarse en este momento, etc…
Si ninguno de estos caminos se explora tendremos que concluir que puede ser por dos posibilidades: o el carácter, personalidad y la relación entre ellos está por encima del interés de la organización a la que representan, o están interpretando un guion con final conocido en función de los intereses de cada líder en el interior de su organización.
Todo esto podría parecer normal a los ojos de un profesor o un estudiante de técnicas de negociación, pero no olvidemos que en este caso se está jugando con la confianza de la ciudadanía, que es quien legitima la democracia. Hasta los más adictos al juego político empiezan a estar agotados y hay quien ya, directamente, aborrecido. El hastío se expresará, si no se soluciona, más pronto que tarde.