Hace apenas unos meses, Antonio A. V., un paciente de 70 años aquejado de un tumor gastrointestinal en fase mestastásica, vio como el Servicio Galego de Saúde (Sergas) rechazaba la solicitud de su oncólogo para tratarlo con Regorafenib, su única oportunidad terapéutica tras haber dejado de responder a los demás tratamientos. La razón esgrimida fue que ese medicamento, aplicado ya en Estados Unidos, Japón o Canadá, no está todavía homologado en Europa. Sin embargo, podrían habérselo concedido por uso compasivo, tal como le concedieron a Miguel Pajares su dosis de ZmappZmapp, solo testada con animales.
Poco antes de que Miguel Pajares fuera repatriado, Rafael, enfermo de cáncer de próstata de 68 años tratado en el Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña (CHUAC), denunció públicamente que tras un año de trámites burocráticos, el Sergas le había denegado la Abiraterona solicitada por su urólogo. Abiraterona
Este mismo medicamento, de eficacia probada, les fue denegado dos años antes a, al menos, cuatro enfermos tratados en el Complejo Hospitalario Universitario de Santiago, tras no responder a la quimioterapia convencional.
A Manuel, uno de los afectados, se le suministraba Ketoconazol como única opción terapéutica. Si buscan en el Vademecum qué es el Ketoconazol encontrarán que se trata de un “antimicótico para el tratamiento de hongos y levaduras”. Sí, han leído bien. Y no, no estamos en África.
Hay más casos. Está M. González, enfermo de cáncer de próstata a quien se le denegó el tratamiento con Abiraterona, tras haber dejado de funcionar los inhibidores hormonales previos a la quimioterapia. En su caso, la decisión la tomó la sanidad madrileña, la misma que decidió desalojar a los pacientes de la sexta planta del desmantelado Hospital Carlos III para alojar a los dos religiosos y dispensarles todos los cuidados necesarios para devolverles la salud. Está Mikel Z., un hombre de 50 años a quien el servicio de salud del País Vasco le denegó el acceso la Pirfenidona, el único medicamento capaz de retardar el avance de la fibrosis idiopática que padece, mortal de necesidad, pese a haber sido aprobada hace tres años por la Agencia Europea del Medicamento y estar actualmente dispensada en países como Francia, Alemania, Reino Unido o Italia.
Están Mario Cortés y los miles de enfermos de hepatitis C, privados del acceso a Sofosbuvir, un medicamento capaz de erradicar esta enfermedad en el 95% de los casos, pero cuyo uso compasivo se está denegando en la mayoría de las CCAA pese a las recomendaciones de la Asociación Española de Medicamentos y Productos Santiarios (véase la denuncia de la Asociación Española para el Estudio del Hígado).
Tras el efectivo despliegue de medios para repatriar y tratar a los dos religiosos españoles, cualquiera diría que a los responsables del Sistema Nacional de Salud no les duelen prendas con tal de salvar una vida. Pero, visto lo visto, cualquiera diría que según qué vida. Porque los otros enfermos- los de cáncer, los de hepatitis C, los de fibrosis idiopática, los de esclerosis múltiple…-, esos ciudadanos anónimos que pagan religiosamente sus impuestos en España, esperan con la vida en vilo a que se les dispensen los tratamientos que tan urgentemente necesitan. Estos otros enfermos, que no valen ni un titular del telediario, también se van a morir sin que las autoridades sanitarias aceleren el movimiento de un solo papel para impedirlo.
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Sabemos que las razones no confesadas de esta situación son de índole económica. Estos tratamientos son caros y en el balance de las gerencias hospitalarias y de los servicios públicos de salud pesa mucho el resultado de la ecuación coste-beneficio en un momento en que la deuda pública- o privada nacionalizada- alcanza ya el 93% del PIB. Pero después del esfuerzo económico y logístico realizado para tratar sanitariamente a dos personas, va a ser muy difícil explicar por qué los otros enfermos no son merecedores de un trato semejante.
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Montserrat Recalde es presidenta de la Asociación de Usuarios del Servicio de Oncología del Complejo Hospitalario de la Universidad de Santiago de Compostela (AUSO-CHUS)
Hace apenas unos meses, Antonio A. V., un paciente de 70 años aquejado de un tumor gastrointestinal en fase mestastásica, vio como el Servicio Galego de Saúde (Sergas) rechazaba la solicitud de su oncólogo para tratarlo con Regorafenib, su única oportunidad terapéutica tras haber dejado de responder a los demás tratamientos. La razón esgrimida fue que ese medicamento, aplicado ya en Estados Unidos, Japón o Canadá, no está todavía homologado en Europa. Sin embargo, podrían habérselo concedido por uso compasivo, tal como le concedieron a Miguel Pajares su dosis de ZmappZmapp, solo testada con animales.