España como anomalía

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“Pero no ha llegado la paz, Luisito: ha llegado la victoria”. Esa es la respuesta que le da don Luis a su hijo en la escena final de Las bicicletas son para el verano de Fernando Fernán Gómez. Se trata de una escena memorable no sólo porque pertenezca a una de las mejores obras de nuestro teatro contemporáneo. El presente político español suele devolverle también la realidad. Nuestra historia nos condena a vivir instalados en la anomalía.

Leo con estupor que María Dolores de Cospedal anuncia en una convención de los jóvenes del PP que el gobierno quiere impedir a los tribunales internacionales la posibilidad de corregir decisiones tomadas en España. Sus palabras son gravísimas y suponen un disparo en el corazón de la democracia española. Nos devuelven a lo peor de la mentalidad intransigente del tradicionalismo patrio. Negar la legitimidad del derecho internacional (por ejemplo, de un Tribunal de Derechos Humanos) es una postura que nos coloca una vez más en la anomalía democrática. ¿Hemos salido alguna vez de ella?

La sentencia sobre la “doctrina Parot”, aunque responde a una impecable sensatez jurídica, ha levantado revuelo en el orgullo nacional. Supongo que no alcanzará tanto eco, ni la mitad de la mitad, otra intervención extranjera que sin embargo me parece de mucho más calado histórico y social. Me refiero al informe del Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas sobre las Desapariciones Forzadas o Involuntarias. Los resultados son muy duros por lo que se refiere a España y no ya porque denuncie el desamparo en el que han vivido las víctimas del franquismo. Después de Camboya, somos el segundo país del mundo con más desaparecidos. Lo que me parece de verdad grave es que se denuncie el uso de la Ley de Amnistía de 1977 como una medida de punto final típica de las dictaduras para impedir la investigación de crímenes contra la humanidad. Ese es el uso que ha hecho de ella el triste, feo y desacreditado Tribunal Supremo.

En definitiva: la tan cacareada Transición Española no pertenece a la Paz. Fue el capítulo último de la Victoria.

La manipulación de la historia de España ha sido decisiva a la hora de legitimar la perpetuación de la oligarquía económica del franquismo como bloque de poder en la democracia. Las élites económicas nunca vivieron la Transición como una oportunidad para la verdadera transformación democrática y social del país. Buscaron una estrategia que les permitiera a la vez mantener sus privilegios y conectar con el capitalismo europeo. Se manipuló la historia para ocultar las responsabilidades de la guerra y de una alargada y cruel posguerra en la que se estableció la anomalía española.

Considero de lectura obligada el libro de Julián Casanova titulado España partida en dos. Breve historia de la Guerra Civil española (Crítica, 2013). El prólogo y el epílogo son tan importantes como el estudio del enfrentamiento bélico. En el prólogo se explica que España era un país europeo normal en el primer tercio del siglo XX. Los enfrentamientos y las tensiones propias de la época no fueron más violentas que en otros lugares y desde luego no justifican la interpretación de un inevitable golpe de Estado en 1936. Con la derrota de la república, llegó la Victoria, o lo que Julián Casanova llama la “paz incivil”. Entre 1939 y 1946, se ejecutaron al menos 50.000 personas y la cuenta no paró hasta 1975. Al contrario de lo que ocurrió con los caídos por Dios y por España, estos muertos fueron condenados al olvido, junto a tantos demócratas que acabaron en las tumbas, las fosas, el exilio y la cárcel a causa del golpe de Estado de 1936. No ocurrió lo mismo en Italia, Alemania, Austria o Francia. “En la larga y cruel dictadura de Franco –concluye Casanova-, reside, en definitiva, la gran excepcionalidad de la historia de España del siglo XX”.

Esa anomalía llegó a la Transición con las consignas del olvido, la equidistancia y la manipulada reconciliación. Nadia quería venganzas en 1975. Pero hubieran sido muy aconsejables la verdad, la justicia y la reparación de las víctimas para no condenarnos a una democracia sin raíces, sin valores y sin pudor público.

María Dolores de Cospedal expresa ahora el deseo de una España al margen de los tribunales internacionales y los derechos humanos. Es algo que llena de angustiado asombro. Seguimos soportando la ignorancia bárbara de unos políticos que no se avergüenzan de sentirse herederos del franquismo porque piensan, o les interesa pensar, que la palabra crimen tiene que ver con la República y no con unos militares que, apoyados por la Iglesia y los terratenientes, se levantaron en armas contra la democracia constitucional que estaba intentando modernizar el país. Y así nos va.

“Pero no ha llegado la paz, Luisito: ha llegado la victoria”. Esa es la respuesta que le da don Luis a su hijo en la escena final de Las bicicletas son para el verano de Fernando Fernán Gómez. Se trata de una escena memorable no sólo porque pertenezca a una de las mejores obras de nuestro teatro contemporáneo. El presente político español suele devolverle también la realidad. Nuestra historia nos condena a vivir instalados en la anomalía.

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