La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, no llama terroristas a sus manifestantes, como hizo el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan a los suyos; ni nazis o etarras, los adjetivos favoritos del Gobierno español ante cualquier contestación. La presidenta de Brasil ha dicho que se siente orgullosa de los manifestantes en las calles de Río de Janeiro, São Paulo y nueve ciudades, porque luchan por un mundo mejor y apoya a aquellos que se expresan de forma pacífica. Asegura que es necesario escucharlos.
Rousseff habla así tal vez porque fue guerrillera y activista y tuvo que pelear y penar cárcel por conseguir la libertad. Nadie le ha regalado nada. Es una demócrata.
Pese al gesto presidencial –tal vez impostado; no lo sabemos–, la policía antidisturbios mantuvo enfrentamientos en varias partes del país. Algunos manifestantes trataron de asaltar ayuntamientos, como el de São Paulo. Es una situación explosiva, nada que ver con las protestas de 1984 contra los militares o las de los años 90 contra la corrupción que simbolizaba el presidente Fernando Collor de Mello.
Esa corrupción incrustada en el tejido político-empresarial, que también afecta al Partido del Trabajo de Luis Inácio Lula da Silva y Rousseff, es otro de los motores del descontento. Para seguir vídeo y actualizaciones recomiendo el blog del The New York Times The Lede.
Algo sucede detrás de la publicidad, de los carteles turísticos, de las informaciones de carril que repiten lo que dicen los políticos y nunca lo que dice la calle. Y la calle, harta de tanta invisibilidad, ha estallado. En Turquía, la defensa del parque Gezi de Estambul ha activado un descontento mayor, el de la sociedad urbana y laica que rechaza la islamización invisible que poco a poco está conquistando la Turquía que creó Attatürk.
Erdogan perdió los papeles ante la contestación primera, le brotó el sultán, esfumándose el supuesto demócrata. Su respuesta autoritaria fue gasolina para el incendio. Pese al despliegue policial, la represión, la ruptura entre las dos Turquías está declarada, ya es visible. El islamismo amable que se propugnaba como modelo para las primaveras árabes ha quedado desnudo. Era propaganda.
El Brasil que gasta millones en estadios e infraestructuras para el Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016 es una gigantesca alfombra que esconde la pobreza, la inseguridad y el descontento.
La subida del transporte público ha desatado la furia. Es solo el equivalente a 20 céntimos de euro, demasiado en un país en el que el sueldo mínimo apenas supera los 230 euros.
El momento de las protestas no puede ser más inoportuno para las autoridades, con el telón de la Copa de Confederaciones levantado como ensayo final de lo que quiere ser el Mundial. Los momentos inoportunos y los escenarios mediáticos dan resultados. Varias ciudades, incluida Recife, donde jugó su primer partido España, han anulado las subidas. Igual que sucede en Turquía, la protesta es algo más que transporte, es contra un país y un Gobierno que han puesto la quinta velocidad en el crecimiento y el autobombo olvidándose de la gente. Business Insider publica cinco gráficos que explican el porqué de las protestas.
En Brasil, como en muchos países emergentes, existe una gran desigualdad: los más ricos, los más pobres. Siempre se dijo que el fútbol, la samba y la religión eran muros de contención, evitaban una revolución. El primero de los muros ha comenzado a fallar.
Mientras que la macroeconomía es la envidia de la alicaída Europa, la inflación de los últimos 12 meses (un 6,49%) se come la vida cotidiana de los brasileños. Los éxitos de los Gobiernos de Lula y Rousseff, que han reducido drásticamente el analfabetismo y sacado de la pobreza a 20 millones de personas, se vuelve contra ellos; quizá sea también una de las claves que expliquen los problemas del chavismo sin Chávez en Venezuela. Esa nueva clase baja, ya no paupérrima e inexistente, y el consiguiente engorde de la clase media, antes casi irrelevante, ha creado un nuevo mapa humano que exige derechos y mayor calidad de servicios públicos.
Ver másNueva protesta multitudinaria contra el Mundial de fútbol en São Paulo
Las demandas sociales de la clase media brasileña
Gráfico del Wall Street Journal. Para ver más información de este diario acerca de las protestas de Brasil pincha aquí
Son los jóvenes los que están saliendo a la calle. Como en Turquía, las redes sociales representan un arma poderosísima de comunicacióredes socialesn, información y movilización. Si los medios tradicionales están solo atentos al poder, Twitter, Facebook ayudan a que la calle se comunique. Sucedió en las primaveras árabes en Túnez y Egipto, sobre todo, y en la martirizada Bahrein, con la ayuda inestimable de Al Yazeera. Sucedió en Europa con el movimiento de los indignados y en EEUU con Occupy Wall Street. Algo está cambiando en la relación entre poder y ciudadanos que el poder no comprende. Los medios de comunicación tradicionales, tampoco.