... Que canta y baila la chacarera

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Cuando alguien me enseña algo que desconocía y me parece sublime, me pregunto —ligeramente cabreada conmigo— cómo es posible que haya pasado toda la vida ignorándolo. Me volvió a suceder hace unos días con la chacarera y me lo reproché a la cara: “Oye, Raquel ¿cómo has podido vivir hasta hoy sin conocer esa belleza musical tradicional argentina? Ya te vale…”

La chacarera entró en mi vida por la puerta que abrió La estrella azul, una película bellísima. Estaba en mi lista: recomendaciones de gente con cuyo criterio cinematográfico suelo coincidir, pero confieso que no sabía nada de ella. Me gusta vivir esa sensación de vez en cuando, la de plantarme frente a la pantalla sin tener ni idea de qué voy a ver.  

Y así entré el viernes en el universo escrito y dirigido por Javier Macipe y… tienes suerte Javier de que tu número de teléfono no esté en mi agenda, porque te habría enviado un mensaje a las tantas de la madrugada para darte las gracias por lo que acababa de ver. 

La estrella azul es una de esas películas pequeñas que son inmensas. Un oxímoron que sucede también con algunas vidas. ¿Sabes esas vidas sencillas que son mucho más ricas que otras que salen en la lista Forbes? Pues en la película aparecen.

'La estrella azul' es una de esas películas pequeñas que son inmensas. Un oxímoron que sucede también con algunas vidas

Hay películas en las que te gustaría quedarte a vivir y envidias ser el Mac Macyntere de Local Hero para enamorarte de un pueblo del norte de la costa escocesa. O el doctor neoyorkino, Joey Fleishman, para sentirte atrapado por el encanto de Cicely. Son esas historias irresistibles de peces fuera del agua que encuentran en esos lugares deliciosos e imperfectos, respuestas a muchos de los interrogantes que las vidas ajetreadas no nos permiten resolver. 

Me volvió a suceder en la madrugada del viernes, estaba en el sofá de mi casa pero en realidad, yo quería estar en ese patio de Santiago del Estero. Allí, con ellos, con ellas, viviendo al ritmo suave de la chacarera, bailando sus melodías y masticando letras poderosas por su sencillez trascendente, letras como las de esa sopa de la infancia que contenía el abecedario y sabor a casa. 

Tecleo con los dedos de puntillas porque no quiero adelantarte nada, solo pretendo animarte a que la veas, si no lo has hecho ya. Solo quiero proponerte que te dejes llevar a un viaje hermosísimo. Y ojalá sientas lo mismo que yo, ojalá disfrutes tanto como yo lo hice de este oxímoron cinematográfico, una de esas historias pequeñas que contienen lo más grande del mundo que achicamos a fuerza de abarrotarlo de tanta cosa prescindible.  

Cuando alguien me enseña algo que desconocía y me parece sublime, me pregunto —ligeramente cabreada conmigo— cómo es posible que haya pasado toda la vida ignorándolo. Me volvió a suceder hace unos días con la chacarera y me lo reproché a la cara: “Oye, Raquel ¿cómo has podido vivir hasta hoy sin conocer esa belleza musical tradicional argentina? Ya te vale…”

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