¿Y usted qué haría en su lugar?

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Hay tanto dolor en estas imágenes que cualquier descripción se queda corta. Es tan inabarcable la tragedia que las crónicas no son sino leves pinceladas de descolorida realidad. Cadáveres sin nombre, ataúdes numerados a hombros de profesionales tan desconocidos para los muertos como lo es su destino para las familias que dejaron en su tierra: ¿puede haber más soledad en un adiós?

Adiós que no han podido tener sus compañeros de viaje tragados literalmente por el mar al que confiaron su destino, que nunca creyeron peor que lo que dejaban en su tierra. Cómo deben sufrir en esas guerras, entre esa pobreza, sometidos por el hambre o explotados para preferir el riesgo de la muerte a la certeza de su dolor cotidiano. Porque no creo que sean inconscientes de lo que se juegan después de haber pagado fortunas por ese viaje incierto.

La dimensión del último naufragio en el Mediterráneo parecía haber servido para que la Europa oficial se tomara en serio la inmigración. Pero ya hemos visto que lo único que hay es la decisión de poner más dinero y la constatación de que el problema se deja para los del sur. Como gráficamente dijo el primer ministro del Reino Unido, ponemos los barcos que sea, pero que los rescatados se los lleven a Italia. Ellos vigilan, y el sur “limpia”.

Otra ocasión perdida. O quizá no tanto. Es posible que esto nos sirva para avanzar.

Como a menudo el grado de implicación de la conciencia ciudadana en un problema está directamente relacionado con su dimensión cuantitativa, la tragedia cuya estela son esos ataúdes solitarios y fríos nos puede traer también algún paso adelante. Todos los medios de comunicación de Europa y gran parte de los más importantes del mundo tienen el foco puesto en estas aguas cercanas. Esa atención prestada con más espacio en los programas de radio y tele y más páginas en prensa e Internet durante más tiempo de lo habitual, nos está ofreciendo un perfil más nítido de la realidad de los “inmigrantes” y por tanto una mejor idea de su sufrimiento: nos aproxima a ellos como seres humanos.

Esa humanización de la crisis es la mejor de las salidas posibles a este espanto del mar convertido en cementerio. Tomar conciencia de que los hombres, mujeres y niños que viajen en esos barcos de traficantes de humanos son como cualquiera de nosotros, como nuestros hijos, nuestros compañeros o nuestros hermanos. Eran carpinteros, albañiles, profesores, bailarinas que se trabajaron un sueño que estalló en imposible por la guerra, la dictadura o la pobreza.

Salud, dinero y las pipas del loro

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La primera pregunta ante esta realidad no es qué hacemos para evitar el éxodo, sino qué habríamos hecho nosotros en su lugar. Sólo la empatía permitirá dar con la solución adecuada. Sólo la consideración de iguales a nuestros semejantes que atraviesan y se ahogan en el Mediterráneo nos permitirá plantear y resolver correctamente las siguientes cuestiones, entre las cuales, por supuesto, están las que todos nos hacemos ahora. Pero lo primero es humanizar todo esto.

Porque humanizar, en este caso, no es una abstracción ni un juego de palabras, sino una necesidad urgente de la que sólo unos pocos, la mayoría en contacto directo con las víctimas, han tomado verdadera conciencia. Esa va a ser la única forma de empezar a resolver el problema y trazar y crear vías de solución.

Humanizar, imaginar, trabajar…por ahí vendrá la solución. Todo lo demás, se perderá en reuniones de las que lo único que saldrá volverán a ser palabras, y el único beneficio el único beneficio serán las dietas cobradas por los participantes.

Hay tanto dolor en estas imágenes que cualquier descripción se queda corta. Es tan inabarcable la tragedia que las crónicas no son sino leves pinceladas de descolorida realidad. Cadáveres sin nombre, ataúdes numerados a hombros de profesionales tan desconocidos para los muertos como lo es su destino para las familias que dejaron en su tierra: ¿puede haber más soledad en un adiós?

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