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Y sin embargo se mueve

La homeopatía es un timo

América Valenzuela

Ingerir 40 pastillas de un fármaco somnífero del tirón te mata por sobredosis. Yo he tomado 40 pastillas de un somnífero homeopático y no me provocó siquiera un bostezo. También tomé de una tacada dosis para seis meses de un producto homeopático para prevenir la gripe y los resfriados. No me pasó nada y me resfrié aquel invierno. Mi intención era mostrar que la homeopatía es un timo. No es más que agua y azúcar. No hay debate científico al respecto. Aun así hay quien lo utiliza y recomienda. ¿Por qué los dispensan las farmacias a precio de oro? ¿Por qué hay gente que asegura que funciona? ¿Por qué Sanidad no emite una campaña advirtiendo de la estafa?

Los supuestos elementos curativos de estos productos son delirantes. Podéis tomar pastillas de luz de Saturno, polución, boa constrictor, Tyranosaurus rex, plumas de canario, agujero negro, canto de delfín, caspa humana, muro de Berlín o emanaciones de un televisor. La lista de componentes fantásticos es interminable.

La homeopatía la inventó el alemán Samuel Hahnemann a principios del siglo XIX. De acuerdo con su teoría lo similar cura lo similar y por lo tanto se pueden eliminar síntomas usando cantidades diminutas de sustancias que producen un efecto parecido al que se quiere frenar. Según esta creencia, la potencia de la sustancia aumenta cuanto más diluida esté y agitándola con vigor. Su supuesto poder curativo llegará al enfermo a través de la memoria del agua. Y esto ni más ni menos es lo que venden las empresas que fabrican homeopatía: agua. O lactosa, azúcar y algún otro excipiente en el caso de que se presente el producto en forma de pastillas.

Para que toméis perspectiva, una de las diluciones más utilizadas es la que los homeópatas llaman 30CH, que sería una esfera de agua de un diámetro de 150 millones de kilómetros (es decir, la distancia entre la Tierra y el Sol) con una molécula de alguna sustancia disuelta en ella. ¿Es o no es agua? Que ese agua se acuerde de algo y si lo hace, que sea de una molécula en concreto entre todos los compuestos con los que ha entrado en contacto es un supuesto aún por demostrar.

Lo que sí está demostrado es que el único efecto de la homeopatía es el placebo. Es decir, mejora el cuadro de síntomas por sugestión. Pero el efecto placebo es un espejismo. No cura. Solo logra que el enfermo se encuentre un poco mejor durante unos meses si la dolencia no es grave. Si es severa, como un cáncer, es fácil que muera por ausencia de un tratamiento efectivo.

No cabe duda de que los pacientes necesitan más atención. Eso es lo que ofrecen los homeópatas. Tiempo para escuchar a los pacientes. Una amplia charla en la consulta. Eso es lo que podría ofrecer la sanidad pública en vez de hacer la vista gorda con la venta de productos homeopáticos.

La homeopatía vive en un limbo legal que solo favorece a la industria. El Ministerio de Sanidad y la Agencia Española del Medicamento llevan años haciéndose los despistados. Los productos homeopáticos que hay en el mercado no son medicamentos, aunque lo ponga en la caja. En su etiqueta tampoco debe figurar que sirven para tratar ninguna enfermedad en concreto, pero lo pone disfrazado de generalidades. Lo peor es que se venden en las farmacias como si fuera parte del engranaje médico autorizado.

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Aunque sea pervertir el término, los productos homeopáticos podrían tener la catalogación de medicamentos si quisieran. Sanidad se lo pone muy fácil. En un borrador publicado en 2012 proponían otorgar el estatus de medicamento para su comercialización a estos productos sin exigirles demostrar su eficacia. Pueden saltarse todos los pasos que necesita un fármaco para ser aprobado para su comercialización. No hace falta que demuestren que son seguros y eficaces con ensayos clínicos. Para que uno de estos productos llegue al mercado tan solo tiene que probar que está suficientemente diluido. La razón oficial es que de esta manera cumple con los estándares de la homeopatía. La realidad es que si cumple esa premisa no puede ser tóxico dado que no contiene nada de principio activo. Es una manera bastante ‘enferma’ de proteger al ciudadano. Es algo así como ‘Tímales pero sin dañar su salud, solo su bolsillo’.

Los fabricantes de homeopatía, no contentos con esta vía rápida de aprobación, se quejaron airadamente por las tasas que debían pagar por comercializarse como medicamentos. Hace un par de años Sanidad bajó las orejas, cambió el borrador y les bajó la tasa. Aun así el proceso fracasó y los productos siguen vendiéndose a lo loco.

Hasta que el tiempo ponga a los timadores en su lugar, los farmacéuticos deberían advertir a los clientes de que los productos homeopáticos no tienen ninguna capacidad curativa. Los hay, con ética, que renuncian a venderlos para no contribuir más a esta ridícula farsa. Bravo por ellos.

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