Cuando llama a nuestra puerta

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El secretario general de Naciones Unidas ha pedido esta semana al mundo un esfuerzo económico para tratar de detener el ébola aportando dinero a un fondo de emergencia que se ha creado al efecto. Fondo que la ONU piensa dotar con 1.000 millones de dólares. A la hora de escribir esta columna, apenas cuenta con 100.000, los aportados por Colombia.

Otras agencias de Naciones Unidas que luchan contra la enfermedad han recibido hasta ahora cerca de 380 millones, de países como India o Australia, pero el fondo de Ban Ki Moon está sin fondos, al menos de momento. Hay promesas de donación que todavía no son ingresos.

Da la sensación de que estamos conteniendo la respiración. Como si no supiéramos muy bien qué hacer a la vista de que este virus emigrante no sólo salta fronteras sino que lo hace a una velocidad decididamente mortal.

Hay, sí, gestos privados de generoso talante: los 50 millones de dólares donados por el matrimonio Gates o los 25 del Zuckerberg de Facebook; y están ya en marcha las tradicionales campañas de recogida de dinero a través de donaciones voluntarias de ciudadanos particulares. Pero parece como si la movilización solidaria se moviera más despacio, más amortiguada, sonara menos y fuese más tímida.

La situación de los países afectados es de auténtica emergencia, y las posibilidades de pandemia parecen ser reales; van ya 4.500 muertos, 9.000 casos más diagnosticados y el virus ha llegado a Nigeria, Senegal, España y Estados Unidos, donde ha causado una víctima mortal. La ayuda profesional y económica es esencial y urgente. Pero no hay una reacción internacional acorde con esa realidad. En lo público, desde luego, pero tampoco en lo privado. Y confieso mi sorpresa.

Me pregunto si esa parálisis, ese contener la respiración, no será fruto de que los ciudadanos del mundo caritativo están, o estamos, frenando la movilización a la espera de resultados, no vaya a ser que esta vez los perjudicados no sean sólo los del otro lado de la frontera del primer mundo.

De ser así, y apunto sólo una hipótesis que acaso no sea tal puesto que parte de una impresión personal, nada científica, se confirmaría en todo o en parte la tesis de los escépticos ante la solidaridad internacional. Esos que sostienen que donamos desde una superioridad paternalista para solucionar problemas ajenos y lejanos y así tranquilizar nuestra conciencia con un compromiso de baratillo.

Ahora el ébola no es sólo un problema de las gentes de otro mundo, es nuestro y en esta situación quizá, sin ser conscientes de ello, sin plantear preguntas ni buscar respuestas, estemos indicando que en realidad los solidarios impulsos movilizadores responden más a mecanismos de autolavado de conciencia que a una verdadera solidaridad internacional.

Es sólo una impresión. Una duda que, desde luego, ni pone en solfa ni resta valor a la acción cotidiana de los cientos de miles de hombres y mujeres que se dejan la vida ayudando a los demás, como por ejemplo Teresa Romero.

Sólo intento explicarme a qué viene que esta vez el músculo solidario no se esté ejercitando como otras; encontrar la forma de entender la sensación de menor movilización social y la certeza de que ante el llamamiento desesperado de la ONU para conseguir fondos frente al ébola sólo un país, y no precisamente gran potencia, haya aportado hasta el momento una cantidad que dota al fondo con un 0,01% de lo solicitado.

El secretario general de Naciones Unidas ha pedido esta semana al mundo un esfuerzo económico para tratar de detener el ébola aportando dinero a un fondo de emergencia que se ha creado al efecto. Fondo que la ONU piensa dotar con 1.000 millones de dólares. A la hora de escribir esta columna, apenas cuenta con 100.000, los aportados por Colombia.

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