Cuando se conoció la noticia en la mañana del martes, Antonio Maíllo (Lucena, 1966) asistía a una manifestación en favor de la educación pública en Andalucía. Desde allí envió un vídeo a sus redes sociales en el que agradeció a la militancia de Izquierda Unida haber otorgado la mayoría a la lista que encabezaba, con algo más del 53%, para el congreso que le elegirá coordinador general de la coalición de izquierdas.
La situación define a Maíllo, profesor que volvió a la enseñanza pública hace cinco años tras haber liderado IU en Andalucía. Podrá decir que su victoria le cogió secundando un día de huelga: un maestro debe enseñar, también oponerse a los recortes y la privatización. En estos tiempos necios, acelerados y arrogantes es difícil no simpatizar con una persona que se toma su tiempo antes de hablar, que elige con cuidado las palabras por su significado, es decir, por lo que implican para uno mismo pero también para los demás.
En este proceso precongresual, Maíllo ha insistido en la expresión “carretera y manta”, también en que la dirección de IU tiene que estar “fuera de palacio”. Ambas cuestiones no pueden entenderse sin mirar a la anterior década, donde demasiadas decisiones se tomaron a espaldas de la militancia y los territorios. Si Alberto Garzón llegó a IU con la esperanza que despertó aquello que se llamó la nueva política, se fue de ella de la misma manera que la época que le dio pie: con más desencanto que aplausos.
La razón no se le escapa a nadie que haya estado atento a la izquierda en estos últimos años. Aquello que empezó en 2011 como una respuesta a los viejos partidos, también a las viejas ideologías, acabó siendo un carajal de partidos sin demasiada ideología. En cuanto se acabó la inercia del impulso que dieron aquellos años de descontento, la bicicleta se fue al suelo: no tenía pedales. Las marcas electorales no pueden funcionar sin militantes, sin organicidad y sin ideas, al menos unas que vayan más allá de las modas y los bandazos.
Maíllo fue parte de aquella nueva política, como candidato de Adelante Andalucía, sin que le tocara del todo en lo generacional, quizás porque como comunista, del PCE, entendió la necesidad del frente amplio, algo inserto en la trayectoria de su centenaria organización. Un frente amplio significa más que una macedonia de siglas y, desde luego, bastante más que un logo para una cita electoral. Un frente amplio implica tener claro el lugar del que se parte y a dónde te diriges, así como las reglas y las herramientas para conseguirlo. Historicidad, organización y programa. Unidad sí, pero no a cualquier precio.
La cuestión es que desde palacio nunca se quiso que aquellas confluencias pasaran a ser algo más, pregunten a los dirigentes de Podemos. El precio por aquella errada táctica fue no lograr arraigo territorial. También el cansancio, cuando no el más genuino hartazgo, de una militancia, la de Izquierda Unida, que se ha tirado diez años pegando carteles sin tener claro dónde y por qué se tomaban aquellas decisiones o, peor, teniéndolo claro pero no pudiendo hacer nada por aquello de la disciplina.
A día de hoy, con una ministra de IU en el ejecutivo, no tiene sentido seguir hablando de “régimen del 78” para situarse al margen del mismo. Si esta democracia pertenece a alguien por derecho es a quien desde su inicio quiso defenderla y ampliarla, no a los que primero se pusieron de perfil y ahora buscan su involución
Maíllo tendrá que lidiar con ese hartazgo y devolver a la militancia el sentido, es decir, el de que su función sea algo más que pagar la cuota y actuar de comparsa. También saber encajar la división, un mal endémico de la izquierda que ha sido incapaz de construir proyectos que no impliquen que cada diferencia se acabe solventando con una expulsión o con una escisión. Dejen los cismas a las monjas de Belorado.
En lo externo, el nuevo coordinador general de IU tendrá que volver a definir cuál es el objetivo de que su organización forme parte de Sumar, que por un lado es el partido de Yolanda Díaz y por el otro un paraguas electoral donde se han dado cita diferentes formaciones progresistas. Y aquí, la experiencia de los pasados años cuenta, la diferencia expuesta unos párrafos más arriba entre las simples marcas y los frentes amplios.
Ya no es tan sólo la presencia pública o los puestos en las listas. Es, primero, que existan unas reglas mínimas en lo interno que vayan más allá de la batuta de mando del hiper-liderazgo. También que exista un mínimo común denominador en el campo de lo que se defiende: no puede ser que la izquierda, en pos de la unidad, transija siempre con tendencias verde-liberales de clase media más preocupadas por el relato y la identidad que con los hechos de las políticas de clase.
Maíllo, y la dirección resultante tras el congreso de IU, tienen también la tarea de pensar cuál tiene que ser la relación con el PSOE y su papel en el Gobierno. A día de hoy, con una ofensiva inédita de las derechas políticas, mediáticas y judiciales, con una ministra de IU en el ejecutivo, no tiene sentido seguir hablando de “régimen del 78” para situarse al margen del mismo. Si esta democracia pertenece a alguien por derecho es a quien desde su inicio quiso defenderla y ampliarla, no a los que primero se pusieron de perfil y ahora buscan su involución.
Todas estas tareas, que no son pocas ni pequeñas, se resumen sin embargo en un aforismo, “la España de la actualidad no es la de hace diez años”, que ya han leído por aquí unas cuántas veces. No se trata de pasar factura a lo que sucedió en la izquierda la pasada década, se trata sobre todo de pasar página, aprendiendo, de una jodida vez. Aquello que funcionó en el país de la indignación no tiene que funcionar en un país donde ese sentimiento ha dado paso a la incertidumbre e incluso al odio.
Esta IU, obviamente, no es la de los años 90. Pero tiene aún una presencia notable en lugares como Andalucía y Asturias y una red de cargos y militantes por todo el territorio. Si en IU recuerdan el lugar del que vienen y establecen a dónde quieren ir, si ponen en valor los principios que les hicieron imprescindibles en este último siglo, contando también a su corazón, el PCE, todavía pueden tener mucho que decir. En tiempos donde nada parece estar claro siempre hace falta un centro de gravedad permanente, algo que dé seguridad, confianza y que despierte interés por el mañana.
Cuando se conoció la noticia en la mañana del martes, Antonio Maíllo (Lucena, 1966) asistía a una manifestación en favor de la educación pública en Andalucía. Desde allí envió un vídeo a sus redes sociales en el que agradeció a la militancia de Izquierda Unida haber otorgado la mayoría a la lista que encabezaba, con algo más del 53%, para el congreso que le elegirá coordinador general de la coalición de izquierdas.