Lo que la socialdemocracia ha de entender si quiere ganar espacio Cristina Monge
Congreso del PSOE en la España de bloques
La arquitectura efímera es la base de cualquier evento importante. Vale para distribuir de manera eficiente al público, para trasladar una imagen de marca o comunicar mensajes desde lo estético. En este 41 Congreso Federal del PSOE, además de unos pequeños olivos para recordarnos el lugar donde se celebra, Sevilla, lo que prima es el color rojo y una palabra, izquierda, que incluso conduce nuestros pasos a la hora de acceder a la nave principal, la más distendida por contar con dj y cafetería, lugar propicio para las conversaciones improvisadas. La arquitectura efímera se extingue una vez que el evento finaliza, las ideas tienen la obligación de perdurar.
No hace tanto tiempo, quizá menos de diez años, el PSOE hubiera tratado con precaución el concepto izquierda, mucho más la palabra rojo o roja, que ahora estampa bolsas, chapas y llaveros. Puede parecer un detalle superficial, pero explica todo un proceso en torno a la identidad del socialismo español que surge de la pasada década, aquella donde la protesta social dio no sólo posibilidad al primer Gobierno de coalición en ochenta años, sino a un cambio que permitió empezar a relegar el socioliberalismo para que algunos destellos socialdemócratas volvieran a brillar.
Esta identidad de izquierdas nos habla también de la ofensiva que la derecha lleva manteniendo desde 2020, cuando optó por la desestabilización en mitad de la pandemia. Para el inicio de esta legislatura, esa ofensiva se tornó declaradamente subversiva tras el “quien pueda hacer que haga” de Aznar. Estas últimas semanas, procesos judiciales de resultado escenográfico han cohesionado a la familia socialista en torno a su partido. Cuando te ves asediado, no es mala idea recordar de dónde vienes.
Este es el mecanismo que explica parte de la evolución del PSOE, uno que también ilustra el inquietante momento que vive España. El partido estructural del Estado surgido en 1978 se ve hostigado por una parte de ese Estado, el que ha decidido hacer política desde los tribunales. “Cómo expresamos esto… es que nos cuesta hasta decirlo”, me admite una dirigente de la ejecutiva. Una vez que la derecha deja de ser conservadora para volverse rupturista, las coordenadas que rigen la política convencional dejan de funcionar.
Por eso hablar de bipartidismo es hoy un ejercicio inútil o nostálgico, el “yo corrí delante de los grises” de los que aparecieron tras el 15M. Existen multitud de actores en la política española, muchos de ellos operando fuera del Parlamento, bien desde los consejos de administración, bien desde las escaletas televisivas, existen además diversos intereses que van desde lo nacionalista hasta lo territorial, pero la gravedad la marcan dos bloques: el que busca una involución y el que se resiste a retroceder.
Ahí se halla el problema, no ya para la izquierda, sino para la democracia: jugar a la contra nunca es buena idea. Esther Peña, portavoz socialista, me hace patente esta preocupación: “El PSOE tiene que saber transmitir a las clases medias y trabajadoras las medidas que se llevan a cabo desde la acción de gobierno”. Algo que se resume en que, pese a la mejora económica y laboral registrada en estos últimos años, muchos no conectan esas medidas con sus artífices. A otros, sencillamente, el incremento de precios, especialmente el del alquiler, les ha dejado fuera de juego.
El PSOE ha aprobado en esta cita federal consolidar el gasto público en protección social en cotas del 20% del PIB, que está creciendo cuatro veces la media europea y revalorizar el SMI para que esté siempre por encima del 60% del salario medio. Hace 20 años, por contra, la tendencia que primaba era que lo público debía retirarse para dejar paso a un difuso tercer sector y a un mercado que trataría de ocupar gran parte del espacio. Aquello pasó, esto también está pasando.
No hace tanto tiempo, quizá menos de diez años, el PSOE hubiera tratado con precaución el concepto izquierda, mucho más la palabra rojo o roja, que ahora estampa bolsas, chapas y llaveros
Santos Cerdán, defensa correoso al estilo de aquellos que se batían el cobre en campos de barro, se acordó en una de sus intervenciones del fundador del PSOE, Pablo Iglesias, al rememorar: “Nuestro partido es político, seguramente el más político de todos”. María Jesús Montero situó los temas de “la socialdemocracia del siglo XXI” en aquellos que tienen que ver con “descarbonizar, fijar población al territorio y el desarrollo de la industria”. Ambos dirigentes, los más presentes en este Congreso, complementaron sus mensajes: a la antipolítica se le responde con democracia útil.
Esa antipolítica, de rostro variable pero de único objetivo reaccionario, fue descrita con dureza por Montero: “El de la derecha es un proyecto golpista, no es un proyecto democrático. No hay intención política más allá de debilitar las instituciones”. Un conocido periodista, de los que ya llevan varias de estas citas en la mochila, me da una idea de la situación: “Se nota la tensión y el nerviosismo por lo que está apretando el PP, algo inédito… pero, mira, en la medida en que la derecha aprieta, se va sacando lo importante en las Cortes. La amenaza de un Gobierno con Vox es algo que llega hasta Waterloo”.
Unai Sordo, secretario general de Comisiones Obreras, habló como invitado en el plenario del sábado, dejando unas palabras tan aplaudidas como comentadas. Parte de ellas fueron para tratar sobre esa amenaza: “Cuando Thatcher dijo que Tony Blair era su mejor legado, la izquierda no tenía problemas con el poder. Si se hacen políticas razonablemente de izquierdas el poder profundo se rebela. Y en esas estamos”. Sordo también trató “la disputa ideológica de época”, sobre en qué parámetros se ofrecen a los ciudadanos los espacios de seguridad perdidos tras las sucesivas crisis de estos últimos quince años.
Este sindicalista, hombre tranquilo en tiempos convulsos, una de las figuras que más peso ha ganado en estos últimos años en el debate público español, dejó una última reflexión, sobre la paradoja de época que supone que tras la aceptación de las políticas intervencionistas en el seno de la UE, como la mutualización de la deuda, o en España, con la excepción ibérica que nos permite competir sin recortar salarios, los ultras se hayan arraigado con fuerza. “No hay que ceder en lo público, se necesita articular la sociedad frente a la idea nihilista de que todo es un caos”.
Frente a ese nihilismo, se ofreció algo de historicidad –la certeza de que siempre se parte de un punto para dirigirse a algún lugar– en un vídeo emitido que arrancaba con el muro franquista en blanco y negro para acabar en la dana de 2024. En ese viaje cosechó muchos más aplausos la victoria de Zapatero en 2004 que el histórico triunfo de 1982. González, de tanto insistir, ha dejado de ser Felipe.
Zapatero es quien se alza hoy como máxima autoridad moral en el PSOE, sobre todo tras su decisiva participación en la campaña de las generales del 2023, que no pocos dieron por perdidas. “Yo viví la mayor fake news hasta ahora”, dijo el expresidente, “que fue la conspiración tras el atentado del 11M. Estuvieron años. ¿Y qué ha quedado de eso? La perfidia, la maldad y la falsedad”. Aquella campaña de intoxicación sembró algo que eclosionó, tiempo después, en Ayuso, Vox y la vuelta a las calles del saludo romano.
Un par de concejales, de un pueblo y una ciudad de la Comunidad de Madrid, me narran ese ambiente irrespirable que está atrapando a parte de la sociedad española. Él me cuenta cómo vandalizaron la sede de su agrupación en varias ocasiones, también cómo los insultos que recibía a diario en las semanas previas a la última investidura acabaron afectando a su familia. Ella, profesora de música en un instituto, sufrió la hostilidad de algunos padres.
Cuando dirigentes del PP como Tellado declaran que su obligación es “acabar con este Gobierno con todos los medios" a su alcance, cavan un abismo que se manifiesta en un acoso cotidiano que rara vez se relata. Para César Ramos, diputado socialista, “el problema es que la política sólo se asocia con una lucha confusa entre partidos, dejando la explicación de las cosas importantes a figuras de confianza, con apariencia de desinterés pero con una ideología ultra muy marcada”. Son los que tras el temporal valenciano han emponzoñado sin descanso a la ciudadanía.
Hace falta que la política muestre lo que es capaz de hacer ejecutando presupuestariamente, más en un momento en que el Legislativo avanza con dificultades al depender de los votos de Junts
Javi López, vicepresidente del Parlamento Europeo, del PSC, me habla con preocupación sobre la victoria de Trump: “El grupo de extrema derecha Patriotas (donde se encuentran Vox, Orban, Bardella o Lega Norte) tiene una fuerte conexión con la Heritage Foundation (lobby ultraconservador norteamericano). Esto responde a cómo Trump va a fomentar en este nuevo mandato sus sucursales para influir en Europa, a quien va a perjudicar también con su política arancelaria. Detrás, los millonarios tecnológicos, con un plan para emanciparse de las normas comunes del Estado”.
Una pista por donde salir de este lóbrego sendero nos la ha dado Óscar Puente, al informar puntualmente sobre los trabajos de reconstrucción en Valencia que ha llevado a cabo su ministerio en este último mes. Hace falta que la política muestre lo que es capaz de hacer ejecutando presupuestariamente, más en un momento en que el Legislativo avanza con dificultades al depender de los votos de Junts. A juzgar por el número de cámaras que perseguían al ministro de Transportes por los pasillos del Fibes en Sevilla, hay algo que ha hecho bien.
Dos figuras en ascenso, las dos mujeres. La primera es Pilar Bernabé, delegada del Gobierno en Valencia, que entra en la ejecutiva como secretaria de Igualdad tras su labor en el desastre climático de Valencia. La segunda es Enma López, viguesa, que accede a la dirección federal como secretaria de Economía tras bregar como concejal del Ayuntamiento de Madrid, el ecosistema mediático y digital. Quien se mueve sale en la foto.
Pedro Sánchez, reelegido secretario general sin sorpresas, apareció en el plenario pasado el mediodía del domingo, como Reed Richards entrando al edificio Baxter: mandíbula heroica de esas que valen tanto para sonreír como para encajar los golpes. El pabellón, con siete mil asistentes según los organizadores, le recibió con un entusiasmo que a veces roza la mitomanía. Es lo que tiene la política Marvel, que el protagonista moviliza emociones, de adhesión o rechazo, al margen incluso de la realidad.
“No perdonan que estemos gobernando mejor que ellos”, dijo el presidente, seguro de que las grandes cifras le dan la razón. Para esos datos que no, anunció la creación de una empresa pública “capaz de construir y de gestionar vivienda desde la Administración General del Estado”. Así mismo se comprometió “a prohibir la conversión de viviendas residenciales a viviendas turísticas en zonas de alta demanda". El objetivo, según el acuerdo de este Congreso Federal, es aumentar el parque público hasta el 6%, ahora roza el 2%, priorizando el régimen de alquiler. El anuncio fue acogido con escepticismo en las redes, con grandes aplausos entre los asistentes.
Sánchez citó a Fernando de los Ríos, histórico del PSOE, al decir que “el socialismo es ante todo un movimiento moral” que contrapuso “a aquellos conservadores que dejan caer los estandartes de la democracia frente a los ultras, una internacional que se apoya en un entramado de medios”. El recién confirmado secretario general se puso épico desde el realismo: “Les plantaremos cara con el BOE en la mano”.
Albert Camus explicó, en su discurso de aceptación del Nobel en 1957, que "cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea quizás sea más grande. Consiste en impedir que el mundo se deshaga". A la nuestra le sucede algo muy parecido, incluso de manera más acuciante que cuando estas palabras fueron pronunciadas por primera vez. Son un buen epílogo a este Congreso, pero sobre todo un buen adelanto de las tareas que vienen.
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