Encerrada en el baño de la Sutton Eva Baroja

La elefantenrunde es una curiosa tradición electoral alemana. La noche de las elecciones, los líderes de los partidos con representación se reúnen en la televisión pública para comentar los resultados. Mesa de los notables, de los pesos pesados, de los paquidermos más inteligentes. Las metáforas, normalmente obvias, pueden tener un reverso inesperado: los elefantes también se reúnen para perecer en su cementerio.
La CDU, junto a su equivalente en Baviera, la CSU, han ganado las elecciones, pero lo han hecho con su segundo peor resultado desde 1945, el primero fue en 2021. Les separan doce puntos de la mejor marca de Angela Merkel en 2013, cuatro de su suelo en 2017. Europa, no obstante, respira: el gobierno de la gran coalición volverá a ser posible.
Lo primero que conviene aceptar, de una vez por todas, es la ruptura de la normalidad en la política europea, fuera lo que fuese eso. Y la noche del domingo, en la elefantenrunde, Friedrich Merz, candidato de la CDU, próximo canciller, empezó a definir el escenario: “nunca hubiera pensado que tendría que decir algo así en un programa de televisión”.
¿Qué se vio obligado a decir Merz delante de varios millones de espectadores? Que las injerencias de Musk en la campaña, pero también del propio Gobierno estadounidense, no habían tenido precedentes, no habían sido “menos dramáticas, menos drásticas y menos escandalosas que las que hemos sufrido por parte de Moscú”. Sentencia dura, no admite interpretaciones.
Hace menos de un año, Mario Draghi, en su relevante informe de situación, ya hablaba de que algunos actores habían dejado de ser confiables. Este último mes ha permitido que ese sujeto inestable tuviera nombre propio. “Mi prioridad absoluta será crear la unidad en Europa”, dijo Merz, una con “capacidad de defensa autónoma”. Nuevo eje ascendente en la política continental, el de la independencia de los grandes bloques.
¿Qué se vio obligado a decir Merz delante de varios millones de espectadores? Que las injerencias de Musk en la campaña, pero también del propio Gobierno estadounidense, no habían tenido precedentes
Quizá por eso, respecto a lo que nos toca, FAES emitió una nota en la mañana del lunes criticando la asistencia de Vox a la cumbre trumpista de este pasado fin de semana. Brazos en alto, se titulaba. Esa reunión “ha tenido de conservadora lo que el Palmar de Troya tuvo de católico”. La fundación cercana al PP se resitúa con urgencia tras las palabras de Merz. En Génova tienen que decidir no si van a volver a pactar con Vox, sino si lo van a hacer con la quinta columna de Musk en España.
En cierta medida, Musk no ha conseguido sus objetivos en estas elecciones. El AfD ha obtenido su mejor resultado hasta la fecha, por encima del 20%, doblando su anterior marca, uno que, sin embargo, no ha sido significativamente superior a las encuestas. El apoyo de Musk sólo parece haber valido para que las ventas de Tesla se desplomen en Alemania.
El AfD no es sólo la ultraderecha germana, es el partido más extremo del continente en un país que, por obvias resonancias históricas, debería huir de la descivilización. La clase media ha dejado de comprar los coches de Musk, eso lo sabemos. La clase trabajadora ha votado al AfD en un porcentaje del 29%. El dato es tan terrible como significativo.
El resultado del AfD también nos muestra algo: si hablamos de Alemania como un único país no estamos siendo sinceros. A 35 años de la reunificación, la brecha en múltiples indicadores socioeconómicos entre el este y el oeste sigue siendo flagrante. En lo electoral también. El AfD consigue alcanzar en algunas regiones de la antigua RDA porcentajes que superan el 46%, en la mayoría por encima del 40%.
En 1991 fue asesinado Detlev Rohwedder, el director de Treuhand, la agencia de privatización para la Alemania Oriental. En el documental de 2020 Un crimen perfecto, se analiza este magnicidio desde una visión poco usual: la humillación que supuso para los habitantes de la RDA el proceso de absorción por occidente. Hay heridas que se han infectado de la peor manera posible.
De la peor manera posible afrontaba el SPD estos comicios, obteniendo un 16%, su resultado más bajo desde 1933. El otro eje que ha marcado estas elecciones ha sido el de la guerra de Ucrania, de la que este lunes 24 de febrero se han cumplido tres años. Los alemanes han machacado a Scholz porque han entendido que el apoyo del Gobierno tricolor a Kiev ha sido perjudicial para su país.
Alemania ha pasado de ser la locomotora de Europa desde hace décadas a sufrir una recesión derivada del encarecimiento energético tras la escalada bélica en Ucrania. También tras un atentado al gasoducto Nord Stream que, según informó el Wall Street Journal este pasado verano, tuvo autoría ucraniana. Mezclar inflación con agravio nunca es recomendable, menos en Alemania.
Puede que para el SPD el problema inmediato haya sido la guerra, pero el más profundo ha sido no contar con una política económica propia que se deshaga del obsoleto e injusto tope a la deuda pública impuesto desde hace quince años al resto de Europa
¿Podría haber sucedido otra cosa? Puede que para el SPD el problema inmediato haya sido la guerra, pero el más profundo ha sido no contar con una política económica propia que se deshaga del obsoleto e injusto tope a la deuda pública impuesto desde hace quince años al resto de Europa. Hay que saber leer la coyuntura para no asfixiarte con tu propia ortodoxia ordoliberal.
Los Verdes, que en Alemania son señores de clase media con bicicletas, y los liberales, lo mismo pero sin bicicletas, formaban parte del anterior Gobierno Scholz y han seguido su misma y aciaga suerte, puede que merecida. No es que el centro no tenga sitio en la política europea, es que la ficción de la neutralidad no se sostiene cuando los tiempos se aceleran.
Por último, la izquierda. Die Linke prácticamente quedó fuera del Bundestag en el 2021. En estas elecciones las encuestas al inicio de la campaña no le otorgaban un resultado diferente. Sin embargo, la formación progresista ha conseguido alcanzar el 8,9%. En la noche electoral el entusiasmo era patente, quizá demasiado: hay que tener cuidado con las celebraciones al borde del precipicio.
Hoy la prensa destaca la acertada campaña en TikTok de esta formación, así como el papel de la influencer Heidi Reichineck, claves para quedar como primera fuerza entre los jóvenes de 18 a 29 años. Ines Schwerdtner, la recién elegida copresidenta de Die Linke, admitía en una entrevista en Jacobin que su partido se había distanciado de sus votantes tradicionales, por lo que tenían que “poner a la clase trabajadora y sus intereses en primer plano”.
Este fue uno de los motivos de la escisión de Die Linke protagonizada por Sahra Wagenknecht en septiembre de 2023 y de la creación del BSW, que en estas elecciones se ha quedado a 13.435 votos de alcanzar el 5% que le hubiera permitido entrar en el parlamento, obteniendo, no obstante, el mejor resultado para una formación de nueva creación en unas federales alemanas.
A Wagenknecht siempre le acompaña el calificativo de rojiparda, una etiqueta punitiva tan inútil como perezosa. Claro que el BSW aboga por la regulación de la inmigración, en la medida en que las otras formaciones de izquierdas han carecido de postura en este tema. Alemania no es el mismo país de antes de la crisis de los refugiados de 2015, y a ese hecho, junto a los atentados de caracter islamista que sacuden secuencialmente Europa central, no se puede responder con fórmulas falsas y desgastadas.
Decíamos al principio de este artículo que Europa respira tras la cita electoral alemana. La cuestión es que quien sólo se conforma con respirar, sin nadar en ninguna dirección, seguramente acabe ahogándose. A la UE le toca pasar la página de la austeridad por supervivencia. Pedro Sánchez y sus políticas expansivas siguen resistiendo en nuestra península, el único lugar del continente que aún no ha girado a la derecha.
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