Cuando a principios de febrero la Autoridad Nacional Palestina cifró en 225, entre ellos 53 menores de edad, los muertos a manos de las fuerzas de Israel en 2022, la noticia apenas alcanzó para un leve susurro perdido en la información internacional, esa a la que apenas se presta atención hasta que estalla entre llamativos letreros de “última hora” y las víctimas ascienden a miles. Sólo le damos categoría de conflicto a lo que rompe la normalidad, cuando lo habitual en esta disputa ha significado impunidad para el lado más fuerte.
Sabemos que esa normalidad implica que Israel forma parte de la llamada Comunidad Internacional, que se reduce de manera hipócrita al bloque bajo el liderazgo de EEUU, lo que le vale para incumplir las resoluciones de la ONU sin consecuencias prácticas. Esta es la costumbre en una confrontación que nos parecía infinita. La cuestión es que en términos históricos ninguna guerra lo es: el ataque de Hamás del 7 de octubre es un punto de quiebra en lo que todos hemos conocido. A partir de ahí, el abismo.
La normalidad ha representado una sistematización del enfrentamiento: ocupación, intifada, terrorismo, apartheid. Una cotidianeidad que nos entregó la ilusión de la estabilidad, de poder apartar la mirada por terrible que fuera el escenario, olvidando que si algún factor de la ecuación varía —en este caso el establecimiento de relaciones entre Israel y Arabia Saudí—, esa ilusión se desvanece. Lo cierto es que la aspiración no ya a la paz sino a la estabilidad en este contexto siempre fue imposible.
Los conflictos evolucionan y este no ha sido una excepción. Sin embargo, somos reacios a asumir su desarrollo estancándonos en la comodidad de cuando los conocimos por primera vez. Ni Isaac Rabin ni Yasir Arafat estaban exentos de las faltas asociadas a liderar en tiempo de guerra, pero les añoramos frente a la barbarie de Hamás y el belicismo de Benjamin Netanyahu. Esquivamos la pregunta de cuáles han sido los motivos para este funesto cambio en los actores porque nos desagrada la respuesta.
Sabemos que Israel ha permitido que las petromonarquías del Golfo financien a Hamás como una manera de debilitar a la Autoridad Nacional Palestina en manos de Fatah, propiciando que el integrismo religioso dé el sorpasso a lo laico y lo nacional. Conocemos que Israel, a la que se calificó como la única democracia de Oriente Medio, ha ido envileciéndose entre tendencias autoritarias en lo político y ortodoxas en lo religioso, impulsadas por décadas de militarismo y miedo.
De esta manera, quedarnos en la legitimidad de las causas resulta inútil porque no valoramos lo que implica que la radicalidad hegemonice el liderazgo de ambos extremos. Palestina tiene derecho a su independencia, pero quien articula hoy esa lucha es capaz de asesinar a sangre fría a 200 jóvenes en un festival de música, algo que por otro lado resulta una trágica metáfora de las diferencias a uno y otro lado de la frontera. Palestina es algo más que Hamás, pero por desgracia Hamás es el actor más relevante en Palestina.
Por otro lado, podemos considerar legítimo que el Estado de Israel tenga derecho a su defensa. Lo cual no acarrea que esa defensa signifique el bombardeo indiscriminado de Gaza, donde por su densidad poblacional cualquier intento de ataque aéreo selectivo es tan sólo retórica. Una que se liberó de cualquier corsé civilizatorio al afirmar su ministro de Defensa, Yoav Gallant, que iban a luchar contra “animales humanos”, lo que requiere un asedio que deje a Gaza, donde viven dos millones de personas, sin suministros básicos.
Que el representante de un Estado, no el cabecilla encapuchado de un grupo integrista, fuera capaz de utilizar este lenguaje nos da la medida de la degradación de esta contienda. Determinadas expresiones son indisolubles de los campos de exterminio que el nazismo utilizó contra los judíos, un holocausto del que la madre del ministro de Defensa, Fruma Gallant, fue superviviente. Las palabras se quedan cortas para describir tal paradoja, pero deben señalarla.
Sabemos que Israel ha permitido que las petromonarquías del Golfo financien a Hamás como una manera de debilitar a la Autoridad Nacional Palestina en manos de Fatah, propiciando que el integrismo religioso dé el sorpasso a lo laico y lo nacional
Mientras, la Unión Europea sufre una tensión institucional sin precedentes que ha hecho que la Comisión y el Consejo entren en colisión. Von der Leyen nunca ha tenido las atribuciones para decidir la política exterior sino, en todo caso, aplicar como Ejecutivo lo dictado por los 27 miembros. Josep Borrell, Alto Representante en la materia, se lo recordó. Pueden parecer tan sólo matices para lo que esta terrible emergencia humanitaria requiere, sobre el terreno lo son. Pero en las esferas del poder nunca hay cambios de tal calado con brusquedad.
Que Pedro Sánchez acompañara desde el sábado este movimiento pidiendo a Israel el respeto de la legalidad no fue menor. España, pese a lo que algunos patriotas se empeñan, pinta cada vez más en el seno europeo. La contundente contestación de Exteriores, la tarde del lunes, al comunicado de la embajada israelí, entre la injerencia y el macartismo, asienta esta línea, una que no es ni fácil, ni usual, ni anecdótica atendiendo a la cruda realidad: Washington es el que al final marca lo posible en nuestro ámbito.
Este es un debate de fondo pendiente en la izquierda, al menos en esa izquierda que aspira a transformar y no conformarse con la comodidad de ser un predicador moral desde lo inútil. ¿Cómo se articula una diplomacia progresista atendiendo a que los intereses de nuestro país están mediados por el bloque geopolítico al que pertenece? Los episodios de oportunismo intentando acaparar manifestaciones para cuitas de la secta mejor los dejamos a un lado por vergüenza ajena.
Y, ¿la derecha? Continúan con avidez de cuatreros intentando sacar petróleo de una escalada que sabemos cómo ha empezado pero no cómo puede terminar. Debemos prepararnos como sociedad, ya definitivamente, a contar con que la parte del espectro político que teóricamente aportaba la estabilidad del conservadurismo haya pasado a ser lo más disruptivo para la propia democracia liberal. El mismo proceso que ha seguido el GOP tras Trump.
Ahora llega el terrorismo, ayer Bélgica. Hará falta lo que ha hecho siempre, distinguir al ciudadano nacido en otro país del yihadista. Pero también encarar que el islamismo integrista es una amenaza cierta para nuestras sociedades, algo que el progresismo teme formular dejando a la extrema derecha la vía libre para pescar en los caladeros del miedo. No hay nada que alimente más el racismo que mirar para otro lado olvidando los preceptos del laicismo.
Punto de quiebra, comenzábamos diciendo hace algunos párrafos. Punto de quiebra en Oriente Medio, pero también en lo que a nosotros respecta. El apocalipsis que tuvo lugar hace 90 años comenzó cuando se empezó a aceptar como normales cosas muy parecidas a las que ya estamos viendo. Cuesta escribirlo pero es así. “Llegará el día en que termine esta horrible guerra y volveremos a ser personas como los demás, y no solamente judíos”, escribió Ana Frank en 1944. Que ninguna niña palestina, de ninguna parte, tenga que volver a sentarse frente a un diario en tales circunstancias.
Cuando a principios de febrero la Autoridad Nacional Palestina cifró en 225, entre ellos 53 menores de edad, los muertos a manos de las fuerzas de Israel en 2022, la noticia apenas alcanzó para un leve susurro perdido en la información internacional, esa a la que apenas se presta atención hasta que estalla entre llamativos letreros de “última hora” y las víctimas ascienden a miles. Sólo le damos categoría de conflicto a lo que rompe la normalidad, cuando lo habitual en esta disputa ha significado impunidad para el lado más fuerte.