La tiranía de Musk contra el periodismo
El debate en torno a los medios de comunicación ha tenido especial relevancia en este año que se dispone a finalizar. El problema es que, como casi todos los debates de nuestro tiempo, ha tenido lugar de una manera superficial y fragmentaria, que apenas deja ver, incluso a las personas preocupadas sinceramente por el asunto, a qué nos enfrentamos.
Primero un ejemplo concreto. Pedro Sánchez visita Paiporta el domingo 3 de noviembre, junto con el Rey y Mazón. Se producen escenas de enorme tensión en las que participan elementos de la extrema derecha ajenos al municipio. Sánchez debe suspender la visita. Más tarde declara: “No nos vamos a desviar pese a actos absolutamente marginales”.
Voz Pópuli titula ese mismo día a las 17:04: “Sánchez tilda de ‘absolutamente marginales’ a los afectados de la DANA que se han indignado con su visita a Paiporta”. La manipulación, más que evidente, es grosera. El presidente afirma que continuará su trabajo pese a unos sucesos violentos que considera muy minoritarios. El digital transforma esta declaración en un insulto a todos los afectados por la riada.
A día de hoy la pieza sigue en el digital sin mayor corrección. No es una apreciación, ni una opinión, es simplemente una vulgar mentira. Sánchez no dijo lo que el titular afirma que dijo. Pero en este caso, como en otros cientos, de lo que se trata no es de informar, sino de engañar al público para fomentar y dirigir su odio contra Sánchez o contra quien toque.
Un medio de comunicación tiene línea editorial, es decir, una manera de ver la sociedad. Tiene interés empresarial, es decir, la búsqueda de que su actividad sea viable económicamente. Y tiene voluntad de influencia. Estos puntos son legítimos siempre y cuando no se impongan sobre la principal misión del periodismo: afirmar lo cierto.
La cuestión es que para una parte creciente de las empresas que se dedican a la comunicación el periodismo ha dejado de ser necesario. Pueden tener capacidad de influencia, ganar dinero y expresar su visión del mundo, al modo de actores políticos, sin necesidad de utilizar un gramo de periodismo. ¿Cómo es esto posible?
Pues por un fenómeno productivo. Lo digital ha permitido, en un proceso que dio comienzo hace dos décadas, que el negocio se divorcie de la legitimidad profesional. Cuando todo era papel también existía prensa amarilla y prácticas, en la presuntamente serIa, poco fiables. Algo de lo que no podías abusar si no querías perder tu crédito.
La prensa amarilla vendía periódicos, pero anunciarte en ella te restaba prestigio. El negocio de la mentira, entonces, era secundario. Las cabeceras prestigiosas tenían que mantener el periodismo como guía, para obtener buen material con el que vender periódicos y así conseguir los mejores anunciantes. El modelo no era perfecto pero funcionaba.
¿Por qué lo digital dio al traste con este escenario? Al fin y al cabo tan sólo estamos hablando de un cambio en la vía por la que llega el producto, el salto de un contenedor físico de tinta y celulosa a una pantalla. Tras una primera década de ensayo, la llegada de las redes sociales y servicios de mensajería instantánea fue el factor que alteró todo.
Los lectores pasaron a ser usuarios de un entorno fraccionado y fugaz, donde importaba menos el contenido del artículo que el titular. De esta manera, las piezas que más se empezaron a compartir no eran aquellas que contaban con un buen desarrollo periodístico, sino aquellas más impactantes, llamativas y que apelaban a los sentimientos básicos.
Los lectores dejaron de ser relevantes porque sólo se buscaba acaudalar una legión de usuarios que pincharan enlaces. No es casual que noticias, análisis, columnas, reportajes y crónicas pasaran a conocerse como contenidos, ese relleno sin función más que como mancha bajo el encabezado.
Nunca sobraron tantos malos titulares, nunca nos hicieron falta tantas buenas noticias
Este modelo de negocio, al que no le importa un carajo lo cierto pero sí las métricas de consumo, funcionó con especial éxito en el periodo 2010-2015 en las revistas digitales de tendencias enfocadas al, por entonces, joven público millennial. Sin embargo, proporcionó a la extrema derecha, que irrumpió con fuerza en la segunda parte de la década, el ecosistema propicio para sus campañas de intoxicación masiva.
Lo interesante es que este modelo tiene dos graves debilidades. La primera es que es completamente dependiente de las redes sociales. Cuando Facebook cambió su algoritmo en 2018, medios como Vice o PlayGround se hundieron en unos meses de manera estrepitosa. No tenían lectores, tenían gente que compartía sus contenidos sin tener en cuenta la marca editora.
A los medios de la ultraderecha les ocurre algo muy parecido, por eso cuentan con generosas sumas de dinero de las administraciones públicas a las que defienden, como la Comunidad de Madrid. De momento, además, el algoritmo premia sus contenidos escandalosos por encima del buen periodismo. De momento.
Este pasado 6 de noviembre, Elon Musk, señor feudal de los unos y los ceros, afirmó: “Las noticias deben venir de la gente. De los que realmente están en el lugar de los hechos y son expertos en la materia”. A partir de entonces, no hay día en que el propietario de X no haya cargado contra lo que denomina “medios tradicionales”.
De la cita de Musk se desprende un populismo atroz. Para el millonario, eso llamado gente no es más que aquellos individuos que su red social selecciona para adulterar el debate público, los que prescinden de los hechos y son expertos, únicamente, en el engaño. Musk ataca a los medios porque quiere quedarse en exclusiva con el negocio de la comunicación.
La guerra abierta por Musk tiene todo el sentido, ¿para qué comprar el Washington Post, como ha hecho Jeff Bezos, cuando puedes deslegitimar al sistema mediático entero, ya dañado, y sustituirlo con una red social de tu propiedad? Nos encaminamos hacia un mundo donde la censura no será necesaria porque sólo se escuchará a los que se expresen como los dueños de los algoritmos quieren.
Por eso, con sus errores, el periodismo es hoy más necesario que nunca. Hay un modelo alternativo al negocio comunicativo que depende de los caprichos de las redes, a la propia tiranía de Musk y sus secuaces. Uno que construye una comunidad firme de lectores en torno a un trabajo decididamente profesional.
Queda camino por recorrer, sobre todo porque el ciudadano medio no puede pagar una suscripción por cada buena pieza que necesite leer. Queda encontrar la manera de respetar la pluralidad y hacer viable el negocio ofreciendo una alternativa conjunta. Nunca sobraron tantos malos titulares, nunca nos hicieron falta tantas buenas noticias.
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