El Ministerio de la Verdad

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El otro día se nos llenó la casa de niños. Después de jugar al fútbol, con el sudor congelado, sacaron el twister y se empezaron a enredar. Pie derecho rojo, mano izquierda verde… Cuando empezaron a derrumbarse, después de pasear por todos los colores, me acordé de esos políticos que retuercen sus principios hasta venirse abajo.

Esos políticos que Trump ha hecho buenos.

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Los niños del twister saben quién es Trump gracias a Roald Dahl y los niños chungos de “Charlie y la fábrica de chocolate” (versión Tim Burton): “que sí: es como si mezclas el violento con la millonaria mimada y la mascadora de chicles…”.

- ¿Y el glotón?

- El glotón no te hace falta.

- ¿Sale hombre o mujer?

- Sale machista.

Tanto Trump y los niños, metafóricos ellos, se pusieron a jugar a las tinieblas mientras a la cachorrita se le cerraba un ojo.

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Ni quería ni podía ver lo que se nos viene encima. El veterinario no entendía la lesión, pero acertó con la cura. Unas gotas en el ojo izquierdo cada cuatro horas, en el derecho cada ocho; otras gotas en el izquierdo cada ocho, en el derecho cada doce. Cegada y agotada, se perdonó la inauguración.

Los periodistas iban buscando mujeres que apoyaran al nuevo presidente. Y si eran latinas, afroamericanas o asiáticas, mejor. Encontraron alguna. “¿Qué haces aquí? ¿Cómo es posible?”.

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Al día siguiente, en la “Women’s march”, mujeres de todo el mundo, armadas con peligrosísimos gorritos de lana rosa, se manifestaron para decirle a Trump que no aceptamos retrocesos.

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La mujer latina de la inauguración de Trump mereció un reportaje en CNN, igual que en “El número 11”, la última novela de Jonathan Coe. En una sátira que parece puro calco de la realidad, Coe presenta a una analista indocumentada que ilustra el desastre del Reino Unido con un ejemplo: llegará un día en que una mujer negra, mutilada, lesbiana y en paro tenga más derechos que un blanco heterosexual; y entonces este país se irá al carajo. “No existe alguien así”, le dice su padre. Pero ella la encuentra, le hace un reportaje y la destruye.

“America first”.

“UK first”.

“Yo first”.

La política ahora es sólo egoísmo.

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Dice Jonathan Coe (por boca de un personaje) que el peligro de la sátira política es su efecto placebo: nos reímos y, así, desahogados, toleramos que nos sigan puteando.

A mí la risa no me hace tanta gracia. De hecho, he vuelto a las pesadillas de mi infancia. Sólo que ahora son pesadillas semánticas. Por las noches me atacan palabras que describen con una precisión aterradora lo que nos amenaza. La última fue “apocalipsis”, claro. La penúltima “autocomplacencia”.

 

Satisfacción por los propios actos o por la propia condición o manera de ser.

Trump es autocomplaciente, seguro. El problema es si lo estamos siendo también nosotros. Criticando desde la barrera, haciendo chistes, escribiendo tuits, sin mojarnos demasiado.

La sombra del payaso

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Mientras Trump aprobaba el muro, el extraordinario Martin Baron daba una conferencia en Madrid sobre el futuro del periodismo (y de la democracia). Y citaba: “La valentía es el secreto de la libertad. Lo que más necesitamos ahora es valentía”.

P.D.: para saber más sobre el Ministerio de la Verdad, en estos tiempos de ‘fake news’ y ‘alternative facts’, Orwell.

El otro día se nos llenó la casa de niños. Después de jugar al fútbol, con el sudor congelado, sacaron el twister y se empezaron a enredar. Pie derecho rojo, mano izquierda verde… Cuando empezaron a derrumbarse, después de pasear por todos los colores, me acordé de esos políticos que retuercen sus principios hasta venirse abajo.

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