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La respuesta a la pregunta que plantea el titular es compleja, y más en una democracia. Somos dados a debatir desde grupos cerrados, sin matices ni grises, sin escucharse. Antes deberíamos saber quiénes se oponen y por qué, conocer sus argumentos. Uno de los principales es la falta de información sobre los efectos secundarios de las vacunas y las presiones de los gobiernos en obtener su aprobación por parte de los organismos científicos.
En EEUU, ha sido evidente. Donald Trump necesitaba este triunfo para tapar su gestión de la pandemia, que esta semana superó los 300.000 muertos. Es la razón por la que ha perdido las elecciones, algo que ya es evidente para sus dos grandes aliados, el ruso Vladimir Putin y el jefe de la mayoría republicana del Senado Mitch McConnell.
Tampoco ayudan las prisas de Boris Johnson en el Reino Unido. Ni las presiones sobre la UE para que apruebe la próxima semana la vacuna de Pfizer-BioNTech. Diríamos que hay un sector razonablemente preocupado por la velocidad de las aprobaciones y la ausencia de información sobre los efectos, sobre todo a medio o largo plazo. Estamos en un territorio científico ignoto y revolucionario. En estos casos es más inteligente escuchar a los sabios, no a los charlatanes. Al menos hasta que alcancemos la inmunidad de rebaño contra la ignorancia.
También están los que compran toda suerte de bulos, no importa la materia, como que el ARN puede alterar el ADN de las personas. Es el mismo magma que alimenta las extremas derechas populistas y da alas a sectas como QAnon. Para ellos, la vacunación contra el covid-19 es su nuevo frente de batalla. No hay que minusvalorarlos porque tienen experiencia: llevan siglos negando cualquier avance médico, científico o social. Su negocio está en el miedo. Forma parte de la guerra entre la Razón y la Sinrazón.
Existe un rechazo fóbico a las curas, sea cual sea la enfermedad, sarampión o cualquier otra erradicada o en peligro de reaparecer. El primer movimiento antivacunas se forma tras el descubrimiento de las bacterias y los virus.
No dejen de leer este texto de Javier Sampedro: “Lo que te vas a pinchar”.
Les recomiendo también este artículo publicado en la revista médica The Lancet: The online anti-vaccine movement in the age of COVID-19.
Estamos ante dos grupos que no deberíamos confundir, aunque a veces parezcan el mismo. Una parte de los que están en el primero son rescatables con información, tiempo, paciencia y pedagogía. El problema principal de la sociedad líquida en la que vivimos es su rechazo visceral a los hechos probados. Son tiempos en los que la verdad dejó de ser transcendental y útil para una mayoría de ciudadanos, también para muchos de los que se consideran cultivados. Es más importante el apoyo del grupo social o de la comunidad digital en la que nos movemos. Es un mal que no tiene ideología política si se practica desde el sectarismo y las verdades absolutas indiscutibles, algo que también afecta a la izquierda dogmática.
¿Está la salud pública, el colectivo nacional, por encima de las cuestiones personales o de un grupo? Si usted que se siente libérrimo en sus convicciones acientíficas, en los bulos que se mueven por internet, desea viajar a África u otros países deberá llevar una cartilla de salud oficial de la OMS, con sus certificados y sellos de vacunación al día. El de la fiebre amarilla es obligatorio. Si no lo tiene, su libérrima persona volverá a su casa por donde ha venido. Usted tiene el derecho a no vacunarse contra la fiebre amarilla, tal vez porque le han dicho que se vuelve chino, comunista o vaya usted a saber, pero no podrá viajar a determinados países.
Sucede lo mismo con la difteria, la meningitis, el tifus o la polio. Son enfermedades que han matado a millones de personas y que en muchos países están erradicadas o controladas. No van a permitir que un cretino vestido de Coronel Tapioca ponga en riesgo a toda la comunidad.
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Con las vacunas del covid podría suceder lo mismo. La UE, EEUU o cualquier país del mundo estaría en su derecho de exigir la vacunación para cruzar la frontera. También se podría exigir en las empresas para garantizar la seguridad del colectivo y proteger la productividad (eso lo van a entender los defensores del libre mercado). O en los centros de atención de mayores, hospitales y colegios. ¿Podría exigirse el sello de vacunación a los que desean asistir a un acontecimiento de masas, como un partido de fútbol o un macro concierto? ¿Se debe exigir en un restaurante o en un cine? Este texto de Manuel Saco es una joya: “La libertad empieza con una prohibición”.
Ese pasaporte de vacunación de covid podría estar en nuestros móviles. Es una tecnología que emplean en Corea del Sur y en China para seguir los contactos de los contagiados y saber si se están cumpliendo las cuarentenas. Es posible que nos dirijamos a democracias autoritarias, y este sea un campo en que el Estado puede ejercer su poder. ¿La seguridad de todos está por encima de las creencias individuales? Es un debate necesario que bordea el 1984 de Orwell. Lo sorprendente es que en asuntos tan complejos triunfen las recetas más simples derivadas de las historias del hombre del espacio.
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